La
represión capitalista es un conjunto de métodos y herramientas que se
emplean con un objetivo: mantener intacta la propiedad burguesa de los
medios de producción, asegurando la máxima extracción de plusvalía, y
garantizar la integridad de la maquinaria estatal opresiva que garantiza
su derecho a la explotación. Esto pasa necesariamente
por evitar, mediante uno u otro medio, el avance la clase oprimida
hacia su liberación, y por la supresión de cualquier elemento que no sea
favorable al poder burgués dominante....
Ponencia de Red Roja para el Encuentro Estatal por la solidaridad contra todas las formas de represión celebrado el 1 y 2 de junio de 2013 en Madrid
No hay represión sin Estado, no hay Estado sin represión.
Como es bien sabido, la represión se
presenta frecuentemente con absoluta brutalidad y de forma totalmente
descarnada para quien la sufre directamente, para quien la ve, para
familiares, compañeros y compañeras... Por eso, su análisis y la
preparación práctica para enfrentarla y prevenirla son absolutamente
necesarias. Requieren de un gran esfuerzo por nuestra parte, pero sólo
así podremos comprenderla mejor y aprender a combatirla con el objetivo
de ser capaces de minimizar sus efectos, evitarla, o combatirla.
El sistema socioeconómico que nos
subyuga está divido en clases, la clase que vive oprimida y aquella que
la oprime, y cuyo conflicto permanente es el motor de la Historia.
La represión capitalista es un conjunto
de métodos y herramientas que se emplean con un objetivo: mantener
intacta la propiedad burguesa de los medios de producción, asegurando la
máxima extracción de plusvalía, y garantizar la integridad de la
maquinaria estatal opresiva que garantiza su derecho a la explotación.
Esto pasa necesariamente por
evitar, mediante uno u otro medio, el avance la clase oprimida hacia su
liberación, y por la supresión de cualquier elemento que no sea
favorable al poder burgués dominante.
Un ejemplo de nuestra misma ciudad
podríamos encontrarlo en el colectivo Bukaneros, una peña futbolística
que ha conseguido meterse en el corazón mediático de la bestia, sacando
en partidos de primera división pancartas y consignas que llegan a una
parte importante de la población y que promueven la lucha social y la
conciencia obrera. Por eso, a pesar de ser una peña de fútbol, los
medios les criminalizan, el Estado les detiene, y hasta presiona para
que las personas de esta peña sean despedidas de sus trabajos.
Ejemplos de otros lugares y a diferentes
niveles los constituyen colectivos represaliados por plantear líneas de
actuación diametralmente opuestas a la lógica de la dominación: el
grupo ecologista Eguzki de Euskal Herria, la práctica desaparición del
PCE(r), el proceso que lleva al fin del Partido Panteras Negras, o la
criminalización de las FARC-EP dentro y fuera de las fronteras legales
de Colombia.
Es importante entender que la represión,
tan necesaria para el mantenimiento del sistema, no es posible sin el
Estado. Algunos representantes de los engranajes del sistema, incluyendo
la supuesta izquierda que pactó la Transición, han intentado e intentan
difundir la manipulación de que el Estado no es si no un actor neutro,
sin intereses propios, un agente que media entre todos los grupos de la
sociedad y que obedecería tan sólo a la voluntad mayoritaría de la
ciudadanía. Hasta el término ciudadanía es un componente tóxico que
tergiversa el funcionamiento histórico de las sociedades, que iguala al
opresor y al oprimido, a la persona trabajadora que tras su despido
tiene que vivir debajo de un puente con Amancio Ortega o Cristina
Cifuentes. Esto es algo muy útil de cara a los “pactos sociales” o los
“pactos de Estado”.
Muy al contrario, el Estado es un órgano
de dominación de clase fundamental para el mantenimiento de las
relaciones de opresión que sustentan el sistema capitalista. El Estado
burgués es, sin ninguna duda, una dictadura permanente de una minoría
sobre la mayoría trabajadora, independientemente de la forma que tome.
Ideología y represión directa: un vínculo al servicio de la opresión de clase
La división funcional clásica entre
aparato ideológico y aparato represor del Estado es útil, pero conviene
tener siempre en mente que existe una interrelación decisiva entre la
ideología dominante y la violencia represiva y tener en cuenta su
naturaleza dinámica. La totalidad del Estado está en permanente
actuación represiva, cambiando únicamente la intensidad o las
características de las fases represivas (tanto en cantidad como en
calidad represiva), que evolucionan y se adaptan según el contexto y la
lucha.
El Estado más opresor es el que no
necesita hacer explícita su represión, y la represión que no se ve es la
más efectiva. Lo más adecuado para la burguesía es mantener el control
social con un mínimo grado de violencia represiva, por ese motivo, las
formas de gobierno más útil para el gobierno han sido históricamente los
regímenes constitucionales burgueses. Otras formas de Estado que
emplean el uso masivo de la fuerza represiva, tales como el fascismo o
las dictaduras militares, sólo han sido aplicadas como último recurso
por las burguesías más débiles y recientes; la clase burguesa que es más
antigua y poderosa en sus marcos socioeconómicos, como la de Reino
Unido o EEUU, nunca ha tenido hasta la fecha la necesidad de recurrir a
tales medidas. La necesidad del uso generalizado de la violencia
represiva por parte de la clase dominante revela una disminución del
control que ejerce sobre la sociedad.
Es esencial interiorizar que la
represión nunca es sólo violencia. Las formas de la represión pueden
estar invisibilizadas o ser muy sutiles: los micromachismos son una
muestra de represión patriarcal hacia las mujeres que apenas es visible y
que es transversal a toda la sociedad.
Estrategias de la ofensiva estatal y apuntes sobre el ¿qué hacer?
Aunque los métodos que las clases han
utilizado históricamente para mantener su dominación son innumerables,
en la unión inseparable entre ideología dominante y violencia represiva
pueden encontrarse ciertas estrategias generales:
- Borrar de la memoria colectiva los elementos que no sean útiles al poder. Desde la eliminación de fiestas populares hasta la manipulación histórica en centros de estudio, esta ha sido una estrategia fundamental del poder establecido para arrebatar a los pueblos su memoria de lucha, su conexión con aquellas personas que combatieron en el pasado. Un pueblo sin lengua es un pueblo sin alma, y el imperialismo lo sabe bien. Ésa es la lógica que ha movido y mueve dentro del Estado español la ofensiva al euskera o el intento de destrucción sistemática del gaélico irlandés por parte del poder británico.
- Mecanismos para captar, moderar e integrar en el sistema aspiraciones y reivindicaciones populares. El paso de una organización o movimiento de luchar contra el sistema a luchar desde el sistema ha supuesto históricamente acabar trabajando por tibias reformas de corte social que finalmente llevan a jugar el papel de ser uno de los elementos que sustentan el orden establecido. Un ejemplo perfecto lo encontramos en la trayectoria del PCE, que ha ido rebajando su carácter revolucionario y de clase: de los planteamientos de la época de José Díaz y el Frente Popular, pasó por el aro de la legalización traicionando la bandera tricolor por la que tantos y tantas de sus militantes habían muerto y asumiendo la rojigualda y al hijo político de Franco como Jefe del Estado. Hoy, integrado en IU, es un partido puramente parlamentarista burgués que no plantea el más mínimo pulso al poder si eso obstaculiza su gran objetivo: sumar votos y cargos en las instituciones. Otro caso de un proceso parecido es el recorrido político del Sinn Féin en Irlanda, que pasó de formar parte de un movimiento de liberación nacional con un componente de insurgencia a formar parte del entramado del Estado irlandés y del británico.
- Contener y aplastar la resistencia y la lucha mediante la violencia (física, cultural, psicológica, etc). La eliminación física o la destrucción moral o mental de los militantes revolucionarios es la manera más rápida y tajante de frenar una amenaza contra el poder establecido. El exterminio de la Unión Patriótica en Colombia, con más de tres mil dirigentes y cargos políticos asesinados por distintos cuerpos paramilitares, es sólo uno de tantos dramáticos ejemplos que salpican de sangre la lucha de los pueblos y de la clase trabajadora.
La represión explícita y el nivel de
lucha popular guardan una relación directa. Como hemos dicho, al Estado
no le interesa ejercer de forma generalizada la violencia represiva, muy
al contrario, le interesa que su represión sea lo más sutil e implícita
posible. Sólo emplea la represión abierta cuando se ve obligado a ello.
La represión tiene su efecto, eso es
innegable. Puede cumplir con efectividad su objetivo de frenar la
legítima lucha del pueblo trabajador simplemente mediante la represión
directa de algunas personas clave y la desmoralización del resto.
Ante esto, la organización es una necesidad.
Sólo la organización puede sustentar y
dar continuidad a la lucha popular, mantener ardiendo la llama de la
rebeldía a pesar del carácter temporal de los estallidos populares.
Además, es esencial para sostener y poner en pie de nuevo a las personas
represaliadas: es necesaria para convertir su rabia impotente en
voluntad revolucionaria. Como una red de seguridad, impide que quiebre a
la militancia y permite que siga combatiendo.
La organización permite que las personas
cambien de mentalidad, que pasen de estar a “la defensiva” a estar “a
la ofensiva” y, lo más importante, da una respuesta surgida del análisis
colectivo frente al caos de preguntas sin respuesta del individuo.
La represión, en este caso la represión
explícita, también está sujeta a la dialéctica. Aunque su objetivo sea
aplastar la resistencia, la experiencia de lucha que las personas y las
organizaciones extraen de la represión sufrida tiene un gran valor: no
existe desarrollo sin conflicto.
En el contexto actual, es imprescindible
tener en cuenta la naturaleza dinámica de la represión y la necesidad
incuestionable de la organización revolucionaria para combatir y vencer
al sistema capitalista y toda su maquinaria opresiva.
La agudización progresiva de la crisis
económica está llevando a un aumento de la conflictividad social y a una
respuesta acorde de la represión -a todos los niveles- por parte del
Estado. Aun así, podemos ver que los estallidos de rabia popular, cada
vez menos comedidos, no han conseguido aumentar el grado de organización
del pueblo y carecen de continuidad. La construcción del poder popular,
que hace posible la acumulación de fuerzas, es aún incipiente.
El esperable recrudecimiento de la lucha
de clases y el endurecimiento paulatino de las masas populares -cuya
lucha está vertebrada por la lucha de la clase trabajadora- tendrá su
efecto, pero el movimiento popular será fácilmente dispersado y
controlado por los mecanismos de represión estatal si carece de una
coordinación efectiva de las luchas locales y sectoriales.
La práctica es la única prueba de la verdad.
Y la organización es una condición imprescindible de la victoria.
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