Las
brujas de la noche: El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas
en la II Guerra Mundial es el nuevo libro de Alberto Cruz.
La palabra imposible no existe en nuestro Regimiento.
La memoria de las luchas de los oprimidos, sobre
todo de aquellas que lograron – aunque fuera efímeramente – derrotar a
las clases dominantes ha sido y será un elemento central de la batalla
ideológica.
Arrancarnos los recuerdos, aquellos que
entroncan lo colectivo con lo personal, los que conforman nuestra
identidad individual y colectiva, lo que nos constituye como clase y
como pueblo, es el objetivo central de toda la historiografía oficial.
Si además la lucha la protagonizan mujeres militares, integradas en el
Ejército Rojo, el muro de silencio se convierte en una losa.
¿Puede alguien dudar que manipular la historia
de los pueblos que consiguieron vencer y destruir el Estado burgués es
su objetivo estrella? Como decía Rodolfo Walsh “Las clases dominantes
pretenden que el pueblo trabajador no tenga historia, ni teoría, ni
héroes, ni mártires; de forma que cada vez haya que comenzar desde
cero”. Para someternos más eficazmente intentan amputarnos la fuerza
secreta que nos da sentirnos herederas y herederos de quienes
levantándose sobre la miseria, construyeron con su esfuerzo, con su
juventud y con su vida las gestas más asombrosas de la historia de la
humanidad.
Denigrar la historia de la primera revolución
obrera triunfante, primero sobre la aristocracia zarista, luego sobre
capitalistas y terratenientes y finalmente, en la guerra civil, sobre la
alianza militar de todas las grandes potencias europeas, Japón y
EE.UU., ha sido el objetivo prioritario.
Tras la II Guerra Mundial la tergiversación y la
mentira adquirieron las mismas gigantescas proporciones que la hazaña
que pretendían ocultar: la derrota por parte del pueblo soviético –
absolutamente solo – del 70% del ejército y la maquinaria de guerra
nazi. El objetivo, entonces y ahora, era silenciar a toda costa que el
estado burgués se arrodilló en Francia bajo la bota nazi y que Gran
Bretaña y, sobre todo EE.UU., jugaban la baza de asistir pasivamente al
espectáculo de la destrucción mutua de Alemania y la URSS[1].
Y, sobre todo, que el primer Estado socialista realizó – prácticamente
en solitario - en solitario la tarea sobrehumana de detener y revertir
la amenaza más directa y más grave de esclavización masiva de los
pueblos.
Si la tergiversación y el ocultamiento del hilo
rojo de las luchas obreras y populares es una constante histórica,
cuando en la derrota del enemigo de clase han tenido especial
importancia las mujeres la anulación de su memoria es total. Son a
la vez enemigas de clase y dinamitadoras de los estereotipos femeninos
que el patriarcado pretende preservar a toda costa.
El libro de Alberto Cruz es un soplo de aire
fresco. Nos...
introduce en la vida de unas jóvenes, muchas casi
adolescentes, que simbolizan la gesta de un pueblo que perdió más de 20
millones de personas defendiendo, no sólo su tierra, sino unas
relaciones sociales que pretendieron erradicar la barbarie capitalista. Y
lo pudieron hacer ellas y ellos, en mayor medida que otros pueblos,
precisamente porque ningún otro acumulaba colectivamente el grado de
libertad y de conciencia necesarios para comprender lo que el fascismo,
como expresión más salvaje del capitalismo en la lucha de clases,
pretendían destruir.
“Las brujas de la noche” es un relato palpitante
de la construcción, paso a paso, de un de un destacamento militar de
mujeres aviadoras, el 46 Regimiento de Guardias “Tamán”. El proceso se
inicia con el mensaje de Molotov a la población soviética el 21 de junio
de 1941 informando del inesperado ataque alemán desde varios frentes y
transmitiendo el llamamiento del gobierno soviético al pueblo y al
“Ejército Rojo, a la Marina y los halcones valientes de la Fuerza Aérea
Soviética” en los que confían incondicionalmente.
Como un rayo en cielo raso de verano, el mensaje
paraliza la vida durante unos minutos tras los que millones de personas
cambian de planes y se disponen a ocupar su lugar en el combate. Entre
ellas, las jóvenes que ya estudiaban en el Instituto de Aviación.
Al principio se alzó el muro de la segregación
de las mujeres de la participación directa en combate. Ellas podían ser
enfermeras, cavar trincheras, construir búnkeres, pero no formar parte
de la primera línea del Ejército Rojo. Hasta que Marina Raskova inicia
la formación de tres unidades militares aéreas en las que se incluyen
mujeres, con el mismo entrenamiento y formación que los hombres. Uno de
ellos se especializaría en bombardeos nocturnos y estaría constituido
exclusivamente por mujeres, el de las “brujas de la noche”.
Todas ellas eran voluntarias. Casi todas
compaginaban trabajos y estudios. El comienzo del ataque alemán y el
entrenamiento militar intensivo les obligó a abandonar sus proyectos en
diferentes profesiones: magisterio, tractorista, astrofísica, mecánica,
historia, ingeniería, filosofía, medicina, pedagogía, matemáticas…
Alberto Cruz aporta una información documental
exhaustiva que nos permite recorrer con angustia e interés palpitante
las diferentes etapas de la guerra. De la mano de la vida cotidiana de
las doscientas sesenta y una mujeres del Regimiento “Tamán” y de su
progresiva incorporación a las más duras y arriesgadas tareas militares,
recorremos la desoladora invasión nazi, que penetra hasta Stalingrado, y
frente a la que el Ejército Soviético ofrece una voluntad férrea de
resistencia, hasta la última casa, hasta el último muerto, hasta la
última bala, pero incapaz de detener la ofensiva.
Precisamente la inferioridad aérea soviética
frente a los poderosos Messerschmitt fue el detonante de la entrada en
combate en mayo de 1942 del Regimiento 588 de bombardeo nocturno
(Regimiento 46 desde 1943).
El relato de cómo se tuvieron que ganar,
exclusivamente con su valor y su pericia, la confianza de los altos
mandos del Ejército Rojo, recuerda la dura lucha de las mujeres por su
reconocimiento. No basta hacerlo bien, es preciso hacer lo imposible.
Esas fueron las palabras de Marina Raskova ante las suspicacias acerca
de las consecuencias negativas que podría traer el “afeminamiento” del
Ejército Rojo, cuando afirmaba que no hay absolutamente ninguna cosa – y
recalcaba, ninguna cosa – que hiciesen los hombres, que no pudiesen
hacer las mujeres. “La palabra imposible no está en el vocabulario de
nuestro regimiento”
No había precedentes, en ningún ejército del
mundo. De hecho, en EE.UU. las mujeres no empiezan a pilotar aviones
militares hasta 1993[2].
Todo era especialmente difícil. Por no haber no había ni uniformes, ni
calzado apropiado de su talla. Los detalles estremecen: cómo tuvieron
que rellenar las botas de papel o inventarse artilugios para poder
llegar a los pedales de los aviones.
Sobre todo, el texto destaca cómo aprovecharon
la ligereza y la movilidad de unos viejos aparatos, los Polikarpov-U2
(sin blindaje y con las cabinas al descubierto), junto a un arrojo
asombroso, para realizar miles y miles de bombardeos nocturnos de las
posiciones alemanas. La ventaja se lograba exclusivamente mediante la
sorpresa, el acercamiento al objetivo, un conocimiento profundo de la
zona y una valentía asombrosa. Y también una compenetración perfecta
entre las parejas de vuelo, una para sortear los reflectores y el fuego
antiaéreo, y para apagar los motores unos momentos mientras la otra
depositaba las bombas lo más cerca posible del objetivo. En los primeros
meses fueron casi imbatibles, pero la sorpresa funcionó sólo durante un
tiempo. Los nazis aprendieron su táctica, las esperaban y concentraban
sobre ellas sus reflectores y su fuego. Las bajas mortales se
precipitaron y la forma de vengarlas fue multiplicar las salidas
cambiando de táctica: iban en parejas de aviones de forma que uno de
ellos actuaba como cebo, concentrando sobre él el fuego enemigo,
mientras el otro bombardeaba el objetivo.
Sólo después de repetidas hazañas y de un valor
colectivo inigualable, empezó su reconocimiento, que posteriormente fue
desbordante y llegó hasta la última aldea. No se trataba de que de forma
aislada no se pudieran encontrar heroicidades semejantes en otras
unidades masculinas, pero lo que no tenía parangón es semejante derroche
colectivo de valentía: la proporción de quienes recibieron el título de
Héroe de la Unión Soviética lo demuestra, catorce de doscientas sesenta
y una. Todas ellas tenían menos de 30 años, cuando fueron condecoradas,
excepto Marina Raskova que murió con 32 años cerca de de Stalingrado.
Desde mayo de 1942 hasta la entrada en Alemania,
persiguiendo y aplastando la retirada nazi, “las luchadoras de la
noche” como su pueblo les llamaba, participaron en la liberación de la
península de Tamán, donde se refugiaron las tropas alemanas tras su
derrota en Stalingrado, Crimea, Bielorrusia y Polonia. Participaron
además en peligrosas misiones de reconocimiento, abastecimiento y apoyo
logístico a los partisanos. En total se calcula que realizaron más de
30.000 misiones.
“Las brujas de la noche” es un apasionante
recorrido por la historia de la Unión Soviética a través de un
sorprendente regimiento de mujeres pilotos de guerra. Pero quizás lo más
insólito es el cuidado exquisito con que Alberto Cruz nos muestra en
qué medida – en medio de los horrores de la guerra y del dolor lacerante
por sus compañeras caídas – eran jóvenes como otras cualquiera: que
disfrutaban cantando, riendo, bañándose, decorando los barracones,
contando cuentos y aventuras a las niñas y niños de las aldeas, y
enamorándose.
Además, como Alberto nos cuenta, eran
comunistas. O más bien se fueron haciendo. A medida que la guerra se
endurecía y su conciencia aumentaba, muchas de ellas percibieron que la
mejor manera de vengar a las compañeras caídas, además de multiplicar
las salidas para bombardear a los alemanes, era pedir el ingreso en el
Partido Comunista.
Sin menospreciar en absoluto el temple y la
heroicidad de los miles de hombres y mujeres que desde otras ideologías
participaron como partisanos en la liberación de sus países del
fascismo, es de justicia destacar que, en la práctica, sólo quien
defendía, además del suelo patrio, una forma superior de organización
social, forjada precisamente por “las condenados y los condenados de la
tierra”, fue capaz – en solitario – de derrotar a las tres cuartas
partes del ejército y la maquinaria de guerra nazi.
El libro de Alberto Cruz es muchas cosas. Sin
explicitarlo, desde su calido homenaje a las heroínas de los bombardeos
nocturnos, es una poderosa arma de lucha antipatriarcal. También una
lección, más necesaria hoy que nunca, de militancia coherente frente a
algunas formas exclusivamente folklóricas de lucha antifascista y, sobre
todo, frente a tanto papanatismo pacifista.
Ángeles Maestro Martín
Mayo de 2013
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