Actuaciones del ejército español: La abominable cara oculta de los "ejércitos humanitarios"
Al hilo de informaciones recientes, Gasteizkoak describe y analiza
las actuaciones cometidas por el Ejercito español durante las «misiones
humanitarias» para evidenciar que esconden un Iado oscuro, marcado por
la violación de derechos humanos....
En las últimas semanas hemos conocido dos graves hechos relacionados
con los denominados «ejércitos humanitarios» que nos han recordado el
libelo que hace diez años publicamos con el mismo título que encabeza
este artículo. Por un lado está la difusión de un vídeo en el que se
observa a cinco soldados españoles destinados en Irak en 2004
maltratando salvajemente a dos detenidos, uno de los cuales incluso
llegan a suponer que pueda haber muerto a causa del ensañamiento a
patadas al que es sometido. Por otro, de un sentido completamente
distinto, la noticia de que el Ministerio de Defensa español ha remitido
a los Institutos de Enseñanza Secundaria de Hegoalde (y suponemos que
al resto del Estado español) dos publicaciones en forma de cómic: «Los
pacificadores. Misión con la Fuerzas Armadas’’, y ``Las Fuerzas Armadas,
en defensa de la paz y la seguridad», este último basado en el «Libro
de apoyo para docentes» del sistema educativo español, del mismo nombre.
El objetivo del «regalo» se declara en la presentación: «Confío en que
disfrutéis de la lectura de este cómic y sirva para despertar el interés
de nuestras Fuerzas Armadas entre los más jóvenes». Pues bien, nosotras
confiamos en que los párrafos siguientes sirvan para aportar algo de
luz sobre esa abominable cara de los «ejércitos humanitarios», en este
caso españoles.
Con respecto al vídeo, el Ministerio de Defensa rápidamente ha
declarado que «los primeros» que lamentan y rechazan estas imágenes son
«los propios militares, que llevan más de 20 años en misiones en el
exterior», haciendo «un trabajo impecable» y sin que «jamás» haya habido
«una queja» sobre su comportamiento. Pero estas declaraciones no son
sino una sarta de mentiras, pues no son, ni mucho menos, las primeras.
En 2003, cuando publicamos el libro, éramos conscientes de que los
datos que aportábamos «no son sino una pequeña muestra de la situación
real, ya que `el poder y sus voceros’ intentan ocultar estas realidades
que tanto dañarían la campaña de imagen militar y ayudarían a cuestionar
la existencia misma de los ejércitos, ya fueran regulares o
`humanitarios’. A través de esas noticias vamos a poder forjarnos una
visión de conjunto hasta ahora públicamente `no retratada’, que muestra
la cara más salvaje, más inhumana de los ejércitos llamados
`humanitarios’ y de sus diferentes `Misiones de Paz’».
Entre la recopilación eran varias las referencias a las tropas
españolas o a sus mandos políticos y militares, dejando en evidencia las
declaraciones de Defensa. Veamos algunas.
Una soldado de infantería denunció que «fue acosada sexualmente por
un sargento mientras estuvo destinada en los Balcanes entre octubre de
1994 y abril de 1995» y que una compañera en Bosnia para ayudarla habló
con el capitán y «lo único que consiguió es que el capitán le acosara a
ella también».
El primer avión español cargado con ayuda que llegó a Zaire en
octubre de 1996, a pesar de ser pagado por la Agencia de Cooperación
Española, aterrizó en Kinshasa a miles de kilómetros de terreno
selvático de la zona afectada. Nada de su contenido llegó a los
refugiados. Alguien decidió darle un fin más importante al vuelo:
transportar a miembros de los GEO (Grupo Especial de Operaciones) para
proteger la Embajada española.
En 1997, un periodista conversaba con uno de los legionarios que
tomaron parte en la llamada «Operación Alba» en Albania. Los soldados no
terminaban de entender el objetivo de su misión: proteger la
distribución de alimentos en un país que, aunque pobre de solemnidad, no
conoce el hambre. Pero al menos ellos tenían su propia satisfacción:
«En principio hemos venido para tres meses, pero nuestro capitán nos ha
dicho que con toda seguridad estaremos más tiempo, así que nos vamos a
levantar una pasta...». Y, efectivamente, así era, pues unos soldados
cuyo sueldo en 1997, habitualmente, apenas superaba las 100.000 pesetas
mensuales, se multiplicaba por cuatro mientras se prolongase la «misión
humanitaria» en Albania, gracias a las dietas que el Ejército les abona
por permanecer fuera del territorio español.
Durante el verano de 1999, José María Aznar, entonces presidente
español, en visita relámpago de doce horas, apareció en julio en el
campamento de Hamallaj, en territorio albanés bajo responsabilidad
militar española. Pero la visita no fue más que una acelerada escena de
teatro virtual. Después de trabajar una semana en la instalación de
infraestructuras, los voluntarios se quedaron atónitos cuando les
ordenaron deshacer lo hecho («ahora podéis desmontar que el presidente
ya se ha ido...»), bajo el pretexto de que esa no era su «ubicación
definitiva».
En 2000 un brigada de farmacia español destinado en Kosovo apareció
muerto, suicidado según las versión de Defensa. Pero un informe de tres
forenses contratados por la familia, que no estaba de acuerdo con la
versión, afirmaba que pudo ser asesinado por alguno de sus compañeros.
Estos compañeros estarían presuntamente vinculados a una trama de robo y
desvío de medicamentos al mercado negro.
A finales de 2000 la ONU se vio obligada a expulsar a seis policías
-de nacionalidades española, británica y estadounidense- de la fuerza
internacional en Bosnia-Herzegovina, por su supuesta vinculación a la
extorsión de varios locales de prostitución en los que trabajaban
menores de edad. Las mujeres y las niñas de 14 años procedían de
Rumania, Moldavia, Ucrania y Rusia.
En 2002 el teniente Iván Moriano, tras haber sido denunciado en dos
ocasiones por agresión sexual (una de ellas con violación) en dos
destinos distintos, fue posteriormente destacado a la «misión
humanitaria» en Bosnia.
En 2001, el informe «Instrumentalización de la Acción Humanitaria por
parte del ejército español: el caso de Mozambique», elaborado por Pilar
Duch para Médicos Sin Fronteras sobre su experiencia con el Ejército
español, entre otras muchas cosas relataba que en el hospital de campaña
del Ejército español las estadísticas parecían ser su máxima
preocupación. No admitían enfermos en estado terminal, que pensaban que
pudieran morir en los próximos días. Un testigo presencial recuerda
haber oído: «No recogemos a los que tienen posibilidades de morir, sino
de salvarse». Su aproximación a la población consistía en esperar a que
ellos acudieran, y de aquí la pregunta a las doctoras de MSF, cuando
acudían con los niños que sufrían malnutrición severa: «¿De dónde habéis
sacado esto? A ver si dejáis de recoger cosas por el campo».
Publicamos otro libro en 2003, pero el repugnante «hacer humanitario»
de las tropas españolas, por mucho que sigan tratando de esconderlo, ha
seguido estando presente.
Tal y como ha denunciado Al Mayali (y recogido Gervasio Sánchez y
Amnistía Internacional, entre otros), en 2004 sufrió trato inhumano y
degradante durante los tres días de interrogatorio a los que fue
sometido por las tropas españolas en Irak, justo en la misma base de
Diwaniyah de donde procede el video ahora publicado. A Mayali le
pusieron una capucha, le ataron las manos a la espalda, le propinaron
golpes en la cabeza, golpes con fusiles, le insultaron y le amenazaron
de muerte... y tras los interrogatorios permaneció otros dos días en una
habitación húmeda, sin dormir y recibiendo insultos cuando pedía ir al
servicio. El máximo responsable de aquella base durante estos sucesos,
el entonces general Fulgencio Coll, fue tras ello nombrado primero jefe
de la Unidad Militar de Emergencias y, posteriormente, siendo ya
teniente general, jefe del Estado Mayor del Ejército.
En 2006 un cabo español destinado en Mostar (Bosnia) fue acusado de
abusos sexuales por una militar francesa. El español lo negó, pero
gracias al testimonio de compañeros de la militar francesa, fue
condenado en 2008 por la Audiencia Nacional a una multa de 1.620 euros
que, según se publicó, al declararse insolvente los pagó el Estado (es
decir, todas nosotras). Siguió en el Ejército sin mayores problemas.
En 2012 el Tribunal Supremo rebajó de nueve a cinco meses la sanción
disciplinaria impuesta a un militar condenado en 2008 por violencia
machista, al «considerar como atenuante una medalla de la OTAN»,
justificándolo en «su acostumbrada o asidua participación en operaciones
de mantenimiento de la paz en un escenario de la dificultad y
peligrosidad de Afganistán, en el que resulta frecuente que los
participantes tengan necesidad de acudir al empleo de la fuerza armada».
Valgan como colofón explicatorio de todo este «humanitarismo armado»
las declaraciones realizadas a una periodista en 2011 por un soldado
español que ha participado en misiones en Líbano, Kosovo y Afganistán:
«De misión de paz nada. Allí vas a matar y a que no te maten». Los ojos
azules de Ángel (nombre ficticio) se emocionan cuando habla de su
trabajo: `Lo peor de Afganistán es tener tiempo para pensar, para echar
de menos’. (...) La batalla ahoga los problemas: `Lo único que piensas
es en dónde está, para matarlo’. Una droga que engancha. `Vamos a por
él’, se decía Ángel. `Olvidas tener miedo. Mientras estás allí
disparando, lo único que tienes en la cabeza es: `A ver si pillo a ese
cabrón, que mañana puede matar a un amigo’».
Los «ejércitos humanitarios» tienen una abominable cara oculta,
ocultada por la connivencia y complicidad de la mayoría de medios, de
sus compañeros y mandos, de los responsables de los ejércitos, de las
instancias judiciales afectadas y de los dirigentes políticos que les
mandan. Por mucho que se intenten ocultar hechos y vídeos y que se
promuevan cómics y campañas de «lavado de imagen», la idiosincrasia
militar para la que han sido instruidos seguirá brutalmente presente,
porque como declaraba el 22-06-2006 a la BBC alguien tan poco sospechoso
de antimilitarismo como el entonces director adjunto de la revista
«Defensa», Gustavo Morales: «La guerra destapa lo peor que hay en
muchos, porque fundamentalmente lo que se impulsa a hacer a una persona
es a matar a otra. Entonces, si se la puede matar, ¿por qué no violarla?
Las enormes descargas de adrenalina que genera el combate liberan, como
lo hace el alcohol en ocasiones, desinhibición, lo que hace que no
respetemos determinadas reglas (...) Esas violaciones son algo inherente
al conflicto y contra ellas se pueden hacer pocas cosas, porque se
podría elevar el nivel cultural de la tropa pero si se eleva demasiado
lo mismo no combate».
Más claro, agua.
Estitxu Martínez de Guevara. Colectivo Gasteizkoak
Fuente: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20...
Tomado de inSurgente
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