"A veces la gente tiene una creencia fundamental muy fuerte. Cuando están ante pruebas que van en contra de esa creencia, la nueva evidencia no puede ser aceptada. Se crearía una sensación muy incómoda, llamada disonancia cognitiva. Y debido a que es tan importante proteger esa creencia fundamental, se racionalizará, ignorara e incluso negará aquello que no encaja con la creencia fundamental".
Frantz Fanon (“Los condenados de la tierra”)
Egipto estalló. Como era previsible. Y el
estallido se ha llevado por delante a la izquierda árabe. Mejor dicho, a
los restos de la izquierda árabe porque ésta, en realidad, se ha
suicidado. La situación recuerda mucho a la película “La vida de Brian”,
de los fantásticos Monty Python: en la escena final, un grupo de
aguerridos –y bien armados- luchadores se acerca a quien consideran
líder revolucionario, Brian, que está crucificado, y para salvarle… se
suicidan. Pues eso viene haciendo la izquierda árabe desde las tan
traídas y llevadas “primaveras”. Quien tenga interés en profundizar en
la tesis de quien esto escribe que recurra a un viejo artículo de hace
exactamente un año titulado ¿Dónde fueron todas las flores en la “primavera árabe”? (1). Quien no, que evite seguir leyendo y no pierda
más el tiempo.
Si ya entonces no tenía ninguna esperanza en las
revueltas, que no revoluciones, tan alabadas en Occidente por una
progresía que nunca –reitero, nunca- ha tenido en cuenta la geopolítica
(es evidente en Siria, pero este sector “progre” sólo parece darse
cuenta ahora, cuando se constata con toda su crudeza tras el golpe de
Egipto), mucho menos cuando se observa la deriva de la izquierda árabe y
su accionar en ellas. También ahora se comienzan a publicar críticas,
de una forma aún tímida y hasta este momento ocultas, de lo que hace la
izquierda árabe. Hay miedo a que te etiqueten como un simpatizante de
los islamistas y ya se sabe que luego es difícil quitarse esas
etiquetas.
Pero cualquiera que tenga los ojos abiertos, no
ya la mente, tiene que ver que si la izquierda árabe comenzó a ser
irrelevante en la década de 1990 tras el golpe militar en Argelia, con
la postura que ha adoptado en Egipto de apoyo al golpe militar y los
llamamientos en el mismo sentido que está haciendo en Túnez sólo tiene
un futuro: la nada.
Ha habido muchos analistas que se han dado
cuenta que se puede hacer un paralelismo entre el golpe en Argelia de
1992 y el de Egipto en 2013, pero se cuidan muy mucho en decir que el
golpe en Argelia fue impulsado por la Unión General de Trabajadores y el
Partido de la Vanguardia Socialista. El Frente Islámico de Salvación
había ganado las elecciones en la primera vuelta, iba a revalidar su
triunfo en la segunda y eso había que evitarlo a toda costa. La UGT y el
PVS no tuvieron ningún reparo en buscar el apoyo y la colaboración de
los empresarios, agrupados en la Unión de Empresarios Públicos, y de los
intelectuales, agrupados en la Coalición para la Cultura y la
Democracia. Cuando esa gran Coalición Nacional para la Salvaguardia de
Argelia tomó cuerpo el Ejército dio el golpe militar. ¿A qué recuerdan
nombres como Frente de Salvación Nacional en Egipto y Túnez, y más
cuando se constata qué fuerzas lo integran?
Un refrán castellano dice que no hay peor ciego
que el que no quiere ver puesto que lo de Argelia es exactamente lo que
ha ocurrido en Egipto. Y es el camino que está recorriendo la izquierda
en Túnez. Con la diferencia que en Egipto los islamistas habían
triunfado en varias elecciones desde 2011 como han puesto de relieve
algunos analistas como Esam Al-Amin, sin duda el crítico más lúcido
sobre lo que está ocurriendo en Egipto (2).
Sin embargo, a Esam se le ha escapado algo. Es
enternecedor ver cómo el nuevo ministro de Trabajo egipcio, Kamal Abu
Aita, fundador de la novísima Federación Egipcia de Sindicatos
Independientes y feroz crítico de la represión de los militares cuando
éstos prohibían las huelgas en nombre del Consejo Supremo de las Fuerzas
Armadas y encarcelaban a los sindicalistas en los meses post-Mubarak
bajo la acusación de “detener el ciclo productivo y socavar la
economía”, ahora diga públicamente que hay que poner fin de inmediato a
las huelgas y que “los héroes de las huelgas [de entonces] deben
convertirse en héroes del trabajo y la producción”.
La pasada del flamante ministro ha sido de tal
calibre que otros dirigentes sindicales de la FESI han salido a matizar
que ellos no van tan lejos y se limitan a pedir “una suspensión de un
año” de todas las huelgas para permitir las reformas dado que, de
mantener esa forma de lucha obrera, “sólo serviría a la estrategia de
los Hermanos Musulmanes”. Con mayores o menores matices es el mismo
discurso que han utilizado otras organizaciones como la Federación
Sindical Egipcia (el sindicato vertical de la etapa de Mubarak) y el
Congreso Obrero Egipcio.
Combatividad sindical
En Egipto la única izquierda consecuente está en
los sindicatos, los más combativos del mundo árabe. A pesar de la
represión de Mubarak, militares e islamistas. Durante la etapa
post-Mubarak y en plena represión militar del CSFA hubo 3.817 huelgas,
más que las realizadas en los últimos diez años de gobierno de Mubarak. Y
el movimiento sindical fue a más durante el gobierno de los Hermanos
Musulmanes, con 5.844 huelgas, sufriendo también una dura represión
anti-sindical. La policía llevaba perros con los que atacaba a los
huelguistas. ¿Y ahora el ministro y los sindicatos piden que se
desconvoquen estas formas de lucha? La combatividad de los trabajadores
egipcios está fuera de toda duda, pero la presión que ejercen las
cúpulas sindicales-políticas-ministeriales-comunicacionales es de tal
calibre que no será extraño ver cómo se empieza a criminalizar a quienes
no secunden esos llamamientos a abandonar la lucha obrera puesto que
una gran parte de las huelgas que se han convocado hasta ahora se han
hecho al margen de las incipientes estructuras sindicales.
¿Alguien en su sano juicio piensa que el nuevo
gobierno va a cambiar un ápice la política económica neoliberal de
Murabak, de la etapa post-Mubarak del CSFA y de los Hermanos Musulmanes?
Estamos asistiendo a un claro intento de contener al movimiento obrero y
controlarlo por completo. Hasta ahora todos los movimientos en ese
sentido han fracasado. Pero en estos momentos la izquierda apela a la
“legitimidad” de la nueva situación “que ha sido impulsada por la lucha
de masas”. Es lo que dice, por ejemplo, la Corriente Popular Egipcia
(nasserista). Y ese argumento, repetido machaconamente dentro y fuera
del país, pesa mucho.
Aquí entra un nuevo debate: la sariyya
(legitimidad). Para los Hermanos Musulmanes está en las elecciones que
han ganado; para quienes apoyan a los golpistas está en la plaza Tahrir.
Claro que hay más legitimidades, pero eso no interesa ni a unos ni a
otros puesto que ambos se mueven dentro del sistema. Y el sistema acepta
casi todo, una revolución nacional o burguesa, pero no una socialista
que cambie el modelo económico. Así que cuando la izquierda sale a las
calles arropando el llamamiento de los militares a “combatir el
terrorismo” –que no hay- en nombre de la “legitimidad” de la nueva
situación o bien está cavando su propia fosa o bien está reconociendo
que nunca va a ir más allá de lo que el sistema quiera o bien está
cimentando su camino hacia la nada puesto que el Ejército egipcio de hoy
no tiene nada que ver con el de la época de Nasser (aunque el
llamamiento a salir a la calle para apoyar su política se haya hecho el
26 de julio, día de la nacionalización por Nasser del Canal de Suez).
Eso ya es jugar con la psique de las masas puesto que, en contraposición
a las nacionalizaciones de Nasser, los nuevos gobernantes van a
profundizar las políticas neoliberales y privatizadoras impulsadas tanto
por Mubarak como por los Hermanos Musulmanes. Si hubiese alguna duda
que éste no va a ser el camino a recorrer ni Arabia Saudita, ni Qatar,
ni los Emiratos Árabes Unidos, ni Kuwait, ni EEUU, ni la UE, ni el FMI
se hubiesen aprestado a socorrer a Egipto con 12.000 millones de dólares
ni a ofrecer su apoyo al golpe. Los nasseristas egipcios, tan contentos
con el movimiento golpista militar, parecen obviar este simple dato.
Desde luego, quien en el mundo árabe se
considere de izquierdas debería leer a Marx. Leer, no releer pues es
dudoso que alguna vez lo haya hecho y si ha sido así hace mucho que se
deshizo de este tipo de libros en su biblioteca. Y debería empezar por
“El 18 brumario de Luis Bonaparte”. Los militares se quieren legitimar a
sí mismos, y buscar esa legitimación entre las masas, vinculando
ciertas iniciativas con fechas clave en la historia de Egipto, como la
citada nacionalización del Canal de Suez. Marx ya explicó de forma
magistral este comportamiento de la oligarquía política y militar en
1852, refiriéndose a Francia, pero lo sorprendente es que la izquierda
no lo tenga en cuenta. Marx analizó la revolución francesa de 1848-1851;
desarrolló aún más el principio fundamental del materialismo histórico,
la teoría de la lucha de clases y de la revolución proletaria, la
doctrina del Estado y de la dictadura proletaria; llegó por primera vez a
la conclusión de que el proletariado triunfante tiene que destruir la
máquina del Estado burgués. Pero claro, la izquierda de hoy no tiene el
menor interés en destruir el Estado burgués ni en Egipto ni casi en
ninguna parte.
Tal vez, sólo tal vez, haya una organización que
sí está por la labor: los Socialistas Revolucionarios. Como toda la
izquierda, saludaron con entusiasmo el golpe pero ahora parecen estar
empezando a tentarse la ropa al constatar no sólo las matanzas de
simpatizantes de los Hermanos Musulmanes, sino la continuación de las
medidas represivas contra los huelguistas. Una dirigente de los SR, y a
la vez cargo en la FESI, Fatma Ramadan, reconoce que el paternalismo de
los militares es “un veneno mortal” para la clase obrera y tiene claro
qué está pasando: “las demandas de los trabajadores son claras, trabajo
para ellos y sus hijos, salario justo, leyes que les protejan frente a
los hombres de negocios, planes reales de desarrollo, libertad de todo
tipo, donde no haya torturas ni asesinatos; los trabajadores no se
tienen que dejar engañar ni dejarse presionar con pretextos como
combatir el terrorismo” (3).
Estas voces, claramente minoritarias hoy dentro
de la izquierda, tienen una excelente oportunidad de redimirse del apoyo
inicial al golpe volcándose con los huelguistas que se resisten a ceder
a las presiones de los nuevos gobernantes para que depongan sus métodos
de lucha. Otra vez son los trabajadores textiles de la combativa
localidad de Mahalla al-Kubra quienes están en la vanguardia,
manteniendo la huelga que iniciaron el 31 de julio por el retraso en el
pago de salarios en dos empresas: Nasr Spinning and Weaving Company y
Stia Spinning and Weaving Company. El lema que corean los huelguistas es
claro: “no dejes que el Ejército te engañe” En el momento de escribir
este artículo la huelga cumplía una semana. Veremos si se gana o si los
huelguistas son, como siempre, reprimidos por la policía.
Está claro que los llamamientos a la “paz
social” se producen porque hay miedo a que la situación se vaya de las
manos porque, y así hay que interpretar el golpe, el movimiento de masas
desbordaba todos los planes tanto de la oligarquía egipcia –donde se
sitúan los militares- como de la llamada “intelectualidad laica y
liberal” –que jamás ha apostado por ningún cambio revolucionario en el
modelo económico-, y de Arabia Saudita, Qatar o EEUU. Incluso de Israel.
La megalomanía de los Hermanos Musulmanes
Porque esta es otra faceta que la izquierda no
tiene en cuenta: las implicaciones regionales de lo que ocurre en
Egipto. Cualquier análisis que se haga, en Egipto y en otra parte, tiene
que tener en cuenta la situación geopolítica y no verse de manera
aislada. Quienes no lo hagan así sólo verán el árbol en vez del bosque.
Los Hermanos Musulmanes cometieron muchos
errores pero uno, crucial, fue el intento de copar en poco tiempo todos
los sectores de poder en Egipto, con lo que se enfrentó al mismo tiempo
con militares, liberales y salafistas (financiados por Arabia Saudita).
Es de suponer que esta afirmación se entienda a la primera al ver cómo
estos tres sectores han coincidido en el apoyo al golpe cuando,
aparentemente, los HM y los salafistas comparten los mismos intereses
islámicos. Al mismo tiempo, los HM, pese a ser unos “hijos” de los
intereses de Occidente en la zona –de forma especial de EEUU, con quien
mantenían unas excelentes relaciones desde 2007- comenzaron a caminar en
solitario intentando controlar todo el marco árabe donde se han
producido revueltas: Túnez, Libia, Egipto, Líbano, Jordania y Siria. Fue
aquí donde encontraron su primer freno: Arabia Saudita. Se dice que el
embajador saudita en El Cairo presionó todo lo que pudo para evitar el
triunfo de Morsi en las elecciones de 2012, lo que tiene sentido si se
tiene en cuenta que Arabia Saudita fue el primer país en saludar el
golpe militar y en felicitar al presidente interino.
Algunos han hablado del conflicto de poder
regional entre Arabia Saudita y Qatar, con los primeros apoyando a los
salafistas y los segundos s los HM. Pese a lo que se considera
evidencias, no es creíble que un pequeño estado con menos de dos
millones de habitantes se enzarce en una pelea de poder regional que
sabía perdida de ante mano. Sí es cierto que entre los dos países ha
habido fricciones por el control de la explotación de gas en la zona,
por ejemplo, pero para quien esto escribe Qatar no ha sido sino el peón
de avanzada de los sauditas mientras se dirimía la lucha por el poder
dentro del propio régimen saudita, gobernado por una gerontocracia que
lo ha paralizado durante todo el tiempo que el rey Abdalá ha estado
enfermo. Qatar aprovechó esa inactividad en política exterior saudita
para moverse un poco a su aire, pero en realidad no había grandes
diferencias en cuanto a los intereses de unos y otros sobre el tutelaje
de las revueltas. Qatar hacía el papel de policía bueno y Arabia Saudita
de policía malo. De hecho, los dos se han apresurado a enviar dinero a
Egipto para sustentar al nuevo gobierno y es significativo que la
primera visita a un país extranjero que ha realizado el nuevo emir
qatarí, siguiendo la tradición de su padre, haya sido a Arabia Saudita.
Todo está en orden en el Golfo.
El verdadero conflicto de poder dentro de
Oriente Próximo se ha dado entre Arabia Saudita y Turquía, los dos
países que emergieron como poderes regionales al inicio de las revueltas
y tras constatar la pérdida de influencia de EEUU en la zona. Es muy
significativo que los HM eligiesen Estambul como la sede de la reunión
secreta que mantuvieron nada más producirse el golpe militar que les
desalojó del poder en Egipto (4) y en la que se acordó la estrategia a
desarrollar ante la nueva situación. No era una cuestión de proximidad,
sino de padrinazgo. También es significativo que Turquía haya condenado
el golpe mientras que, como se ha dicho, los saudíes lo han apoyado.
Sin embargo, Turquía ahora está atravesando
graves dificultades tanto internas (las protestas y el acuerdo con los
kurdos del PKK) como externas (los kurdos sirios y su anunciada decisión
de proclamar en agosto una autonomía en el norte de Siria) que le hace
ser más débil en esta lucha de poder regional. Ya no es el jugador
explosivo que era hace dos años (Erdogan fue el primer dirigente
musulmán en visitar Libia tras el derrocamiento de Gadafi, lo mismo
ocurrió en Túnez y también fue uno de los primeros en visitar El Cairo
tras el derrocamiento de Mubarak) aunque no ha perdido toda la fuerza
que tenía. Este es el momento que ha aprovechado Arabia Saudita no sólo
en Egipto, sino en Siria, imponiendo a su candidato entre las filas de
los llamados “rebeldes”.
Mientras que Arabia Saudita y Qatar han ido de
la mano y confluido en al estrategia sectaria contra los shiíes Turquía
ha sido más cuidadosa en ese aspecto dadas sus buenas relaciones con
Irán. No hay que olvidar que si bien Turquía ha sido una de las
potencias impulsoras de la guerra en Siria, ha procurado canalizar su
apoyo político y militar a las fuerzas menos sectarias, justo lo
contrario que han hecho los otros dos países como acaba de reconocer la
ONU afirmando que “el 60% de las armas que Arabia Saudita ha entregado a
la oposición siria ha ido a manos de organizaciones vinculadas a
Al-Qaeda” (5).
Tampoco debería sorprender el hecho de que los
militares egipcios –con la aprobación o no del gobierno interino- hayan
cerrado el paso fronterizo de Rafah, la única vía de escape que tienen
los gazatíes para salvar el bloqueo de Israel, o que haya clausurado el
80% de los túneles que daban algo de vida a la empobrecida población de
Gaza (6), o que una de las acusaciones a que se enfrenta Morsi sea sus
vínculos con Hamás. Morsi se había movido un poco, sólo un poco, en lo
que respecta a la relación con Israel pero eso fue considerado como una
amenaza intolerable al status quo regional El acuerdo de paz con Israel,
estratégico para EEUU, tiene que mantenerse a cualquier coste. Incluso
al de un golpe de estado.
Entre la ilusión y la ingenuidad
Y la izquierda egipcia mira a otro lado en este
tema, como en otros, cuando no se hace vanas ilusiones sobre un
“nacionalismo conservador antiimperialista” de los militares que ha sido
repetido, como un mantra, por un sector significativo de la izquierda
occidental. Incluso marxistas insignes como Samir Amin han calificado al
Ejército egipcio como “una fuerza de clase neutral” tal vez arrebolado
por la salida de mucha gente a las plazas –desde luego no 32 millones,
como se ha dicho en una extraña coincidencia tanto desde los medios de
izquierda como desde los de la burguesía- en una especie de locura
temporal que Frantz Fanon (otro autor al que habría que leer) llamaría
disonancia cognitiva, como se recoge en la cita inicial de este
artículo.
Desde luego, no se puede ser más ingenuo. La
burguesía ha usurpado todos los símbolos de la izquierda, comenzando por
el lenguaje. O más bien, la izquierda se ha entregado con armas y
bagajes a la burguesía. Esto ha supuesto su suicidio. No es aventurado
decir que la izquierda árabe camina hacia la nada. En ninguna parte del
mundo árabe ha habido revolución alguna y el simple hecho de admitir que
lo que está ocurriendo es una “revolución” supone una
des-radicalización de las luchas que se hacen, desde ahora, siempre en
los límites del sistema. Un proceso revolucionario supone la
transformación de todos –repito, todos- los aspectos de la sociedad y no
sólo de las relaciones interpersonales, sino de los aparatos del Estado
y de las relaciones económicas y de producción para acabar con todas
las formas de opresión.
Notas:
(1) Alberto Cruz, “¿Dónde fueron todas las flores en la ‘primavera árabe’?” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1492
(2) Esam Al-Amin, “El gran fraude: Reflexiones en torno al golpe militar de Egipto” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171657 Es de agradecer el excelente trabajo de la traductora Sinfo Fernández en temas árabes.
(3) Al-Manshour, 26 de julio de 2013, en árabe http://al-manshour.org/node/4316
(4) Islamic Invitation Turkey, 15 de julio de 2013.
(5) Al-Akhbar (Líbano), 2 de agosto de 2013.
(6) Al-Masri Al-Yawm (Egipto), 15
de julio de 2013. Hay que añadir que también Morsi clausuró, inundando
de aguas fecales, aproximadamente el 10% de los túneles en un intento de
congraciarse tanto con Israel como con EEUU. Si son ciertas estas
cifras eso indica que Morsi y los militares que lo han depuesto, con el
apoyo de la izquierda, habrían destruido el 90% de los túneles que
llevan algo de vida a Gaza para paliar el bloqueo israelí.
Tomado de inSurgente
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