Estrategias para eliminar el patriarcado y construir el modo de vida socialista- Susana Gómez Ruiz

El capitaliismo al despojar a los trabajadores de los medios de producción, también separa la esfera de la producción de la esfera del consumo, asegurando su dominación sobre la clase trabajadora y apropiándose del plusvalor del obrero y de la obrera y del trabajo gratuito de la mujer en el hogar.


LA SOCIALIZACIÓN DEL TRABAJO DOMÉSTICO Y LA GENERALIZACIÓN DE LOS MEDIOS DE CONSUMO COLECTIVOS COMO ESTRATEGIAS PARA ELIMINAR EL PATRIARCADO Y CONSTRUIR EL MODO DE VIDA SOCIALISTA

El régimen capitalista, al despojar a los trabajadores de los medios de producción, también separa la esfera de la producción de la esfera del consumo y, de esta forma, asegura su dominación sobre la clase trabajadora. Los trabajadores y trabajadoras se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, con el que comprar los bienes y servicios necesarios para su sustento, pero ese salario no se basta sólo, requiere de la apropiación gratuita del trabajo de la mujer para hacer frente a las necesidades familiares. Así, el capital no sólo se apropia del plusvalor del obrero y de la obrera, sino también del trabajo gratuito de la mujer en el hogar.

La explotación capitalista es una sola, con dos caras.
La primera la muestra en el proceso de producción, en la fábrica y la segunda en el proceso de consumo, en la familia. Por eso, es importante combinar las luchas en la fábrica por la socialización de la propiedad y de la gestión de los medios de producción, con las luchas en la comunidad por la superación de la unidad doméstica individual, la socialización del trabajo doméstico y la generalización de los medios de consumo colectivos.

El presente ensayo parte del hecho de que las mujeres somos las  que más sufrimos los problemas de la comunidad, pero la mayoría de las veces los afrontamos de forma aislada, debido a que el capitalismo encierra a los seres humanos y a sus necesidades en la “unidad doméstica individual”. En el punto número dos se intentará explicar de forma resumida por qué el capital necesita a la unidad doméstica individual para mantener y reproducir su ciclo de dominación y explotación, en el que intervienen dos categorías económicas y sociales fundamentales: el trabajo doméstico privado y el salario. Después, en el punto tres se introducirán las alternativas políticas para combatirlas, a saber: la socialización del trabajo doméstico y la lucha por incrementar los medios de consumo colectivo. Por último, el punto cuatro pretende señalar cómo la materialización de estas propuestas en la comuna y en el urbanismo socialista es fundamental para avanzar en la construcción del modo de vida socialista. Cada milímetro del barrio y de la ciudad que planifiquemos como espacio colectivo, cada segundo de nuestra vida que dediquemos junto a los y las demás a la construcción colectiva del futuro socialista, es tiempo de vida que el capitalismo nos había robado y que estamos recuperando.

1. La importancia de la participación de las mujeres en la planificación de la Comuna Socialista.

Las mujeres hemos sido históricamente las personas más vinculadas al barrio, las que más directamente hemos sufrido sus problemas y las que más nos hemos activado en su defensa.

Al haber estado excluidas históricamente del trabajo asalariado formal, el tiempo que las mujeres hemos pasado en el barrio ha sido en promedio mucho mayor al de los hombres. Aún en los casos en los que las mujeres hemos tenido un trabajo retribuido fuera del hogar, la carga del trabajo doméstico y del cuidado de l@s hij@s que se nos supone “consustancial”[1], nos ha  obligado a aceptar puestos de trabajo más cercanos a nuestro lugar de residencia y cuyo nivel de responsabilidad pudiera ser compatible con nuestras “cargas familiares”. Por tanto, ya trabajemos fuera, o sólo dentro de casa, las mujeres hemos pasado y seguimos pasando más tiempo en nuestras comunidades, lo que nos ha permitido desarrollar un mayor sentimiento de pertenencia a ella.

En la comunidad de residencia, las mujeres diariamente vamos a la bodega a hacer compras, llevamos a l@s niñ@s a la escuela, los recogemos, l@s llevamos al médico, … y en esas actividades nos encontramos e interactuamos con otras mujeres. Si nos detenemos a escucharnos y a reflexionar, podremos darnos cuenta que nuestras cotidianidades y nuestros problemas son parecidos, y así podrá nacer un sentimiento de afinidad y solidaridad entre nosotras y con nuestro entorno inmediato. Esto es muy importante, ya que el sistema capitalista patriarcal necesita imponer la separación y la rivalidad entre todos los sectores de la clase trabajadora, incluidas las mujeres, para mantener su dominación.

Desde la reflexión colectiva, podremos darnos cuenta que los problemas del barrio son los nuestros. Si hay cortes de agua, somos las responsables de recogerla, ya que de eso depende que no se vea demasiado trastocado todo nuestro trabajo casero. Si la escuela no tiene clase durante una semana, nos toca faltar al trabajo. Si la guardería atiende sólo hasta las cinco, nos vemos obligadas a rechazar trabajos que por su localización o por su horario nos impiden llegar a la hora de cierre. Si hay problemas con el transporte colectivo, vemos limitada nuestra capacidad de desplazamiento, porque somos sus principales usuarias. Si hay acaparamiento o escasez de los alimentos básicos, nos vemos obligadas a ingeniárnoslas empleando  tiempo extra en las colas y en el rebusque, para que la familia se alimente de la forma más adecuada.

Sin embargo, no hay que olvidar que los problemas no nos afectan por igual a todas las mujeres. El carácter de clase, al igual que nuestra vinculación al resto de relaciones de poder y dominación que implica el capitalismo, determina nuestra realidad, nuestros problemas, nuestras reivindicaciones y nuestras formas de organizarnos.

La pobreza, el desempleo, la violencia, las deficiencias del sistema educativo y del sistema de salud, la precariedad del transporte público y la insalubridad de nuestras comunidades son problemáticas cotidianas que las mujeres de las clases explotadas no podemos evadir y que sufrimos más que cualquier otro sector de la población. No obstante, en la mayoría de los casos hemos hecho frente a estas dificultades de forma individual. Por ejemplo, cada una de nosotras ha buscado a la mamá o la hermana para pedirle ayuda con l@s niñ@s, ha conseguido guarderías privadas costosas y con precarias instalaciones, ha metido a l@s niñ@s en tareas dirigidas o ha pedido el favor a una vecina de que fuera a recogerlos a la escuela.

Esta solución individual de los problemas es resultado de la cultura capitalista. El capital necesita que la clase trabajadora no lo analice y cuestione en su globalidad, sino de forma fragmentada. A pesar de que sabemos que los problemas son comunes, este sistema perverso nos adiestra para intentar solucionarlos “cada cual como pueda”. Y, de la misma forma que el capital ha vencido durante mucho tiempo a las masas trabajadoras porque ha sabido dividir sus luchas, también la dominación de las mujeres se mantiene apoyada en nuestra división y falta de organización. Sin embargo, esta realidad tiene sus días contados en Venezuela.

2.¿Por  qué la unidad doméstica individual[2] sigue siendo tan importante para el  capitalismo? 

2.1 Porque tiene la función de preservar y transmitir la propiedad privada[3]

El capitalismo es un sistema económico que se basa en la desigualdad social, la explotación, el individualismo y la arbitrariedad e inequidad del mercado como regulador de la vida social.

En este sistema, la desigualdad social se materializa en la existencia de unas clases sociales, las clases trabajadoras (obrer@s, campesin@s y emplead@s del sector servicios público o privado) a las que previamente se les ha desposeído de los medios de producción y, de esa forma se les ha obligado a vender su fuerza de trabajo a quienes poseen o controlan el capital, la clase capitalista.

¿Pero cómo se opera esa primera desposesión?  Para despojar a una parte de los seres humanos de los medios de producción necesarios para la satisfacción de sus necesidades, y someterlos a relaciones de dominación y explotación económica, había que crear la forma de que esos medios de producción fueran de unos y no de otros , es decir, dejaran de ser colectivos. Y eso se logra con la aparición de la relación de «propiedad», es decir, con la creación de la propiedad privada. Antes de la aparición de la propiedad privada, la tierra, los medios de producción y las viviendas eran de toda la comunidad y su trabajo o producción estaban asociados a satisfacer directamente las necesidades de todos y todas.

La «propiedad privada» nace mediante el empleo de la fuerza y la coerción por parte de un grupo para apropiarse de lo que antes era colectivo. Pero, además era necesario que esa propiedad que pasaba a ser de unos pocos, siguiera siendo también de unos pocos en la siguiente generación.  De esa forma, junto a la propiedad privada, nace la familia patriarcal[4] como guardiana y transmisora del patrimonio, es decir, de la propiedad privada que corresponde ahora a una «unidad doméstica individual»  o familia y no al conjunto de la comunidad.

2.2. Porque tiene el cometido de garantizar la reproducción diaria y generacional de la fuerza de trabajo. 

Frente a unas pocas unidades domésticas individuales o familias que quedan con patrimonio, están las demás que deben vender  su fuerza de trabajo al capital, a cambio de un salario con el que sobrevivir. Por tanto, en el capitalismo no sólo los frutos del trabajo de los seres humanos se convierten en mercancías[5], sino que también la fuerza de trabajo es una mercancía que se compra y se vende.

¿Y dónde se produce y reproduce esa mercancía llamada fuerza de trabajo? En la unidad doméstica individual.

La familia patriarcal en el capitalismo, no sólo es la sede de la reproducción biológica, sino también la sede de la reproducción de la fuerza de trabajo, tanto diaria como generacional. En la familia, a través del trabajo gratuito de la mujer, los bienes de consumo comprados con los salarios se convierten en bienes elaborados, permitiendo que al día siguiente l@s trabajdor@s puedan volver a vender su fuerza de trabajo al capitalista. Es decir, se garantiza la reposición diaria de la energía aplicada en el proceso de trabajo, y además se cría, alimenta, educa y prepara a la siguiente generación de trabajador@s que necesitará el capitalismo para continuar su ciclo de explotación y dominación.

2.3. Porque es un lugar donde se reproducen las relaciones de clase y de género

La familia patriarcal, basada en la dominación económica y cultural de la mujer, es también uno de los lugares donde se reproducen las relaciones de clase y de género que necesita el capitalismo para mantener su orden. Es decir, la familia además de transmitir la propiedad privada, enseña la ideología patriarcal y capitalista con todos sus valores de autoritarismo, verticalismo, sumisión y miedo, tan necesarios para ir adoctrinando a l@s futur@s trabajador@s en la resignación y el sometimiento.

El primer espacio donde las personas aprendemos a aceptar el «sistema» sin cuestionarlo y analizarlo suele ser la familia. El «porque lo digo yo», el «mientras estén en mi casa, hacen lo que yo diga» o el «si no le gustan las cosas, ya saben dónde está la puerta» son parte de las actitudes autoritarias que asimilamos desde pequñ@s como algo «natural» o «normal». De esa forma vamos aprendiendo que las «cosas son como son» y que hay que aceptarlas. La familia tiene, de esa manera, la función de reproducir y reforzar la verticalidad del poder de la clase dominante y de ser la primera institución transmisora de la ideología burguesa patriarcal, con la que se topa el ser humano. Después la persona pasará por la escuela, la iglesia, la universidad y el ejército, donde se repetirá el mismo esquema de autoritarismo y sometimiento, y llegará a la fábrica o a la empresa perfectamente adiestrado en la obediencia, el conformismo y la falta de cuestionamiento a las diversas manifestaciones de la dominación capitalista.

Además, el hecho de que la supervivencia de todos los miembros no asalariados de la familia dependan de la estabilidad laboral de los que perciben salarios, junto a que el consumismo se nos imponga como uno de los principales medios de realización personal, funcionan como los eslabones de una cadena puesta en el cuello de los obreros y obreras, limitando la combatividad de las clases explotadas y manteniendo la explotación capitalista.

2.4. Porque a través del trabajo doméstico gratuito de la mujer, el capitalista puede imponer niveles salariales más bajos, aumentando su tasa de ganancia.

El salario familiar representa el valor de cambio (o precio) de la fuerza de trabajo y viene dado por el valor de los medios de existencia indispensables para satisfacer necesidades físicas, sociales y culturales del obrero y de su familia[6]. Sin el trabajo doméstico gratuito de la mujer en la «producción» de las nuevas generaciones de trabajadores y trabajadoras y en la provisión de los servicios cotidianos necesarios para su reproducción (comida, aseo, etc.), la familia habría tenido forzosamente que comprar esos servicios a precios de mercado, lo que habría supuesto elevar el valor de los medios de existencia indispensables de la familia y consecuentemente el nivel del salario mínimo, disminuyendo así la plusvalía que se apropia el capitalista.

Este hecho es más palpable en las crisis económicas capitalistas, donde una caída del salario real implica siempre una intensificación del tiempo que la mujer tiene que emplear en el trabajo doméstico. Un ejemplo claro, es que cuando el salario da para menos, se sustituyen los alimentos elaborados (que son más caros) por alimentos que implican más trabajo en el hogar para su preparación, obligando a la mujer a pasar más tiempo diario en la cocina. Otro ejemplo es el recorte dentro del presupuesto familiar de determinados servicios de cuidado, educación o entretenimiento de niños o ancianos, que son sustituidos por el cuidado directo de la mujer, incrementando su jornada de trabajo.

2.5. Porque convierte a la mujer en fuente preferencial del ejército de reserva del trabajo para el capital

El capitalismo es un sistema económico con serios límites y contradicciones en su crecimiento, que se manifiestan en crisis periódicas de sobreproducción.[7] Es claro que al capital le interesa explotar directamente al mayor porcentaje posible de población trabajadora, ya que de esa forma aumenta la plusvalía agregada y consecuentemente la ganancia del capital. En este sentido, el capitalismo podría tener interés en incorporar a toda la población femenina en el mercado laboral, pero como tiene un limite estructural en la absorción de la fuerza de trabajo, utiliza a los trabajadores y trabajadoras sobrantes como ejército de reserva que, a través del aumento de la competencia por puestos de trabajo, fuerzan la caída del salario y debilitan la lucha de las clases trabajadoras.

Durante una parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, hubo una fuerte tendencia a la exclusión de la mujer casada del proceso de trabajo asalariado. Sólo el hombre tenía un trabajo asalariado, por el cual recibía un «salario familiar» con el cual se garantizaba la compra de los insumos necesarios para la subsistencia del esposo, la esposa y los hijos. Este «salario familiar» se complementaba con el trabajo gratuito de la mujer que convertía los insumos comprados en bienes aptos para el consumo familiar.

Más tarde, cuando el capitalismo vuelve a  contratar a las mujeres, asume que sólo es necesario pagarles un salario que cubra los costos derivados de tener que salir a trabajar fuera del hogar, el cual puede no cubrir siquiera la reposición completa de su fuerza de trabajo. De esa forma, el capitalista paga a las mujeres salarios muy bajos y prescinde de ellas cuando baja la demanda de mano de obra, con  la excusa de que la mujer no necesita su salario para subsistir, ya que su subsistencia está cubierta con el salario de su marido. Esta lógica del capitalismo perpetúa la dependencia económica de la mujer respecto del hombre, mantiene el nivel de salarios de las mujeres muy por debajo del de los hombres, hace que seamos nosotras las primeras despedidas en las crisis y nos coloca mayoritariamente en el empleo informal.

2.6. Porque convierte a la familia en la unidad de consumo individual, que media entre la esfera del consumo y la esfera de la producción.
 
El capitalismo, al separar a los productores (a los trabajadores) de los medios de producción, fraccionó la actividad económica en dos esferas: la esfera de la producción de mercancías y la esfera de consumo de las mismas, y condenó a l@s trabajador@s a ser esclav@s del capital y del mercado.

Una sola esclavitud con dos caras. Obligad@s a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario y obligad@s a comprar con ese mismo salario los bienes que ell@s mismos han producido, es decir, los frutos de la utilización de su fuerza de trabajo. Esa separación, que segmenta la vida misma de los obreros y obreras, es la que permite la realización de la ganancia capitalista, la que como hemos visto no es más que la apropiación del plusvalor (o excedente social si hablamos para el conjunto de la sociedad) que produce la clase obrera.

Así, cuando examinamos la familia trabajadora desde el mercado de bienes y servicios, el espacio del trabajo extradoméstico es el espacio relacionado con la producción de mercancías, mientras que el espacio doméstico está relacionado  con el consumo. Sin embargo, cuando analizamos la mercancía “fuerza de trabajo” nos damos cuenta que ésta se produce en la esfera doméstica y se consume en la esfera de la producción mercantil. En consecuencia, la unidad familiar se encuentra entre el mercado de la fuerza de trabajo y el mercado de bienes de consumo. El trabajo doméstico y el salario median entre los dos mercados y los ponen en relación. Son, por tanto, elementos fundamentales para la realización y reproducción del ciclo del capital.
  1. La socialización del trabajo doméstico y la satisfacción colectivas de las necesidades humanas
El socialismo tiene entre sus tareas fundamentales suprimir la explotación económica, lo que significa que la fuerza de trabajo deje de ser una mercancía. El reto implica abolir el mercado e instaurar la planificación colectiva como forma de: a) determinar las necesidades colectivas y b) organizar la producción social y la distribución de la misma para la satisfacción de esas necesidades.

Hasta ahora se ha visto como el capitalismo necesita a la unidad doméstica individual, o sea a la familia capitalista patriarcal, para mantener su ciclo de explotación, y cómo se completa este ciclo. Por un lado necesita a la familia para la producción y reproducción de su mercancía central: la mercancía fuerza de trabajo, que se venderá a cambio de un salario. Con el uso de esa mercancía, el capitalista produce el resto de las mercancías que «necesita» la sociedad y vuelve a utilizar a la unidad doméstica individual como compradora individual (a través del salario) de las mercancías que sus miembros han producido con su fuerza de trabajo.

En todo ese ciclo intervienen, al menos, dos categorías económicas y sociales fundamentales para el capitalismo[8]: el trabajo doméstico privado y el salario. Es aquí, entonces, donde consignas clásicas del feminismo socialista, como «la socialización del trabajo doméstico» y la lucha por incrementar los medios de consumo colectivo, aparecen como totalmente vigentes e imprescindibles para derrotar al capitalismo y avanzar en el socialismo, ya que golpean el ciclo autoreproductivo del capital.

3.1. La socialización del trabajo doméstico

Al capitalismo le ha interesado mantener el trabajo doméstico encerrado en cada uno de nuestros hogares. La economía burguesa siempre ha considerado al ama de casa como «población inactiva». Para ellos, el ama de casa no trabaja. Sin embargo, cualquier «ama de casa de la clase trabajadora, sabe muy bien que necesita doce o catorce horas de trabajo duro para sacar adelante a su familia. Sabe que su trabajo supone elaborar productos -cuando prepara la comida o hace la ropa-, transportarlos -cuando hace la compra-, mantenerlos -cuando hace la limpieza o lava la ropa, cuando plancha y remienda la ropa-, prestar servicios -cuando atiende a niños, enfermos y ancianos, cuando se acuesta con el marido-.»[9] Pero, a  pesar de esa constatación, la ideología burguesa ha disfrazado este trabajo como un deber natural de las mujeres, para obligarnos a entregárselo gratuitamente al capital.

Ahora bien, el trabajo doméstico gratuito de la mujer no sólo es provechoso para el capital, sino también para mantener la dominación específica del hombre sobre la mujer, ya que mantiene una forma de explotación precapitalista, cercana a la servidumbre. Como la fuerza de trabajo del ama de casa no es una mercancía (como sí lo sería la de la trabajadora doméstica), nadie compra su uso durante determinadas horas. Pero eso no significa que no sufra explotación económica. Esa ausencia de horario formal  se traduce en que al ama de casa  en vez de explotarla por ocho horas, durante X días al año, se la explota durante toda su vida.

Y como nadie “compra” su fuerza de trabajo, tampoco tiene salario. Ahora bien, ya hemos visto que sin el trabajo que realiza la mujer en el hogar, el “salario familiar” no alcanzaría para la reposición diaria y generacional de la fuerza de trabajo. No obstante, este salario no es recibido por la familia, sino por el trabajador, quien determina su utilización y de esa forma mantiene un poder directo sobre su mujer y sus hijos. Apreciamos así, que el trabajo del ama de casa no se liga al trabajo social a través de un contrato laboral, sino a través del contrato matrimonial, el cual permite que se mantenga vigente la relación de dominación patriarcal.

Pero si la reproducción de la fuerza de trabajo es tan importante para cualquier sociedad, ¿cómo llevarla a cabo sin reproducir relaciones de dominación y explotación?

Los pasos que se perfilen en este sentido, deben apuntar a conseguir que la fuerza de trabajo, es decir la vida misma del ser humano, deje de ser una mercancía. Y esto sólo se logra superando el mercado y consolidando la planificación colectiva de la producción y reproducción de la sociedad. Por eso no creemos que “el salario para el ama de casa” ayude a profundizar el socialismo, ni a liberar a la mujer de la explotación del trabajo individual en el hogar.

Al contrario, apostamos por la socialización del trabajo doméstico, como una de las medidas para superar la dominación que sufren los y las trabajadoras a partir de la división entre producción mercantil, trabajo gratuito privado en el hogar y consumo individual de mercancías.

Socializar el trabajo doméstico significa «sacarlo de casa», realizarlo en colectivo, convertirlo en industria social. Implica que esas mismas actividades que cada mujer realiza de forma individual, recluida y sin medios técnicos y que suponen sobrejornadas excesivas que consumen su energía y su vida, sean planificadas y asumidas por el conjunto de la sociedad. Significa convertir el trabajo aislado que se realiza de forma servil y arcaica en una industria socialista que incorpore todos los avances técnicos y científicos y aproveche los progresos que suponen la planificación colectiva y la gestión socialista. Socializar el trabajo doméstico permite ahorrar alrededor del 30% del tiempo social de trabajo de toda la sociedad para usarlo en el sector de la educación, la cultura, la salud, la producción agrícola, y la industria, entre otros.[10]

A pesar de que una buena parte del trabajo doméstico de antaño hoy es trabajo industrializado, como por ejemplo la producción de ropa, esta transformación se ha hecho bajo relaciones de producción capitalistas, y por tanto, sometida a la lógica de la acumulación y explotación del capital. En el socialismo, sin embargo, la socialización del trabajo doméstico debe estar basada en una planificación colectiva del tiempo social de trabajo y en una óptima y justa satisfacción de las necesidades sociales. Crear restaurantes y lavanderías socialistas en cada uno de nuestros Consejos Comunales, masificar las guarderías públicas y los simoncitos con horarios extendidos que cubran toda la jornada de trabajo de la mujer, incluido el tiempo que emplea en el desplazamiento, poner en funcionamiento casas socialistas de cuidado y recreo de l@s adult@s mayores, o construir ludotecas comunales para el cuidado de l@s niñ@s después del horario escolar, a través del entretenimiento lúdico, deportivo y cultural; son tareas que apuntan a convertir el trabajo doméstico en industrias socialistas y posibilitan superar las políticas paternalistas de subsidio a la pobreza[11], por políticas de generación de empleo productivo de impacto social extraordinario, cuya inversión se ve compensada por el importante ahorro de infraestructuras y de tiempo social de trabajo y el consecuente aumento de la productividad social de la nación.[12]

Pero además, socializar el trabajo doméstico no sólo implica romper las cadenas de dominación económica que aún pesan sobre las mujeres, sino romper las cadenas que hacen dependientes a las comunidades de los circuitos mercantiles del capital privado. De esta forma, la socialización del trabajo doméstico se pone en relación directa con nuestra siguiente propuesta.

Pero antes de pasar a ella, es importante matizar la diferencia entre la socialización del trabajo doméstico y el reparto de las tareas en el hogar. Por supuesto, la corresponsabilidad de los hombres en las tareas del hogar y del cuidado permitiría, si no fuera por lo utópico que ha resultado en su aplicación real, que las mujeres no tuviéramos la carga exclusiva de ese trabajo esclavizante. Sin embargo, esta medida por si sola no elimina el carácter esclavo y atrasado del trabajo doméstico y, lo que es peor, no hace nada por superar una de las contradicciones fundamentales en las que se basa el sistema capitalista, como es la escisión entre el carácter social de la producción y el carácter privado del consumo.

Las condiciones de aislamiento, escaso rendimiento productivo y sometimiento en que se lleva a cabo la reproducción individual de la fuerza de trabajo se mantienen, así sean realizadas por un hombre o sean repartidas entre un hombre y una mujer. Por tanto, repartir el trabajo doméstico si bien es fundamental para generar una relación de solidaridad y camaradería entre la pareja, no pasa de ser una solución individual, por lo que no puede convertirse en la excusa para evadir la lucha fundamental por la superación de la familia capitalista patriarcal.

Al colocar el reparto de las tareas dentro de la “unidad domestica individual” como bandera principal de la lucha feminista, se termina aceptando la permanencia de la familia capitalista patriarcal. Es por esto, que cuando esta reivindicación termina siendo una medida reformista, ya que supone retrotraer la lucha política contra el sistema capitalista en su globalidad a una pelea individual, dentro de una institución que terminamos legitimando. Por esta razón, desde Insumisas consideramos que el reparto individual de tareas sin más, no es en absoluto, la solución socialista al problema.

La cualidad revolucionaria de las propuestas socialistas radica en que no se contentan con colocar pequeños parches a los grandes problemas que impone el sistema de explotación capitalista patriarcal, sino que buscan su superación radical. Como genialmente propone Lenin, no sólo la verdadera liberación de la mujer, sino, el verdadero comunismo va de la mano de la transformación masiva de la pequeña economía doméstica en gran economía socialista. O lo que es lo mismo, de la socialización del trabajo doméstico convirtiéndolo en industrias y servicios socialistas, en las que trabajemos hombres y mujeres conjuntamente[13].

3.2. La satisfacción colectiva de las necesidades humanas

Bajo el capitalismo, la familia es absolutamente dependiente de sus ingresos individuales, porque buena parte de la satisfacción de sus necesidades depende de ellos. El salario es la cadena que esclaviza al obrero y a la obrera, pero además es el factor que los diferencia e individualiza, fracturando su fuerza como clase social a través de la competencia. Mientras el salario sea el mediador entre la producción y el consumo, permanecerán vigentes categorías económicas fundamentales del régimen capitalista como la ley del valor, el mercado, la mercantilización de la fuerza de trabajo y la explotación económica. Por tanto, el socialismo no se puede contentar sólo con socializar la propiedad de los medios de producción, sino que debe avanzar hacia la reunificación de las esferas de la producción, el consumo y la distribución a través de la planificación central colectiva.

Una forma de reunificar estas esferas es mediante la sustitución progresiva de los medios de consumo individual por los medios de consumo colectivo, lo que permite avanzar hacia el principio de “cada quien según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”[14]. El crecimiento y multiplicación de los bienes y servicios de consumo colectivo posibilitan que el salario individualizado vaya perdiendo importancia, que vaya disminuyendo la desigualdad social[15] y que se avance en la planificación colectiva.

Los ingresos familiares en el capitalismo se distribuyen esencialmente en comida, transporte, educación, salud,  entretenimiento y consumo suntuario[16]. Una parte estas necesidades se cubren de forma individual o privada a través del salario y otra de forma pública o socializada a través de la distribución de la renta pública nacional (ingresos petroleros, impuestos, etc.). Pero como aún el mercado y el salario son componentes importantes de la regulación económica, nos encontramos con familias con ingresos muy superiores a las necesidades medias y con otras, la mayoría, con ingresos mucho menores.

Las familias con más ingresos salariales y las pertenecientes a las clases poseedoras tendrán un gasto semanal en comida mucho mayor que una familia obrera, pero que le significará una pequeña proporción de sus salarios. La parte de estos que utilice en movilizarse los empleará en transporte individual, ya que el estatus económico familiar en el capitalismo se mide por el número y el precio de los carros que tiene cada familia. Generalmente utilizarán la educación y la salud privada, que a pesar de estar subsidiadas, tienen unas barreras económicas de acceso que hacen que las familias con menos ingresos no puedan acceder a ellas. Por último, podrán utilizar una proporción mayor de sus ingresos en entretenimiento y gastos suntuarios o dedicarlos al ahorro o a la inversión. Unos ingresos privados altos les garantizan un nivel de vida totalmente diferenciado del de una familia obrera, por ejemplo.[17]

Las familias con menos ingresos salariales en cambio, emplean una buena parte de su salario en comida y en  transporte público. Otra parte la emplean en completar los bienes y servicios no cubiertos por la salud y la educación pública y, por último, habrá un residuo que empleen en “algún caprichito que les venda la sociedad consumista”.

Ahora, supongamos una familia obrera que desayuna y almuerza en la fábrica (el papá y la mamá) o en la escuela  (l@s hij@s) y cenan tod@s en la arepera socialista de su consejo comunal. El costo del transporte que emplean en trasladarse a sus lugares de estudio o de trabajo está totalmente cubierto de forma pública[18]. En la escuela y en la fábrica  (socialista, por supuesto) les entregan los uniformes cada año y les hacen chequeos de salud trimestrales. Cualquier irregularidad es cubierta totalmente por la salud pública. La escuela, que está en la comunidad, tiene programas de extensión cultural y deportiva adecuados al horario de trabajo de los adultos. Además la fábrica socialista tiene convenios con complejos vacacionales estatales por medio de los cuales cada trabajador puede desplazarse y disfrutar de estos sitios 30 días al año, sin ningún desembolso privado por su parte. L@s niñ@s tienen un plan vacacional adicional de 30 días financiado por el estado en otros complejos vacacionales especialmente diseñados para el entretenimiento y aprendizaje de los menores. En el consejo comunal hay una lavandería colectiva, una sala de cine comunitario, una biblioteca, una sala de juegos para los niños y diversas canchas deportivas con los elementos que necesitan para utilizarlas (balones, raquetas, bates de béisbol, …). Por último, el estado garantiza la utilización moderada y responsable de la electricidad, el teléfono y el agua, sin desembolsos privados.

La familia del ejemplo tendría cubiertas básicamente todas las necesidades de alimentación, salud, educación y entretenimiento sin haber usado su salario y sin haber intervenido el mercado. Es decir, su salario podría ser cercano a cero y sin embargo la familia no tener ninguna carencia en cuanto a la satisfacción de sus necesidades básicas. Más aún el salario de todas las familias que conformaran ese consejo comunal podría tender igualmente a cero, y sin embargo, estaríamos en una vecindad con niveles de vida ejemplares.

Como podemos apreciar, a través de la generalización de los bienes de consumo colectivos, el principio de “cada quien según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades” podría ser algo más cercano y el avance hacia la igualdad social y económica, un hecho incuestionable.[19]

4. La comuna como germen de formas más avanzadas de organización local socialista y el urbanismo socialista

Hemos visto que la socialización del trabajo doméstico y el incremento de los bienes de consumo colectivos son pasos que contribuyen a que la producción y distribución del excedente social sea planificado y controlado por los y las trabajadoras, a través del estado. En esta sección vamos a apuntar cómo la materialización de estas propuestas en la Comuna y en el urbanismo socialista son fundamentales para avanzar en la construcción del modo de vida socialista.

4.1. Hacia el diseño del nuevo modo de vida socialista[20] al interior de la comuna

Para no pecar de ingenuidad, ni de idealismo, hay que dejar bien claro que, mientras los grandes medios de producción sigan estando privatizados y la lógica de acumulación de capital y el mercado aún regulen la vida económica del país, va a ser imposible superar el modo de vida capitalista.

Pero a pesar de esta realidad, insistir en el diseño de un nuevo modo de vida socialista en nuestras comunidades, permite comprender la importancia de superar la separación entre la producción y el consumo. También nos ayuda a entender que el socialismo necesita: a) la socialización general de la producción, que implica socializar tanto la propiedad de los medios de producción, como la planificación y la gestión de la producción y b) la socialización de la satisfacción de las necesidades humanas, que implica cambiar los medios de consumo individuales por medios de consumo colectivos.

El sistema de vida individualista, propio del capitalismo y absolutamente necesario para su reproducción, marca la construcción de los pueblos y ciudades capitalistas, tanto en su ordenación urbana, como en el tipo de viviendas y su distribución interior.

La vivienda capitalista[21] es el lugar de la satisfacción individual de las necesidades cotidianas de la familia. En este sentido, el apartamento moderno es el espacio por referencia de la familia actual, que es la familia llevada a su mínima expresión histórica. El modo de vida individual exige que cada vivienda esté acondicionada para solucionar de forma individual y fraccionada las necesidades familiares. De esta forma, cada vivienda capitalista debe tener una cocina acondicionada con electrodomésticos y armarios para almacenar alimentos, un comedor, uno o varios baños, habitaciones para que duerman los miembros de la familia y a veces hasta para «l@s invitad@s», o para que jueguen l@s niñ@s (cada vez más aislad@s y más dependientes de las consolas, el computador y la televisión). Todas estas dotaciones individuales le son necesarias al capitalismo para activar la demanda privada  de mercancías, que le permite retrasar sus crisis, pero a costa de devastar la naturaleza y comprometer el futuro de las próximas generaciones. Además, estas viviendas no sólo contribuyen al desarrollo del sistema de vida individualista e insolidario, inherente al capitalismo, sino que lo inyectan a las nuevas generaciones, retrasando y dificultando la consolidación de estructuras socialistas.

Para suprimir este sistema de vida consumista, es necesario romper la base material que lo alimenta y esa pelea se puede ir adelantando, promocionando la socialización del trabajo doméstico y los medios de consumo colectivo como proyectos socialistas a desarrollar en nuestras comunas.

La preparación de alimentos a través de fábricas socialistas de alimentos procesados que surtan la comida a los comedores colectivos en escuelas, aldeas, fábricas, hospitales y consejos comunales; las multiplicación de las areperas socialistas; la construcción de lavanderías comunales; los talleres comunales donde existan útiles y herramientas de utilización y cuidado común[22] (estos talleres podrían ser de adecuación de vivienda y mobiliario, de costura, mecánicos, …); las bibliotecas comunales que sean sitio de consulta y de trabajo en equipo; las áreas comunales de juego y esparcimiento, donde l@s niñ@s pongan en común sus juguetes y puedan jugar junt@s; o los espacios de cuidado y recreación de l@s adult@s mayores pueden ser algunos de ellos.

El diseño de soluciones habitacionales que contemplen la socialización del trabajo doméstico y la sustitución de medios de consumo individuales por medios de consumo colectivos deben también perfilarse como proyectos pilotos de ensayo del nuevo modo de vida socialista.

4.2. La comuna como parte del «Plan General de Construcción del socialismo» 

Si la comuna es «el espacio donde vamos a engendrar y a parir el socialismo desde lo pequeño […] hacia lo grande», tal como lo definió el presidente Chávez[23], tanto el problema de su construcción, como el de la necesaria solución de viviendas en ciudades y pueblos, deben estar inscritos en un plan general de desarrollo económico y social, que debe entenderse como «El Plan General de Construcción del Socialismo».

Este «Plan General de Construcción del Socialismo» se debe hacer específico en lo local, en cada Comuna, en «un plan de construcción del socialismo en lo concreto» tal como lo orientan las Líneas Estratégicas de Acción Política del PSUV. Pero, es fundamental considerar estos planes «en lo concreto» como partes constituyentes y constitutivas del Plan General, que debe orientar y organizar con suficiente claridad y detalle cómo se va a plasmar la construcción del socialismo en este periodo determinado.[24]

La Comuna debe apuntar hacia un salto cualitativo desde lo fraccionado, que en nuestras comunidades se representa en la unidad doméstica individual, hacia lo colectivo, que estaría representado en la instancia más cercana por el complejo comunal o Comuna, pero que no se detiene allí, sino que se conecta con los niveles más universales a través del «Plan General de Construcción del Socialismo». El Plan General es lo que permitiría superar la segmentación y alienación que impone el capitalismo en todos los niveles de la vida social.

A pesar que los ritmos, los retos y las necesidades colectivas no se van a presentar de forma exactamente igual en una comuna campesina, en una comuna al interior de una ciudad densamente poblada, en una ciudad intermedia o al interior de ciudades o núcleos urbanos de nueva construcción, todas tendrán en común la necesidad de apuntar a la construcción del nuevo modo de vida socialista, que no sólo debe pasar de lo individual a lo colectivo, sino que debe romper la fragmentación de la vida impuesta por el capitalismo, que hemos venido analizando.

4.3. De la ciudad capitalista a la ciudad socialista

Es indudable, que edificar el socialismo tiene una relación directa con la reconstrucción socialista de nuestro entorno espacio-temporal, de nuestro urbanismo, de nuestro sistema de comunicación, de la utilización de nuestro tiempo, de nuestras relaciones familiares y afectivas, del impulso y desarrollo de los medios de consumo colectivo, etc. Parafraseando al Ché diríamos que «no es posible construir el socialismo con las ciudades melladas del capitalismo y su estilo de vida individualista».

El barrio, el pueblo y la ciudad capitalista, se concibieron y realizaron en función de la división social del trabajo de la sociedad en su conjunto y del óptimo control de las masas de trabajador@s y desemplead@s, tanto en su calidad de productor@s, como en su calidad de consumidor@s privad@s. La concepción espacial de la sociedad capitalista garantiza una óptima dominación del capital sobre el trabajo, una absoluta dependencia del mercado, una marcada segmentación social del espacio (barrios de familias adineradas perfectamente diferenciados y alejados de  los barrios populares) y la continuidad de la familia patriarcal como unidad doméstica individual.

Además, el régimen de control capitalista reguló el espacio utilizando los mismos principios de organización que había utilizado en la empresa privada capitalista para controlar y dominar a los trabajadores. El autoritarismo, la jerarquización social, la segmentación y separación de los procesos productivos, la competitividad, la represión, la supervisión policíaca, la discriminación, la insolidaridad y el individualismo se reflejaron en la organización del espacio en todos sus aspectos e impusieron un modo de vida homogéneo: el modo de vida capitalista.

A esto hay que añadir que el proceso de desarrollo dependiente y subordinado, que impuso primero el colonialismo y después el imperialismo en Latinoamérica, ha determinado fuertemente el carácter de nuestras ciudades. En Venezuela, el proceso de desarrollo capitalista marcado además por el rentismo, el escaso desarrollo del sector industrial, la depauperación del sector agrícola y la corrupción, dio lugar a estas hipertróficas, abarrotadas, insalubres e inseguras ciudades que padecemos hoy día. El mercado es el reino de la anarquía económica, sólo regulada por la ley del más fuerte, y en medio de la más brutal anarquía urbanística es que se han desarrollado nuestras ciudades.

Entonces, si el barrio, el pueblo y la ciudad capitalista están diseñados para encerrar a los seres humanos dentro del modo de vida capitalista, es fundamental proyectar la ciudad socialista y la Comuna como lugares donde se van a ir construyendo las condiciones para el nuevo sistema de vida socialista. Para ello es necesario acabar con la separación entre los espacios y tiempos del trabajo, el estudio, el consumo y la recreación.

Para el capitalismo, el tiempo de trabajo es productivo porque produce valor (valor de cambio, es decir, mercancías) y el resto del tiempo es improductivo. Pero como hemos visto, el capitalismo necesita que el tiempo de vida que los y las trabajadoras no dedicamos a la creación de mercancías, lo dediquemos al consumo de las mismas, nunca a pensar, ni a organizarnos. Por esta lógica, el régimen capitalista fue suprimiendo el espacio público urbano e imponiendo los centros comerciales (sería mejor llamarlos centros de alienación) de forma que todo el tiempo y espacio que quedaba fuera del trabajo mercantil, fuese inexorablemente tiempo y espacio para el consumismo. Aquí hay que señalar que nos referimos tanto al consumo de bienes materiales, como al consumo de la ideología capitalista, a través de las estrategias de alienación individualista al interior de las viviendas (televisión, internet, video-juegos, …).

En el socialismo, en la medida que el tiempo y el espacio de todos y todas estén dedicados a solventar las necesidades colectivas de forma planificada, no habrá tiempo «improductivo». Todo el tiempo social (el de la elaboración de bienes, el del estudio, el del debate político, el del deporte, el de la recreación, el del amor, etc.) será productivo, pero no de mercancías, sino de nuevas relaciones sociales y por tanto, del nuevo modo de vida socialista.

Es fundamental entonces, que a la hora de diseñar la Comuna, tengamos la meta de que cada vez más espacios y tiempo de nuestra vida sean colectivos. Cada milímetro del barrio y de la ciudad que planifiquemos como espacio colectivo, cada segundo de nuestra vida que dediquemos junto a los y las demás a la construcción colectiva del futuro socialista, es tiempo de vida que el capitalismo nos había robado y que nosotros y nosotras estamos recuperando.

BIBLIOGRAFÍA

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MAGRY, S. Política estatal de vivienda: exigencias del capital y lucha de clases,
París, 1977

SABSOVIČ, L.M., La ciudad del futuro y la organización de las condiciones de
vida socialistas, Moscú, 1929

TOMÉ, S. La ciudad socialista y la ciudad sostenible, Barcelona, 2005

TROSTKY, L. Sobre la cuestión femenina, Moscú, 1923


[1] Desde hace miles de años las religiones hicieron creer a los pueblos que el sometimiento de la mujer era algo natural, derivado de la voluntad divina. Posteriormente, con el capitalismo, ciertas corrientes ideológicas(como el positivismo) dieron un disfraz científico a la naturalización de la subordinación de la mujer, haciéndonos creer que las extensas horas que invertimos en la reproducción física, afectiva y cultural de la fuerza de trabajo a través de la unidad familiar,  no es trabajo, sino parte de nuestra condición natural de esposas y madres.

[2] Cuando hablamos de «unidad doméstica individual» nos estamos refiriendo a lo que comúnmente entendemos como familia, pero que en realidad es «la familia patriarcal capitalista». El grupo de reproducción biológica  no es algo universal y ahistórico. Cada sociedad, cada sistema económico se caracteriza por un modo de producción y un modo de reproducción determinados e interdependientes entre sí. En la sociedad capitalista, la familia hereda muchos de los rasgos de la familia patriarcal, pero además se va limitando a su núcleo más restringido, en comparación con otras culturas y épocas. Esta restricción tiene mucho que ver tanto con el carácter individualista, competitivo e insolidario del sistema capitalista, como con su evolución histórica.

[3] En  este documento se da por hecho la división social del trabajo. Su explicación se ha obviado voluntariamente a pesar de lo importante que es en la aparición de la propiedad privada y en el mantenimiento de la dominación capitalista y de la dominación específica de la mujer, porque un análisis del concepto que lo haga comprensible de forma suficientemente clara, implicaría una explicación más amplia de lo que permite la extensión de este ensayo.

[4] «En su origen, la palabra familia no significa el ideal, mezcla de sentimentalismos y de disensiones domésticas, del filisteo de nuestra época; al principio, entre los romanos, ni siquiera se aplica a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los esclavos. Famulus quiere decir esclavo doméstico, y familia es el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo hombre. En tiempos de Gayo la «familia, id es patrimonium» (es decir, herencia), se transmitía aun por testamento. Esta expresión la inventaron los romanos para designar un nuevo organismo social, cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, a los hijos y a cierto número de esclavos, con la patria potestad romana y el derecho de vida y muerte sobre todos ellos.» (Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado).

[5] En el capitalismo, las personas no producen directamente para satisfacer sus necesidades, sino para intercambiar lo producido por dinero a través del mercado. Sólo indirectamente podrán intentar después comprar con ese dinero los productos necesarios para satisfacer sus necesidades.

[6] Este es un supuesto general de la teoría marxista en la explicación de la explotación capitalista y la apropiación del plusvalor.

[7] El capitalismo no produce en función de las necesidades sociales, sino en función de lo que espera poder vender, por eso lo que en el capitalismo se denominan crisis de sobreproducción coinciden con porcentajes altísimos de población con sus necesidades básicas insatisfechas, ya que no tienen los recursos para comprar los bienes que el capitalismo produce de forma anárquica.

[8] Recordamos que otras categorías que también intervienen, como la división social del trabajo, se han dejado fuera del objeto de estudio de este ensayo.

[9] Abril, M.V.;  Miranda M.J.: «La Liberación Posible» Editorial AKal 1978

[10] Gómez Ruiz, Susana: ¿Por qué socializar el trabajo doméstico? (Insumisas nº 12)

[11] Que son políticas heredadas del periodo neoliberal e impuestas bajo la «sugerencia» del FMI y el BM como parte de la sustitución de la cobertura universal de prestaciones sociales por su aplicación focalizada sólo en los sectores más desamparados.

[12] Gómez Ruiz, Susana: ¿Por qué socializar el trabajo doméstico? (Insumisas nº 12)

[13] Gómez Ruiz, Susana: La socialización del trabajo doméstico no debe quedar fuera de la LOT (Insumisas nº 15)

[14] El comandante Chávez hace referencia a este importante principio comunista, garante de la construcción de la igualdad en el Aló teórico Nº1, del  11 de junio de 2009.

[15] La cual sólo desaparecerá una vez se hayan superado la sociedad de clases y el patriarcado.

[16] Se llama consumo suntuario al consumo de bienes y servicios de lujo o no esenciales. Puede ser un yate o un Blackberry, pero también otros bienes y servicios superfluos menos costosos, que consumimos diariamente incitados por la publicidad consumista.

[17] En el siguiente punto veremos como estas diferencias en el acceso a la satisfacción de las necesidades se reflejarán en la ciudad en tanto espacio donde se materializa y perpetúan las diferencias entre clases sociales.

[18] El que los integrantes de la clase obrera no tengan que pagar de forma privada los bienes y servicios del ejemplo no significa que el estado se los esté regalando, ya que son ellos los que los producen. Significa sencillamente que no es el mercado el mediador entre la producción de bienes y servicio y su disfrute, sino los trabajadores y las trabajadoras haciendo uso de la planificación central colectiva.

[19] Este ejemplo nos lleva a un debate importante que tendremos que dar si queremos que avance el socialismo de verdad. ¿Es posible una salud pública adecuada coexistiendo con la mercantilización de la vida que lleva a cabo el sector privado de la salud? ¿Hasta qué punto una educación universal y gratuita de calidad podrá avanzar en eliminar las desigualdades sociales mientras conviva con la educación privada elitista? Sin duda, la socialización de los medios de producción chocará en algún punto con la pervivencia de la propiedad privada de los mismos y su solución, en pro de los intereses de las clases no poseedoras, será decisivo para construir el socialismo

[20] Señalado en el Aló Presidente teórico nº 1, del  11 de junio de 2009, que el comandante Chávez dedica al tema de las comunas y los cinco frentes para la construcción del socialismo.

[21] Porque si podemos hablar de ciudad capitalista, también podemos hablar de vivienda capitalista, que tiene poco que ver con la vivienda de épocas anteriores.

[22] Muchas familias tienen herramientas como taladros, martillos, destornilladores, sierras, palas, picos, rastrillos, desmalezadoras, etc. que utilizan pocas veces al mes o al año, pero que les han significado una importante inversión individual y que además les ocupan un espacio en la vivienda que podría tener un uso más adecuado.

[23] Aló Presidente teórico nº 1, del  11 de junio de 2009.

[24] El Proyecto Nacional Simón Bolívar se concibió como Las Líneas Generales del Plan de Desarrollo  Económico y Social de la Nación para el periodo 2007-2013, pero las orientaciones son demasiado amplias y generales y no deja en claro las metas concretas para el periodo, ni quiénes son los encargados de cada estrategia o política.

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