Acerca de la Teoría marxista sobre el desarrollo de los principios políticos en su relación con la práctica
Acerca de la Teoría marxista sobre el desarrollo de los principios políticos en su relación con la práctica
“No puede comprenderse totalmente ‘El Capital’ de Marx y en
particular su capítulo I sin haber estudiado mucho y sin haber
comprendido toda la lógica de Hegel. Por lo tanto, ninguno de los
marxistas que vivieron cincuenta años después que él ha comprendido a
Marx”
“Continuar la obra de Hegel y de Marx debe consistir en el
tratamiento dialéctico de la historia del pensamiento humano, de la
ciencia y de las técnicas.”
(Lenin , Cuadernos Filosóficos, 1914-15)
1. Presentación
Recientemente en el marco organizativo de Red Roja ha habido ocasión
de incursionar en el plano estrictamente teórico de nuestra concepción
del mundo al cuestionarse la pertinencia de las denominaciones con las
que, históricamente, variadas corrientes políticas comunistas han dado
en “actualizar” al marxismo echando mano del “guionismo”:
marxismo-leninismo, marxismo-leninismo-maoísmo, etc.
Así, en su último encuentro estatal, Red Roja ha llegado a plantear que "como organización comunista, [nos reivindicamos] evidentemente tanto del marxismo como del leninismo, y no [hacemos] de esta doble condición mayor problema en el plano de la lucha política", pero considera que incluso "el advenimiento en su día [del] primer guión intermedio [el del mismo marxismo-leninismo] no ayudó a la comprensión dialéctica de la propia teoría marxista y está en la base del esquematismo o etapismo y del dogmatismo".
[1] Seguidamente en ese mismo documento se avanza al respecto una
argumentación teórica con la clara pretensión de sustentar que no
estamos ante un simple problema de utilización de términos sino ante la
misma cuestión de la comprensión profunda del marxismo: "En
realidad, en el terreno estrictamente teórico, bastaría con llamarnos
marxistas, porque el marxismo incluye su propio desarrollo sin necesidad
de añadir etapas o ‘pensamientos principales’. Al tiempo, la
propia teoría marxista nos enseña que ella no sólo es incompleta desde
el punto de vista teórico (es decir, siempre es ampliable y precisable
en base a la práctica), sino que jamás puede recubrir (ni lo pretende)
completamente la riqueza de la propia práctica política, no ya para
analizar un fenómeno concreto, sino para caracterizar las diferentes
formaciones socio-económicas en sus propios desarrollos y
transformaciones históricas."
Lo que estas declaraciones vienen a plantear en el fondo –sobre todo
la segunda lo hace de manera más explícita- es la relación de toda
teoría (incluida la marxista) con la práctica que queremos transformar
revolucionariamente. Y para comprender esa relación es fundamental
adentrarse en cómo se desarrolla la propia teoría –también los
principios- y cómo una teoría correcta “se ve a sí misma” con respecto a
la práctica. En definitiva, interesa avanzar en la comprensión de qué
es lo que viene a plantear la teoría marxista acerca de la misma teoría,
incluyendo en esta a los principios comunistas en su condición de sistematizaciones teóricas
(como los definía Engels). Pues bien, sobre esta cuestión, desde Red
Roja estamos en disposición de ir más allá de unas declaraciones
generales –no se podía ir más lejos en unos documentos congresuales que
buscan, sobre todo, una guía de acción para la militancia- y ofrecer una
serie mucho más amplia de reflexiones y argumentarios que en los
últimos tiempos ya han sido objeto de discusión fructífera entre una
parte de su militancia. Y es que, sencillamente, este asunto, en los
términos arriba planteados, no es nada nuevo: supera ya largamente la
decena de años.
Efectivamente, será al calor de una polémica concreta que
tuvo lugar en 1999 en el interior de la organización en que entonces yo
militaba –el PCE(r)- cuando se aborda por primera vez este asunto de la
teoría marxista. Insistamos: al menos, en los términos referidos
arriba. Se trataba de una discusión que surgió a raíz de un primer
artículo que se titulaba “Lo universal y lo particular” y donde su autor
–el secretario general de ese partido- procedía a una crítica de la
línea teórica de Mao poniéndola en relación con la dirección política
impresa en la construcción del socialismo en China y con las propias
desavenencias surgidas dentro del movimiento comunista internacional.
El caso es que, para su crítica a Mao, el autor escogió una modalidad
con mucha “filosofía” de por medio y, además, en términos que no hacían
ciertamente asequible el debate. Así, alertaba sobre la desviación del
“marxismo-leninismo” que suponía que Mao pusiera el acento en la
“particularidad de la contradicción” en su relación con lo universal a
la hora de la construcción del socialismo en China. Lo universal se
asociaba a los principios comunes generales del comunismo y lo
particular a su aplicación concreta. Desde el mismo comienzo se
planteaba que, por el hecho de centrarse en la “particularidad de la
contradicción”, Mao iba a configurar toda una concepción (por supuesto,
incorrecta) sobre el problema de la contradicción entre lo universal y
lo particular. Y pronto se nos daba a conocer el motivo profundo: "...a
Mao se le escapa la conexión entre lo universal y lo particular. Además
él no concibe lo universal como el contenido esencial de lo particular,
ni encuentra en lo particular la forma concreta en que se manifiesta lo
universal" (Lo universal y lo particular, M.P.M). Con la
misma terminología, le seguiría todo un añadido de formulaciones
teórico-filosóficas sobre lo universal y lo particular como, por
ejemplo, considerar lo primero, lo universal, como el “todo capaz de parir infinitos particulares”, etc., etc.
Al margen de consideraciones acerca de la pertinencia de la modalidad
elegida en la crítica, expresé mi opinión de que, en cuanto a los
contenidos vehiculados, se había adoptado una vía teórica incorrecta. Una vía que, de antemano,
ni podía servir para valorar plenamente la posición que Mao sostuvo
contra los dogmáticos -al defender que había que centrarse en las
particularidades de la revolución China, tanto ante el problema de la
toma del poder como luego a la hora de afrontar el inevitable y largo
proceso de transición al socialismo en una “sociedad atrasada”- ni
ayudaba a descubrir correctamente los errores que el mismo Mao pudiera
haber cometido, no ya sólo en su práctica concreta, sino a la hora de generalizar, de conceptuar, de desarrollar la teoría revolucionaria a partir de la experiencia “particular” de la revolución china.
Por eso, más allá de ver la justeza o no de la peculiar crítica a Mao que se estaba realizando, sobre todo
valoré que había que entrar en este debate porque se estaba dando
sustento teórico “universal” al dogmatismo y al esquematismo, al
alimentar la incomprensión de los principios (lo universal) y de cómo ir
de la mano de ellos a la realidad (lo particular). Sólo por ello
merecía la pena entrar al semejante envite que implicaba tener que
“lidiar” con los términos en que se estaba planteado un debate que no
podía dejar de tomar un aire excesivamente dificultoso y teoricista.
Tras un primer escrito crítico mío, “Sobre el artículo Lo universal y lo particular”, se recrudeció la polémica apareciendo sucesivas respuestas y contrarrespuestas.
Con todo, la verdad es que finalmente aquella polémica supuso una
oportunidad especial para dar unas cuantas “vueltas de espiral” (por
emplear los términos de Lenin) en la comprensión marxista de "la relación que se da entre los principios y la realidad que queremos transformar"
(expresión justificativa que utilicé al comienzo de mi primera
respuesta) y cómo afectaba a esta compresión lo que se dijera acerca de
“lo universal y lo particular”.
La misma introducción de mi escrito “Sobre el artículo Lo universal y lo particular” terminaba así: "Antes
de descubrir en qué grado se ‘salió por la tangente’ Mao en sus
análisis, lo que tenemos que ponernos de acuerdo es en cuándo nos
salimos por la tangente a la hora de hacer un análisis particular,
cuándo comenzamos a abandonar los principios universales. O, ¿por qué
no?, visto desde el otro lado del asunto: ¿hasta dónde debemos ‘particularizar’, ser ‘concretos’ ante lo nuevo que se nos presenta, para verdaderamente
afirmar que dominamos los principios? Porque de lo que se trata es de
garantizar una correcta fusión entre los principios y la necesidad de
avanzar en el conocimiento y la transformación de la realidad. La
cuestión no está simplemente en que nos agarremos a los principios (lo
que en muchas ocasiones basta aunque se haga por ‘puro instinto’), sino
en encontrar el mejor camino para que agarren bien en nosotros."
Fue, por tanto, a partir de una polémica en un marco militante muy
concreto -y sobra decir que muy especial a la hora de dar a conocer y
extender los debates- cuando comenzaron a fraguarse los “mimbres” que
han dado lugar a las tesis expuestas en las declaraciones arriba
recogidas de Red Roja. Aunque ciertamente, su verdadera base teórica ya
estaba más que sintetizada por los clásicos del marxismo desde sus
primeras obras más “filosóficas”.
Pues bien, el presente escrito es una edición de aquellos artículos
de 1999 con el fin de que se sepa algo más de los contenidos que toda
esta cuestión de “la teoría marxista de la teoría y de los principios”
ha dado ya de sí en nuestro ámbito [2]. Así, se situará mejor su
tratamiento (históricamente también), optimizando las bases sobre las
que proseguir un debate que, en realidad, hace tiempo que habría
requerido que se afrontase lo más públicamente posible, pero que el
particular contexto militante en que se dio no jugó a favor de ello.
Es claro que aquí ya no se trata de reproducir polémica alguna
concreta, sino de hacer sobresalir las consideraciones que ahora
interesan, desprendiéndolas el máximo posible de las particularidades y
detalles propios de la discusión militante en que se dieron;
lógicamente, allí donde se requiera se procederá a la contextualización
de determinadas formulaciones. Igualmente hay que recalcar que este
escrito no se pone como objetivo la crítica específica de las obras y
prácticas de Mao y de Stalin sino que surge, como ya se ha dicho, de la
necesidad de profundizar en la comprensión de la relación dialéctica
entre lo universal y lo particular; una correcta comprensión que
quedaba, en mi opinión, comprometida a partir de la base de argumentos y
tesis generales expresados en los artículos que critiqué en 1999. Esta
es la razón por la que en el presente trabajo las citas que aparecen
pertenezcan, más que nada, a los principales clásicos del marxismo
anteriores a los líderes revolucionarios citados; lo que de, alguna
manera, ayuda también a visualizar que estamos ante un problema general
previo a la crítica particular de estos.
Se impone, antes de proseguir, una última consideración de carácter
histórico acerca de la “osadía antiguionista”. En realidad, fue la
persona con la que polemicé –Manuel Pérez Martínez [3]- quien en un
escrito crítico con Abimael González (camarada Gonzalo), en el año 1992,
terminaba el mismo afirmando que bastaría con denominarnos marxistas a
lo sumo revolucionarios, saliendo al paso de aquellos que se reconocían
exclusivamente en el marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento principal
Gonzalo. No obstante, aquello no fue más allá de aquel artículo, en una
especie de compensación a tanta inflación guionista. En todo caso, quede
constancia de ello por justicia, pero también porque, como habrá
ocasión de comentar, las categorías y tesis están, en rigor, en
permanente proceso de precisión y, en ese sentido, los contextos y
momentos de “destilación” conviene tenerlos muy en cuenta a la hora de
emitir valoraciones y, lo más importante, contribuir a su desarrollo
ulterior.
He intentado acompañar esta edición de un esfuerzo
“simplificador”, pues no se me escapa lo tedioso que puede resultar
meterse en este asunto, máxime en los términos que ha habido que
emplear. Sin embargo (o por eso mismo), debemos insistir en que estamos
ante un tema que, por crudo que pueda parecer por su naturaleza teórica,
es de gran importancia para avanzar en el dominio del marxismo incluso, paradójicamente, para nuestra lucha más cotidiana
y, como veremos, en lo que se refiere a la relación de cualquier teoría
política con la práctica. Y es que tal como decía en “Comentario a ¿Marxismo o particularismo?”: "[se] ha
llevado la discusión -más allá de lo que se propusiera- no al asunto de
si se han aplicado correctamente los principios, sino al previo ‘en qué consisten los principios’.
Y más aún: nos encontramos de nuevo enfrascados en el problema del
proceso de conocimiento (…) y cómo influye en nuestras tareas diarias en
la actividad revolucionaria; actividad que puede afectarse ya por el empirismo (prescindir de la teoría y su propio desarrollo como síntesis de la experiencia acumulada), ya por el principismo
a la hora de abordar cuestiones ‘menores’ ante las que mantenemos una
actitud prepotente, declarando que no nos hace falta ‘caer en detalles’
porque dominamos lo esencial."
La discusión sobre el origen y desarrollo de los principios es fundamental para que la lucha contra el revisionismo sea a su vez efectiva sin que se nos cuele el dogmatismo.
Es cierto que, en general, el revisionismo es mucho peor que el
dogmatismo, pero no toda acusación de dogmatismo puede ser contestada
con que los revisionistas suelen responder con dicha estigmatización
cada vez que se les desenmascara. Los revisionistas no lo son por el
envoltorio (que puede expresar frases generales correctas, eso sí,
descontextualizadas) de sus críticas, sino por el contenido incorrecto
de lo que pretenden expresar; no porque digan, por ejemplo, que hay que
analizar en concreto, sino porque lo desvinculan de los principios; es
decir, de toda la experiencia anterior sistematizada teóricamente, como
nos enseñaba Engels que era el comunismo teórico.
A propósito de esto último, nada mejor que traer desde el principio
(precisamente) lo que los fundadores del marxismo pensaban acerca de los
principios comunistas ya en los primeros años de su actividad teórica.
Allí donde se ha dado a conocer la siguiente maravillosa cita de Engels
no ha dejado de causar profunda impresión y, en algún que otro caso, un
cierto estupor por el lenguaje empleado. Y sin embargo, en sus últimos
años, como tendremos ocasión de comprobar, tuvo que insistir en aquellas
tesis de… sus principios:
"El señor Heinzen se imagina que el comunismo es una cierta doctrina que partiría de un principio teórico determinado -el núcleo-
a partir del cual se deducirían consecuencias ulteriores. El señor
Heinzen se equivoca mucho. El comunismo no es una doctrina, sino un movimiento; no parte de principios, sino de hechos.
Los comunistas no tienen por presuposición tal o tal filosofía, sino
toda la historia pasada y especialmente sus resultados efectivos
actuales en los países civilizados. El comunismo es el producto de la
gran industria y de sus consecuencias, de la edificación del mercado
mundial, de la competencia sin obstáculos que le corresponde, de las
crisis comerciales cada vez más fuertes y universales y que ya se han
convertido en perfectas crisis del mercado mundial, de la creación del
proletariado mundial y de la concentración del capital, de la lucha
entre el proletariado y la burguesía que de ello se deriva. El
comunismo, en la medida en que es teórico, es la expresión teórica de la
posición del proletariado en esta lucha y el resumen teórico de las
condiciones de liberación del proletariado." [4]
Así que el comunismo, en tanto que teoría, no es sino el
resumen de las condiciones (históricas) en que se dan (en los hechos) la
liberación del proletariado. De ahí que podamos afirmar también que
todo este tema de la comprensión de los principios es también vital
para, a su vez, comprender históricamente el propio devenir real que
ha seguido el movimiento comunista y sus diversas experiencias de
poder, así como de las luchas ideológicas que en su mismo seno se han
venido desatando. No en balde, otro de los escritos que redacté en
aquellos años, en que tanto se hablaba de la “crisis del comunismo”, se
titulaba “Comprensión de la crisis, crisis de la comprensión”.
A este respecto incluyo en la presente edición un par de
apartados en los que, haciendo referencia a la problemática histórica de
la construcción socialista en la Unión Soviética y China, en realidad
se extraen generalizaciones que se aplicarían a todos los países que se
adentran en la revolución socialista desde condiciones de retraso
histórico dentro del capitalismo y en la época del imperialismo y con el
centro de países capitalistas desarrollados aún “intacto”.
Inevitablemente, el tratamiento que en este escrito se le da a esta
problemática histórica queda impregnado de esa terminología “filosófica”
propia de aquel debate de 1999 sobre “lo universal y lo particular”; un
debate que luego se prolongó con la cuestión de la “unidad de
contrarios”, donde intervine con un texto que es la base del segundo de
los apartados a que me estoy refiriendo.
Ya casi a modo de anexo, finalizo con un apartado que
versa sobre la “inevitabilidad de las malinterpretaciones” en relación
directa con la teoría marxista sobre cómo avanza el proceso de
conocimiento. Es tal la potencia clarificadora que se desprende de los
textos incluidos ahí -pertenecientes a figuras tan destacadas del
marxismo- que espero que se haya tenido la paciencia suficiente (y soy
consciente de que habrá de ser mucha) para llegar al final del presente
trabajo y descubrir semejantes joyas...
2. Lo universal y lo particular. La realidad como principio
de los principios que nunca terminan de completarse ni de explicar del
todo la realidad, ni lo pretenden.
Ciertamente, hablar de universal y particular suena bastante
abstracto. Con respecto al asunto que ahora más nos debe preocupar –el
desarrollo de la teoría, de los principios y cómo vamos con ellos a la
realidad- dicha contradicción se nos hace más entendible cuando la
ligamos a la relación que se da entre el proceso de conocimiento por parte de nuestro cerebro y la realidad exterior.
¿Cómo surgen las categorías teóricas y, en general, toda suerte de
conceptos? En este sentido, como podremos ver, los principios del
socialismo científico también siguen las mismas leyes de nacimiento y desarrollo que Marx describe para todas las categorías cuando aborda en los Grundisse el método que va a seguir para estudiar la economía política. [5]
De la mano de las categorías teóricas nos adentramos en la
complejidad de la realidad y la comprendemos mejor. Y conforme más se va
desarrollando la realidad material y nuestro propio conocimiento, más
también se van desarrollando las categorías existentes y surgen otras.
Pero las categorías son una elaboración del cerebro, y jamás coinciden (ni pueden) exactamente con la realidad material. Un ejemplo paradigmático lo tenemos en la Ley del Valor que descubriera Marx.
No encontraremos determinación exacta de la Ley del Valor en la
práctica: es un concepto. Sería una pérdida de tiempo querer descubrir
concretamente qué resultado exacto da la aplicación de la Ley del Valor a
una mercancía particular. Pero el desorden aparente de los movimientos
de los precios sólo desaparece desde que aplicamos dicha ley. Por eso es
verdadera, aunque jamás se materialice exactamente en un precio
concreto. Es más, a pesar de su única existencia en la teoría, es mucho más verdadera
para explicar el movimiento de los precios que cualquier media de éstos
que hagamos entre un grupo de mercancías que elijamos, por más práctico
que nos parezca esto último. Y es que lo verdadero no es sinónimo de práctico-concreto.
Si Marx no hubiese partido de esto, nunca habría podido establecer
–mediante un proceso de abstracción intelectual- la siguiente verdad
teórica superior: el valor de una mercancía es el tiempo socialmente
necesario para elaborarla. En la necesaria ambigüedad (falta de
concreción práctica) del término “socialmente” radica la precisión
teórica del concepto; y paradójicamente, la comprensión de la maraña
práctica que rodea a los precios.
En el primer artículo objeto de mi crítica -“Lo universal y lo
particular”- se venía a censurar a Mao por querer generalizar (de manera
universal) a partir de la realidad de China ya que, en todo caso, a la
situación socio-económica de su país, tenía que haberle dado tratamiento
de "individual como excepción o particular" como aquello "que se queda fuera de lo universalmente dominante o establecido".
Lo universalmente dominante o establecido eran los cinco regímenes de
producción que conoce el análisis marxista [6]. Pero entonces habría que
decir, por ejemplo, que en la práctica todos lo regímenes considerados
feudales (unos más, otros menos; cuestión de grado) se quedaron en lo
“individual excepcional”, ya que como nos dice Engels en una
interesante carta donde habla de lo que estamos exponiendo, para
encontrar la "expresión más clásica (la más coincidente con su concepto) del feudalismo [hay que irse al] reinado efímero de Jerusalem"
(en el período del siglo XI al XIII). Transcribamos más ampliamente
dicha carta pues versa magníficamente sobre la relación entre la
realidad y los conceptos que producimos para explicárnosla:
"Las objeciones que usted hace a la ley del valor conciernen a todos los
conceptos, cuando se les considera desde el punto de vista real (...)
El concepto de una cosa y la realidad de ésta transcurren de lado a
lado, como dos asíntotas que se acercan sin cesar pero sin jamás
unirse. Esta diferencia entre ellos, es precisamente la que hace que el
concepto no sea inmediatamente la realidad, y que la realidad no sea su
propio concepto. Del hecho de que un concepto posea la naturaleza
esencial del concepto, por tanto que no coincida inmediatamente, a
primer golpe de ojo, con la realidad, a partir de la cual en primer
lugar ha habido que abstraerlo, no puede deducirse que el
concepto no sea más que una ficción, a menos que Vd. no llame ficción
todos los resultados del pensamiento porque la realidad no corresponda a
estos resultados más que por una larga vuelta y que, incluso entonces, nunca se acerquen sino de una manera asintótica." [7][subrayados míos]
En aquella polémica de 1999 afirmaba por mi parte que sí que hay que
estudiar en concreto las formaciones económicas, sacar sus conexiones
(leyes) en función de nuestras necesidades políticas, utilizando las
categorías económicas como modelos teóricos muy necesarios, muy
verdaderos (no son una ficción a pesar de su condición conceptual), pero
de la misma manera que estudiamos el movimiento de precios echando mano
de esa categoría teórica que es la Ley del Valor. Históricamente todo
esto hay que tenerlo más en cuenta si cabe en “sociedades en
transición”, atrasadas desde el punto de vista capitalista, donde en
muchos casos hablar de socialismo en la práctica concreta esconde un
cierto voluntarismo y utopismo.
En general, toda la realidad es una completa transición con
respecto a los modelos teóricos, a las categorías, pero sin las cuales
la realidad sería -como lo fue antes del materialismo histórico- una
completa confusión. Y esto es válido en todos los dominios de la vida,
de la ciencia. Efectivamente, el hombre, “artificialmente” y por
necesidad, divide la ciencia. Pero no hay fronteras estancas entre los
diferentes dominios. ¿Qué leyes específicas sigue el interior del
átomo?: ¿químicas, físicas, electrofísicas? Esos seres multicelulares
que no sabemos si son plantas o animalitos, ¿siguen las de la botánica o
la de la biología? ¿O en estos casos, dicho seres “ambiguos” no tienen
su “esencia particular definida”? La cáscara del huevo ¿sigue las leyes
de la biología o la de la geología?
Por lo demás, los principios no existen de antemano. Y no es verdad
que la práctica se va a encargar de “dibujarse” conforme a ellos. Por
más universales que sean, se deducen conforme se acumulan las
experiencias prácticas. Pero, es más, el conocimiento de esos principios
se va precisando en la medida en que se realiza cada vez más práctica,
según se vayan desarrollando más y más “particulares”. Por lo tanto, sin
los procesos “particulares” concretos no existirían los principios
universales (estos no surgen de meras especulaciones de ninguna cabeza
pensante, por brillante que esta sea). De la misma manera, sin realidad
material no habría conceptos. Esto es lo que significa que “lo universal
reside en lo particular”, como afirmaba Mao. Principios tan universales
y consolidados como el de la explotación del obrero como única fuente
que tienen los capitalistas para obtener plusvalía se han establecido
por una práctica acumulada y en expansión, y no se han podido conocer
antes de poder darse en esa práctica y tras un proceso analítico que, en
el caso de la plusvalía, fue Marx quien principalmente lo llevó a cabo.
Principios como este ya están lo suficientemente desarrollados como
para considerar que ninguna práctica “particular” nueva pueda
precisarlos en “esencia” más de lo que ya están. Podrían parecer
eternos, pero tienen su propia gestación histórica. En teoría,
cualquier práctica nueva es susceptible de precisarlos más, siempre que
analicemos esa práctica teniendo en cuenta la abrumadora suma de
particulares anteriores (y por tanto, toda la universalidad que ya se
ha desarrollado sobre estos asuntos). Son principios, en fin, lo
suficientemente establecidos como para que podamos asignar, por
ejemplo, a cualquier particular explotación capitalista (china,
keniata, australiana, etc.) el carácter de simple “forma” (ahora sí)
“sin” contenido añadido apreciable alguno.
Pero hay otras cuestiones que están poco desarrolladas, desde el punto de vista universal, y podemos decir que los nuevos procesos particulares que plantean esas cuestiones tienen mucho relativamente
hablando de universal. A partir de esos procesos es como se
desarrollarán nuevas leyes universales que nuestro cerebro deducirá.
Durante el proceso revolucionario chino, previo a la toma del poder, la
forma en que se relacionan las clases en los países atrasados (desde el
punto de vista del desarrollo capitalista) que acceden a la revolución
en la época imperialista, era una cuestión que tenía menos (en
comparación con otros asuntos) de universalmente establecido. Y no
digamos nada acerca de cuánto se puede deducir ahora con respecto a la
edificación socialista en ese tipo de países, y además cercados por el
imperialismo, en relación a la época de Stalin y Mao en base a la
experiencia acumulada. (Más abajo volveremos más concretamente sobre la
problemática especial, y “no tan conocida a priori”, con la que se
encuentran los comunistas ante los procesos revolucionarios por el
socialismo en la “periferia” del sistema capitalista internacional)
Ante estas cuestiones tan “desconocidas”, se trata de
centrarse en lo particular, no ya porque siempre haya que hacerlo para
estudiar algo en concreto sino también para aumentar el fondo universal
del socialismo científico, de tal manera que se establezcan las leyes
que conexionan todos estos procesos revolucionarios particulares con la
época del imperialismo. Es mucho mejor centrarse en lo particular que
perderse en especulaciones teóricas demasiado generales que, por muy
revestidas de principios que aparezcan, no van a resolver ni un ápice.
Nada de esto debe confundirse con desarrollar etapas por cada
problema o conjunto de problemas nuevos que se planteen: el marxismo
incluye su propio desarrollo sin necesidad de añadir “pensamientos
principales”. De lo que se trata aquí es de comprender que “el conocimiento es infinito” y siempre va por detrás del desarrollo de la realidad material que permite “destilar” los elementos para el análisis.
Cuando los problemas particulares que se presentan no están
suficientemente estudiados en sus conexiones con lo demás, cuando
aparecen problemas “particulares” bastante nuevos que no se han
estudiado aún mucho, entonces, el “peso de universal” que tienen esos
particulares es muy grande. Jugando con las palabras, podemos decir que
la “responsabilidad universal” de esos particulares es muy grande;
tanto, que su estudio concreto no se hace desde la concepción de lo
particular como simple forma de un contenido esencial que, en realidad,
apenas existe o no conocemos todavía. Ese contenido esencial va a
derivarse de más un proceso particular práctico como el que nos hemos
encontrado. Ante estos nuevos problemas, lo universal depende mucho de
lo particular.
Si cuando me enfrento a mi proceso revolucionario particular me
planteo negar o modificar los principios universales ya establecidos, ya
sintetizados y prácticamente corroborados y confirmados, estaré
incurriendo en el revisionismo. Pero si ante lo que todavía no se conoce
mucho, lo poco que se conoce es muy pobre y no pasa de ser bastante
general e impreciso, y encima no me esfuerzo por sacar enseñanzas de mi
particular, estaré cometiendo dogmatismo. La cuestión es saber por qué,
para qué, con qué objetivo pongo el acento en lo particular.
3. El proceso de conocimiento, o cómo se hace absoluta la certeza en la verdad siempre relativa.
En los Cuadernos Filosóficos de Lenin encontramos una
excelente base para explicarnos la relación entre lo universal y lo
particular. En realidad, cuando hablo de “particulares” estoy
abstrayendo tanto como cuando hablo de “universal”. Es decir, los
particulares sin más no dejan de ser una generalidad que produce mi
cerebro por necesidad del análisis para conocer y transformar. Hay
tantos particulares “como queramos” (o como necesitemos) porque el propio proceso de definición de particulares es un proceso de abstracción de nuestro cerebro. Veamos un ejemplo de la vida cotidiana y “políticamente neutral”.
Tras la palabra vaso se pueden esconder muchos
“particulares” en función de los límites de nuestro estudio. Todo el
mundo material está íntimamente ligado, pero somos nosotros los que para
conocer el mundo acotamos unos límites de estudio y definimos un
fenómeno concreto, un particular. Pero, insistamos, son límites que
nuestro cerebro define por necesidad. Al estudiar esa parcela así
definida, al hacerlo de forma concreta con la experiencia acumulada de
conocimiento, con toda la universalidad anterior (este sería el modo de
visión), además de conocer esa cosa (en realidad, lo que nos hemos
propuesto de esa cosa) estamos creando las condiciones para que lo
universal se desarrolle o simplemente se precise. Por tanto, y en
términos más “filosóficos”, en cada particular se encuentra un elemento
de desarrollo de universal, en la medida en que de todo particular, de
toda individualidad, nuestro cerebro puede inmediatamente desarrollar un
proceso de abstracción, de conceptualización, de génesis de teoría, que
en una medida u otra se enfrenta a toda la teoría anterior para
precisarla más (conocerla mejor), desarrollarla, etc.
Jamás serán los principios universales lo suficientemente potentes para permitirnos conocer plenamente un particular.
En realidad, nunca podremos conocer nada completamente, pero sí lo
suficientemente para nuestras necesidades y lo que es más importante:
siempre tendremos la posibilidad de avanzar en nuestro conocimiento de
forma progresiva. Y aquí hay que advertir que el marxismo toma distancia
del kantismo, que, negando la posibilidad de conocer la “cosa en sí”,
alimenta la angustia de no poder saber nada y da alas al relativismo mal
entendido (el oportunismo en política). Y es que la “cosa en sí” no
existe; solo “partes de la cosa” que, una vez establecidos los límites
de esas partes, puedo tener la certeza de conocerlas en gran grado y,
sobre todo, para las necesidades del momento en que me encuentre.
El hecho de que lo real-concreto sea más complejo o rico que lo
abstracto-teórico es lo que hace que toda verdad que sustentemos sea
relativa. Pero en unas condiciones concretas, según lo que nos hemos
propuesto en el análisis, las verdades que alcanzamos son absolutas. Es
sólo relativamente verdad si digo que “sé lo que es un vaso”,
ya que desconozco que, desde el punto de vista atómico, tiene más
“huecos” que otra cosa. Y es absolutamente cierto que lo
conozco cuando digo que “es macizo”, si lo que me propongo es utilizarlo
para que contenga la cerveza sin que se me derrame, como pasaría si se
tratara de un colador. Pero no nos quepa duda de que para un químico,
aunque pueda contener la cerveza, el vaso no se aleja demasiado de un
colador... atómico. Y es que el vaso, a efectos de un estudio atómico, no es el mismo particular (aún
basándonos en el mismo objeto material) que para el “estudio” de las
necesidades de la fiesta del viernes. Sin embargo, utilizo el mismo
nombre; límites del lenguaje... que los tiene.
Por lo demás, cuando Lenin nos dice que "lo individual entra incompletamente en lo universal",
precisamente nos está diciendo que no hay universalidad (principio,
tesis general de partida) que nos ahorre el estudio individualizado de
las cosas reales. Es más, en sentido estricto, jamás podremos terminar
de conocer un proceso individual (la verdad es infinita, “es proceso”, nos recuerda en Los Cuadernos Filosóficos).
Así pues, hay que insistir mucho en eso, en que los principios
universales nunca son lo suficientemente potentes como para ahorrarme el
estudio concreto de algo, de un fenómeno; cuanto más, si éste es
complejo y bastante “nuevo”, porque en este último caso lo que tenemos
más bien es a priori un déficit de universalidad. Y si esto no
se tiene claro, cosa que les ocurre a los dogmáticos, habrá que incidir
en la importancia de lo particular.
Ahora bien, de la misma manera que un particular no puede ser gran
cosa en comparación con los infinitos particulares que pueden definirse,
la universalidad que contiene no debe nunca compararse en importancia
con toda la universalidad anterior que va desarrollándose. Por ello,
jamás será un particular más importante que lo universal. Pero en
realidad, lo que queremos decir es que no habrá más conocimiento
esencial en un particular, por “grande” que sea éste, que en lo
universalmente establecido hasta entonces. De ahí la necesidad de considerar el conocimiento como un proceso en espiral, infinito, que tramo a tramo se va desarrollando.
Cada tramo o parcela de estudio lo definimos nosotros y lo consideramos
como particular; la curva en espiral, a la que pertenece esa parcela,
es la universalidad de conocimientos existente. En el último apartado
retomaremos esta noción.
Que lo individual se convierta en universal es el ya
mencionado proceso que desarrolla nuestro cerebro para extraer más
conocimiento que se sume al ya existente. El problema de
“salirse por la tangente”, de olvidar los principios, no es sino romper
la unidad que hay entre lo que tiene de conocimiento universalizable
cualquier individual con todo lo universal preexistente hasta entonces.
Es querer extraer más de lo que se puede de un individual, del estudio
individualizado de una cosa, de un fenómeno, de un proceso. Pero si bien
no se trata de extraer “de más”, lo que está claro es que hay algo más
(por poco que sea) que extraer. Así pues, el estudio concreto de un
nuevo fenómeno que se desarrolla ante nosotros ha de partir de que hay algo ahí que todavía no conocemos, y que sólo podremos conocer (por supuesto en parte y en base a los límites que nos ponemos) si partiendo de una posición que tenga en cuenta los principios (lo universal hasta entonces), nos disponemos a estudiar en concreto, particularmente, ese fenómeno, ese proceso. Solo así podremos abandonar toda prepotencia prejuiciosa.
4. Centrarse en lo particular: un viejo problema que siempre se trató, pero no con tanta “filosofía”.
En mi opinión, Mao [8] demostró tener bastante clara la conexión
entre lo universal y lo particular con respecto a los dogmáticos en el
PCCH. Estos, como todos los dogmáticos, creían poder conocer y superar
la realidad que tenían en frente estudiando los principios universales
del marxismo sin darse la obligación, a su vez, de estudiar en concreto
dicha realidad; error que aún era más grave en China, dados el atraso
industrial y la diferenciación étnico-cultural de este vasto país con
respecto a Occidente. Y es que, como decimos, los principios universales
(lo universal), dada la naturaleza de la que están “hechos” y cómo
surgen, no bastan para conocer la realidad. Hemos visto que los
principios universales “simplemente” conforman la posición, el
modo de visión con el que debo analizar la realidad para que no me
pierda entre los inevitables e innumerables detalles que tiene ésta.
Pero sin entrar en detallesno podré culminar jamás el conocimiento
necesario para transformar la realidad; sobre todo –insistamos
constantemente- cuando reparamos en cuestiones complejas e
“imprevisibles” como, por ejemplo, las que se les plantearon a los
dirigentes comunistas soviéticos y chinos.
Ahora bien, que Mao tuviera claro que había que investigar
minuciosamente cada problema particular, no le inmunizó (como a nadie)
contra posibles errores en la resolución de esos problemas. Asimismo,
tampoco significa que en su lucha contra los dogmáticos eligiera la
mejor forma para explicar o expresar que había que centrarse en lo
particular. En este sentido, a mi entender, trató tan “filosóficamente”
el asunto, le dio tantas vueltas, que es cierto que parece que está
tratando algo en “primicia”, cuando, en realidad, ésta era un vieja
cuestión que venía preocupando a los fundadores del marxismo, y sobre la
que, en esencia, poco más había que añadir.
Efectivamente, esa misma actitud dogmática contra la que tuvo que
lidiar Mao, ya era conocida por los propios fundadores del marxismo.
Veamos si no, lo que Engels, en los últimos años de su vida, escribía a
los dirigentes socialdemócratas alemanes, poniéndoles en alerta contra
esa tendencia a no estudiar en detalle; insistiéndoles, en definitiva,
en que no hay universalidad que ahorre estudiar en particular:
"En general, la palabra 'materialista' sirve a muchos escritores
recientes en Alemania de simple frase con la cual se etiqueta toda clase
de cosas sin estudiarlas en profundidad, pensando que basta con pegar
esta etiqueta para que todo sea dicho. Ahora bien, nuestra concepción de
la historia es, ante todo, una directiva para el estudio, y no una
palanca que sirva para realizar construcciones a la manera de los
hegelianos. Hay que reestudiar toda la historia, hay que someter a una
investigación detallada las condiciones de existencia de las diversas
formaciones sociales antes de intentar deducir los modos de concepción
(...) que les corresponden. Sobre este punto no se hecho hasta ahora
sino muy poco (...) Pero en lugar de eso, las frases vacías sobre el
materialismo histórico (todo se puede precisamente transformar en frase) para un número demasiado grande de jóvenes alemanes no sirven sino (...) [para] imaginarse enseguida que poseen unos potentes espíritus." [9]
Es bastante probable que el dirigente chino se encontrara con
semejantes poderosísimas mentes ante las que tuvo “machacar” la
importancia de centrarse en lo particular, después de que dichos
portentos le recordaran cada dos por tres que tenían los principios
universales muy asimilados... quizá por esa vía tan “universal” que
consiste en repetirlo frase tras frase.
Los fundadores del marxismo sí que insistieron sobre la necesidad de centrarse en lo particular, pero no lo hicieron directamente de forma, digamos, “filosófica”. Es Lenin quien más explícitamente sitúa la importancia de lo particular en sus Cuadernos Filosóficos. En
realidad, tanto Marx como Engels recomendaban constantemente que había
que estudiar en concreto cada problema y les urgía dejarse de
generalidades, “darlas por sabidas” en lo fundamental, y dedicarse a
aplicar el materialismo histórico al estudio de la sociedad para guiar
su transformación más eficaz.
Es de suponer que Marx y Engels quedaran muy “agotados” de su primera
etapa, y dieran por establecidas las leyes más generales de la
concepción materialista-dialéctica tras unos años bastante “abstractos y
filosóficos” en los que prácticamente se dedicaron a superar a Hegel, a
los hegelianos de izquierdas, a Feubarch y, en definitiva, a sí mismos ("[arreglando] nuestras cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior" como dijeron en la Ideología Alemana).
A partir de entonces, dichas leyes generales (el método de estudio, la
dialéctica materialista) las precisan más indirectamente, en la medida
en que profundizan el estudio de los problemas prácticos (más o menos
generales). Un ejemplo lo tenemos en el -anteriormente aludido- análisis
sobre cómo surgen las categorías en los Grundisse de Marx.
Pero aquí ya se trata de un análisis ligado a la necesidad inmediata de
establecer el método que va a seguir en el estudio de la economía
política (concretamente en El Capital), sin prácticamente polémica alguna, sino más bien desarrollo preciso de una concepción general ya establecida en lo fundamental.
Será Engels quien en la última etapa de su vida, respondiendo gran
parte de su actividad a las necesidades militantes de los
socialdemócratas alemanes, vuelva al asunto de la filosofía. Pero lo
hará en el proyecto de sistematizar los principios generales del
marxismo, de cara a esas necesidades militantes. Por eso no es tan
descabellado decir que, en lo que respecta a la labor formalmente
filosófica, los fundadores del marxismo versaron “tan solo” sobre la
universalidad de la contradicción, estableciendo un modo de visión
general (universal) que dio un paso de gigante con respecto a toda el
pensamiento anterior, apareciendo por primera vez la posibilidad de
ordenar conscientemente toda la historia... hasta la futura.
No parece que Mao olvide esto y crea que va a llenar un gran olvido
poniendo el acento en la “particularidad de la contradicción”. Pero es
evidente que en los fundadores del marxismo la importancia de lo
particular se canaliza más por la vía de las recomendaciones y el valor
del ejemplo propio, y no tanto por una vía tan manifiestamente llena de
“generalidades” como la filosofía, después de que a esta la redujeron "a la teoría del pensamiento y de sus leyes, la lógica formal y la dialéctica"[10], ahorrándose así la inevitable abstracción que ello implicaba.
Es cierto que -como dice Mao- para muchos, los éxitos cosechados en
la interpretación y transformación de la Historia no hacen sino avalar y
explicar, sin necesidad de muchas palabras, los principios universales
del marxismo, que luego pretenden trasladar mecánicamente sin más a
cualquier situación. Y no ven cómo esos éxitos, esos principios
universales, históricamente sólo han podido surgir acumulando análisis
concretos y particulares, y conectándolos entre ellos. Es esto lo que
aquel nos quiere decir cuando afirma que esa “universalidad de la
contradicción” (que tanto declaran los dogmáticos conocer) “reside en la
particularidad de la contradicción”. Mao sostiene que la asimilación y
utilización correcta (con éxito) de los principios universales del
marxismo solo puede venir tras una comprensión de la importancia de la
particularidad alejada de toda actitud dogmática.
Seguramente, en la lucha contra los dogmáticos, el dirigente chino no
contaba con la autoridad que entre aquellos sentarían los propios
fundadores del marxismo. Sobre esto -por lo demás, muy normal- ya había
precedentes, como la actitud de los mencheviques (tan “guardianes” de la
ortodoxia marxista) contra Lenin. No es tampoco descabellado pensar que
Mao sintiera la necesidad de expresar filosóficamente (aunque a mi
entender, al final “filosofó” demasiado el asunto) lo que recomendaron y
realizaron los anteriores clásicos del marxismo. Pero no se ve, por ejemplo en su escrito Sobre la Contradicción,que
pretenda ir más allá de explicar lo ya dicho por estos. No obstante,
habría que ver la influencia del líder chino, ya sea por activa o por
pasiva, en que se interpretaran sus escritos (sobre todo los
filosóficos) como un desarrollo principal del marxismo...
leninismo.[11]
5. El concepto de “formación económica”, a mitad de camino
entre los modos de producción establecidos por la teoría y la realidad
concreta a estudiar.
El concepto de formación económica surge precisamente en
el análisis histórico para, dentro del propio plano de la teoría,
“compensar” o tener en cuenta la diferencia insalvable entre las
categorías (conceptos) de los regímenes económicos (feudalismo,
capitalismo, socialismo, etc...) y las propias realidades nacionales o
estatales concretas sobre las que actuamos (comprendiéndolas y
superándolas). En cualquier caso, el propio concepto de formación
económica (como todos) no es inexacto con respecto a la realidad porque
se refiera a “una realidad social impura”, sino debido a su propia "naturaleza esencial del concepto" (como nos dice Engels, Op. cit.).
Pero, además, en este caso nos encontramos ante una categoría que por
propia definición teórica es tan vaga, tan general, que podemos decir
que es de las menos inexactas con respecto a la realidad, al “reconocer”
la propia inexactitud en su (propia falta de) definición.
Precisamente Marx nos previene en El Capital de
que supondrá que toda la formación económica concreta sobre la que
principalmente está estudiando (en este caso, la inglesa) es puramente
capitalista para deducir ciertas leyes de dicho régimen económico (las
más básicas) que solo se pueden deducir, elaborar y plantear si nos
abstraemos del conjunto de la formación económica base de estudio. Por
tanto, Marx resuelve la contradicción que le supone, por un lado, tener
que basarse en formaciones concretas para deducir las leyes universales
de los diferentes regímenes económicos, al tiempo que necesita distanciarse de las particularidades más “particulares” de dichas formaciones económicas. Por eso, más que nada, al principio de su obra económica Marx
no analiza las formaciones económicas en tanto que tales, sino analiza
en base a ellas (como insoslayable elemento material de investigación)
para separar los regímenes económicos históricos y luego poder entablar
el estudio más ordenado posible de las formaciones económicas en
concreto, que es lo que realmente interesa para la actividad
revolucionaria.
La formación económica es un concepto que es necesario en
la medida en que recuerda que la realidad de un país es una
“combinación” que en esencia obedece a distintos regímenes económicos
(con importancia diferente). Pues bien, dicha combinación en ningún modo
deja de responder también a ciertas leyes en el sentido de conexiones
internas; leyes que pueden ser sistematizadas universalmente para un
conjunto de formaciones parecidas; leyes cuya comprensión alejan toda
sospecha de eclecticismo. Y aquí, en sentido estricto, ya no hablamos en
el plano de los diferentes regímenes económicos fundamentales
(feudalismo, capitalismo, socialismo...), sino más bien podemos decir
que hablamos de: países adelantados industrialmente imperialistas;
países no tan adelantados e industriales pero apenas feudales; países
con grandes reminiscencias feudales, etc. Concretemos más: por ejemplo,
países donde la burguesía ha superado el problema agrario con respecto
al feudalismo y la clase obrera cuenta con un gran período de existencia
y de experiencias diversas; y entre ellos, países que han conocido un
gran período como potencia colonial capitalista. O, por otro lado,
países como la Rusia del 17, donde a la vez que se da una clase obrera
muy numerosa (en términos absolutos) aunque relativamente pequeña, pero
muy joven y concentrada, también se da un gran campesinado que apenas ha
salido del vasallaje y que ya no puede contar con la burguesía para
que termine de resolver su contradicción feudal con la aristocracia,
debido a que ya estamos en la época del imperialismo y de la revolución
proletaria mundial (lo que hace que la burguesía timorata se alíe como
sea con la propia aristocracia).
Pues bien, aunque el concepto de formación económica es
más vago que el de régimen económico, permite también, como decimos, el
estudio agrupado de las formaciones económicas concretas para deducir
leyes de rango universal, aunque menos importantes (en cuanto a
su universalidad) que las leyes propias de los regímenes económicos
fundamentales por separado. Son leyes universales porque superan una
particularidad concreta, y además nos conducen a entender mejor, a
enriquecer el contenido de las leyes universales más importantes que se
refieren a los regímenes fundamentales en que clasificamos la evolución
histórica. Es así como habría que entender la recomendación de Engels (Op. cit.) acerca de que "hay
que reestudiar toda la historia, hay que someter a una investigación
detallada las condiciones de existencia de las diversas formaciones
sociales antes de intentar deducir los modos de concepción (...) que les
corresponden".Y en pura lógica con lo dicho acerca de la
inexactitud intrínseca de los conceptos, dichas leyes algo menos
universales (pero universales al fin y al cabo) tampoco serán “exactas”
con respecto a cada formación económica por separado, lo que siempre
obligará a estudiarla en concreto (cada formación por su lado).
6. La construcción del socialismo, algo más complicado que aplicar un manual. [12]
Para la comprensión de los problemas surgidos en el
desarrollo de la revolución socialista mundial no vamos a avanzar mucho
reavivando posicionamientos entre Stalin y Mao acerca, por ejemplo, de
lo que defendían que debería ser considerado como mercancías o no. Algo
más complicada debe ser la realidad de la problemática de la
construcción del socialismo, cuando resulta que prácticamente en todos
los países del campo socialista, con toda las combinaciones posibles de
dirigentes más o menos ortodoxos, más o menos dogmáticos, más o menos
eclécticos, la contrarrevolución ha cosechado triunfos.
En línea con lo que venimos sosteniendo, Stalin y Mao, para sus
políticas inmediatas, no se encontraron con un fondo universal del
marxismo tan nutrido como para que ante las cuestiones que se le
plantean a una revolución que se quiere socialista -máxime en países
atrasados y cercados por los imperialistas- todo se reduzca a una
cuestión de forma a la hora de aplicar el “manual socialista”.
A riesgo de parecer teoricista –pero entendiendo que el hilo
conductor de este trabajo es cómo vamos de la mano de los principios a
la realidad que queremos transformar- de lo que se trata es de
adentrarse en la complejidad de las cuestiones prácticas que se le
plantean a una revolución y de qué asuntos se “adaptan” a tal o cual
principio ya existente y cuáles son en sí mismos tan “desconocidos” que
no cabe de momento una respuesta general válida universalmente, sino que
se precisa un esfuerzo de los revolucionarios locales por encontrar la
situación más óptima que permita el progreso. Y, por supuesto, siempre
con el interés de precisar las leyes generales que nos permitan a todos
andar menos “a ciegas”. No hay que temer que la vigilancia
revolucionaria acerca de los principios se resienta; al contrario, la
alejamos de esas “particulares” interpretaciones que la caricaturizan.
Una cosa es que, porque un país sea atrasado industrialmente y además
cercado por los imperialistas, los comunistas locales no fomenten una
estatalización de todas las empresas ya que lo consideren un
voluntarismo que no tiene en cuenta las demandas ni las posibilidades
reales de las clases trabajadoras, y otra cosa es que a los obreros de
las empresas privadas les quieran convencer de que lo que se embolsan
sus propietarios, por muy “patrióticos” que se les presente, no es ya
producto de una explotación como la descrita en El Capital. Dichos
comunistas locales se ven obligados a reconocer la imposibilidad o
inoportunidad de eliminar a todos los capitalistas, pero no pueden (bajo
ropaje patriótico alguno para la ocasión) “desburguesar” a los que
queden. Como comunistas deben fomentar la lucha de clases para que
maduren y se aceleren las condiciones a fin de que la plusvalía
desaparezca lo antes posible. Ante lo primero, no hay que apresurarse
por estigmatizar a esos comunistas por no “cumplir” el programa
comunista establecido internacionalmente. Si no tienen en cuenta lo
segundo, habría que entrecomillar su condición de comunistas; y esto,
sin necesidad de vivir particularmente su experiencia. Confundirse ante
esta situación es tan absurdo como declarar que, porque hayamos acabado
con la burguesía, ya el peligro burgués es sólo internacional, cuando
resulta que la ideología burguesa se reproduce, por ejemplo, vía
corrupción de los funcionarios del estado que en algún modo
“mercantilizan” lo que se ha prohibido [13]. Sobre todo, resulta más
absurdo con la experiencia que ahora contamos.
Por supuesto que si China y la Unión Soviética eran socialistas y sus
dirigentes comunistas, estaban obligados a cumplir unos principios
internacionales porque el movimiento comunista se debe más como
comunista a sus obligaciones internacionalistas que a las tareas
nacionales. Pero la transformación revolucionaria de cada sociedad
dependerá fundamentalmente del grado de madurez de la misma, o
sencillamente nos encontraremos con un voluntarismo que en un contexto
internacional adverso no hará sino favorecer su retroceso.
Por el hecho de decir que China y la Unión Soviética son socialistas,
los límites de ambas para la construcción del socialismo no se elevan
por arte de magia. Y aunque no sea lo mismo (porque la voluntad en el
socialismo pesa más que en el capitalismo), que ahora se declarasen
capitalistas no les situaría en la misma situación histórica que la
India, como si nada hubiera pasado. En realidad, más bien va a tomar
importancia hablar de época socialista mundial que se inicia
con la Revolución de Octubre y donde cada revolución, aparte de las
tareas nacionales (en función de su composición nacional), tiene una
importancia internacional que va a ir más allá de los propios avatares;
aunque algunas revoluciones, en el plano nacional, no puedan de momento
ir mucho más lejos de un programa democrático y algo “ecléctico”.
Además, y hablando de revolución en países atrasados en el desarrollo
capitalista industrial, para ser más precisos hay que recalcar que es
más justo hablar de revoluciones populares que conscientemente se
adentran en la vía socialista y bajo la dirección de los comunistas; vía
socialista que, en realidad, es la única “viabilidad” progresista, en
la época del imperialismo, y cuando ya la burguesía no es capaz de
hacer, ni aún menos de concluir, su revolución clásica. Y sobre todo,
vía socialista, en la medida en que se materializan las medidas
socialistas que ya se exigen.
En la época del imperialismo, desde el momento en que se plantea el
objetivo del socialismo, las sociedades revolucionarias poco
desarrolladas, en realidad, no tienen otra salida que incluir sus etapas
de “nueva democracia” (en la terminología maoísta) como eslabones
intermedios dirigidos en todo momento a la propia construcción del
socialismo con los únicos límites admisibles que definen la maduración
interna de la sociedad y las condiciones internacionales. Por esto, las
medidas y etapas o fases democráticas en la revolución de “países
atrasados” dirigidas por la clase obrera, y que se adentran en la vía
socialista, debieran ser consideradas como problemas del socialismo
científico (de su universal) y no desechadas porque no están hasta
entonces recogidas de manera clara o acabada en los principios del
movimiento comunista.
La Revolución de Octubre ya se denomina socialista, pero
históricamente se impone muchas tareas que no son, en sentido estricto,
socialistas. Por ejemplo, una de las tareas que se da es consumar al
máximo las reivindicaciones democráticas de las masas campesinas en
cuanto a la propiedad y reparto de la tierra; reivindicaciones que no
superan (porque no se podía) el marco capitalista. Esto llevó a Kautsky y
otros a decir que en Octubre no se debería haber “impuesto” una
revolución socialista. Los bolcheviques respondieron que no iban a
esperar más a lo que previamente debería llegar para avanzar hacia el
socialismo pero que nunca iba a llegar (de la mano de la burguesía). Y
que, por tanto, con la clase obrera como núcleo de dirección del poder
se iba a ayudar a los campesinos a materializar por fin reivindicaciones
de la democracia-burguesa. Con ello, los bolcheviques -que ya están
comenzando a dirigir la aplicación de medidas socialistas- esperan que a
partir de ahí se pueda dar un salto en la conciencia de la masa de
campesinos pobres y se sumen a la obra de construcción del socialismo. O
sea, si bien la medida de la nacionalización de la tierra no es una
medida en sí socialista, no tiene el mismo significado (y por supuesto,
consecuencias) cuando se toma tras la revolución socialista; revolución
esta que desplaza de la dirección del Estado a la burguesía, que
destruye su maquinaria represiva y burocrática, que comienza a edificar
el poder obrero. Y que, en fin, por nada en el mundo es más apropiado
denominarla como revolución democrático-burguesa, por más que se dé en
un “país atrasado”.
En definitiva, históricamente el planteamiento y solución de las
reivindicaciones y tareas anteriores al socialismo, pero con la clase
obrera en el poder, no se parece a cómo se plantean y solucionan cuando
la burguesía no ha sido derrocada. Y de esa experiencia se derivan
enseñanzas para el movimiento comunista que van más allá de lo
particular y que, en definitiva, enriquecerán el conocimiento universal
sobre la problemática de la superación del capitalismo por el
socialismo.
Por tanto, más allá de nombres, lo importante es cómo contextuar la
complejidad de cada sociedad y su revolución en función de su madurez en
la época del tránsito del capitalismo al socialismo y al comunismo en
un plano internacional. En ese lento y largo proceso, ningún esfuerzo y
sacrificio nacionales serán en vano, por más que parezca que a veces se
está dando marcha atrás. En realidad, ¿no es este el significado
profundo de esa tesis universal que cada vez se precisa más y que ya
comenzara a establecer Marx cuando planteó en La Ideología Alemana
que “el comunismo solo podría ser un acto de países desarrollados”?
[14] A lo que no se refirió (y no podía referirse) es a la complejidad
de ese acto y al papel que en él representarían el resto de los pueblos
del mundo. Y, además, hay que reparar en que hoy los propios conceptos
de “desarrollo” y “atraso” han quedado muy modificados; solo sea
teniendo en cuenta la experiencia socialista vivida que hace que, en
muchos aspectos, las masas que la han protagonizado hayan tomado la
delantera a las que viven en los más “modernos” países imperialistas:
son muchas las décadas en que el propio imperialismo capitalista ha sido
limitado por el campo socialista, son muchas décadas como para que la
historia se escriba como si sólo hubiera habido imperialismo.
El conocimiento y dominio de las leyes históricas de la construcción
socialista van a superar con mucho lo que dio de sí la teoría que
acompañó a las políticas inmediatas que tuvieron que afrontar Stalin y
Mao. Estos se encontraron con la “patata caliente” de construir el
socialismo cercados por el imperialismo. Quizá por esto, sus
contribuciones teóricas en este campo están impregnadas de los propios
límites históricos con los que se encontraron. E impregnadas también de
demasiada “inmediatez” como para ligar sus problemas urgentes e
inaplazables con el proceso de maduración para el socialismo, no ya en
sus países, sino a escala mundial. Además, no se podían ni imaginar cómo
se han desarrollado los acontecimientos de la famosa “caída del campo
socialista”. Por todo esto, es por lo que para la comprensión de la
problemática inherente al desarrollo del socialismo se imponga,
paradójicamente, una vuelta a Marx como punto de partida sólido. A partir del cual, las contribuciones particulares y necesarias de Stalin y Mao encuentran mejor su sitio.
Efectivamente, a pesar de las actualizaciones pertinentes, dada la
experiencia vivida, sigue siendo en Marx (en el plano teórico) donde
encontramos bastantes claves para comenzar a abordar cuestiones como:
revolución popular o ya socialista; diferenciación de revolución en
época socialista con contenido socialista de una revolución; sociedades
de transición; desarrollo de la conciencia comunista de los pueblos más
allá de momentos de euforia histórica que se llenan de proclamas pero
que no pasan de ser de hecho movimientos con aspiraciones
democráticas; etc. ¿Cómo es posible encontrar más universalidad en Marx
si le faltaron “los particulares” de las revoluciones rusa y china?
Las leyes más precisas para la construcción sólida del
socialismo van a surgir de una práctica de masas que incluya tanto a los
propios países desarrollados como a los países “en transición”.Hay que
tener en cuenta también que las leyes para la construcción del
socialismo no comienzan a surgir con los primeros pasos prácticos dados
allí donde la revolución ha triunfado, sino que se vienen gestando desde
la propia práctica acumulada por el desarrollo capitalista y la lucha
de clases internacional que lo acompaña. De aquí que, a pesar de que
Marx no protagonizó ninguna política inmediata de construcción
socialista, sí pudo adelantar -solo sea en retazos- bastantes tesis
geniales.
Las tesis específicas para la construcción del socialismo se
corresponden con una gran etapa histórica: necesitan sumar una gran
experiencia. Y precisamente, desde la perspectiva histórica de conjunto
de la evolución de la humanidad, y por haber comenzado la revolución
socialista por países atrasados desde el punto de vista del desarrollo
capitalista, la gran comprensión de conjunto de Marx, su genialidad,
sigue siendo más potente para la elaboración de esas tesis específicas
que los años de “ventaja” práctica directa o indirecta que muchos le
podamos llevar.
Toda la época que vivimos no es sino el desarrollo
necesario de toda la historia anterior, y muchos comportamientos de las
masas en las revoluciones socialistas pueden ser en gran parte
explicados por la manera de actuar -comprobada y estudiada- de los
pueblos a lo largo de los movimientos revolucionarios que se suceden
desde hace ya más de 200 años. Máxime, cuando objetivamente las
grandes masas de países atrasados desde el punto de vista capitalista
han actuado en la revolución socialista no tanto como los comunistas
hubiésemos deseado, sino en bastantes ocasiones a semejanza de las
revoluciones cuyas aspiraciones no podían superar las meramente
democráticas.
La madurez de las masas no debe medirse por las consignas
que proclaman, sino por aquello a lo que aspiran. No es lo mismo que
las masas pongan en duda el modo de distribución de las mercancías que
el modo de producción de las mismas. ¿No supondría un avance aún mayor
que quisieran enviar la misma producción de mercancías al basurero de la
historia porque comprendan que hoy, en cualquier cambio mercantil, ya
no es posible reproducir otra cosa que no sea un “trozo” de ideología
burguesa (por más que ya hubiera mercancías antes del capitalismo)?
Cada vez quedará más claro que no es lo mismo el socialismo como
transición mundial hacia el comunismo que incluya, por fin, a los países
capitalistas desarrollados, que lo que hay detrás del nombre
‘socialismo’ en países más atrasados (siempre según el punto de vista
del desarrollo industrial capitalista) en los que el imperialismo ha
logrado desarrollar directa o indirectamente en capas de la población el
apetito mercantilista por “insuficientemente satisfecho” (lo
desconocido); incluso, si se ha procedido a la eliminación de la clase
burguesa local.
Precisamente, una cuestión muy importante estriba en saber en qué
grado las masas han superado “ideológicamente” a las mercancías, en qué
grado se imposibilitan las condiciones internas para que se reproduzca
lo burgués, ya que sobre esas condiciones internas actúa el imperialismo
como factor externo. Se ha visto que el imperialismo no ha necesitado
exportar físicamente burgueses en el campo ex-socialista; han surgido
muchos candidatos de los propios “aparatos oficiales”. En el siguiente
apartado trato más específicamente sobre este aspecto.
Es imposible, pues, avanzar sólidamente en la conciencia necesaria para desarrollar el socialismo sin avanzar en la destrucción del imperialismo a escala mundial.
En este sentido, traigo a colación un extracto de un comentario que
redacté poco antes de que estallara la polémica sobre “lo universal y lo
particular” y cuando todavía el capitalismo estaba pletórico de su
“triunfo eterno” sobre el comunismo. Un texto que resalta la
responsabilidad de nuestros procesos revolucionarios en el centro del
campo de países imperialistas. Y ello, independientemente de la
“lejanía” en la toma del poder y por el solo hecho de debilitar a
nuestros estados:
"Es cierto que el Occidente reaccionario no puede jugar el papel
de 'centro' revolucionario, pero sobre todo no lo es, en cuanto al comienzo de la revolución. Sin embargo, seguramente sigue teniendo en sus manos las llaves para su 'consolidación'. Esto es importante, porque lo que ha pasado y podrá aún pasar, ‘independientemente' del revisionismo [entrecomillo independientemente porque sí le doy importancia a la lucha contra el revisionismo],
tiene que ver con el límite histórico-mundial que supone que los países
imperialistas continúen siéndolo. No en vano, la tesis de Marx de que
el comunismo es sobre todo un acto de los pueblos desarrollados, de que
sólo puede entenderse a escala mundial, debe ser tenida en cuenta. (...)
Cada revolución, además de sus consecuencias nacionales, en cuanto a sus realizaciones, tiene una significación internacional. Y esto, cada partido nacional o estatal ha de tenerlo en cuenta.
La responsabilidad internacional de las revoluciones en Oriente
finalmente ha sido la de ‘abrir la veda’ contra el monstruo
imperialista; las del Occidente, ese Occidente tan reaccionario ahora,
sigue siendo la de consolidar la construcción mundial del
comunismo. (...) El Occidente reaccionario, en tanto continúe, seguirá
siendo fuente de problemas, seguirá limitando la construcción del
socialismo allí donde comience este, por más claridad en la línea que se
tenga allí. (…) Y no sólo el Occidente reaccionario limitará por su
agresividad y chantaje militares, sino porque en no pocos aspectos,
muchas sociedades que acceden a la revolución socialista (en este
sentido, la época de tránsito del capitalismo al socialismo marca a
todos los pueblos) siguen arrastrando muchos atrasos históricos, a que
ese mismo Occidente reaccionario condena al estar dominando
permanentemente las relaciones económicas internacionales.
Históricamente, para muchos pueblos, su ‘tragedia’ se sintetiza
en la imposibilidad de seguir la vía capitalista, porque en la época
imperialista sólo el desastre les puede tocar en la división
internacional del trabajo, pero a su vez, nacionalmente no han
superado toda una serie de experiencias que les haga afrontar el
socialismo de la forma más madura. Esos pueblos sólo podrán profundizar
incluso en la propia construcción del socialismo de una manera internacional.
Este, el socialismo, sin embargo se presenta a menudo como estandarte
de independencia nacional, patriótico, cuando no el sustituto de muchas
referencias ancladas en el pasado". [15]
El imperialismo impide el proceso “natural” de madurez de los
pueblos. Por supuesto que no se debe seguir la consigna de “revolución
mundial ya o nada"; en cualquier caso, como ya hemos dicho, los pueblos
no esperan, y tropezón a tropezón, con sus “limitadas” y “particulares”
revoluciones van llenando de contenido a la propia revolución
socialista mundial y explicándonos su “esencia”, diciéndonos que si bien
la revolución socialista mundial no avanzará sólidamente sin el
concurso de los pueblos desarrollados dentro del sistema capitalista,
estos no se moverán sin los esfuerzos y sacrificios de los pueblos
situados en su “periferia”.
Entre tanto, incluso cuando las revoluciones nacionales “se niegan”,
la revolución mundial madura cada vez más. Una mayor madurez para el
socialismo en su conjunto, por ejemplo, es la que se da cuando muchas
personas en el campo ex-socialista experimentan y desgraciadamente
sufren el coste de querer hacer realidad esas “ilusiones mercantiles
insatisfechas”; cuando comprenden que el socialismo está reñido con una
actitud pasiva que espera del Estado socialista lo que se le ha
negado por años de atraso con respecto al capitalismo avanzado. Y
extraen sus conclusiones acerca de un ilusionismo que se les ha
convertido en pesadilla.
Las revoluciones son necesarias tanto por sus “épocas doradas” como
por sus “negaciones”. La revolución mundial hacia el comunismo
finalmente será (está siendo) un conjunto aparentemente desordenado de
muchas revoluciones “locales” que se irán apoyando entre sí, que se irán
tropezando, ridiculizando a sí mismas (por emplear las palabras de
Marx), al echar un vistazo atrás a la obra realizada. Un proceso donde
el significado histórico de cada revolución nacional va más allá de las
propias aspiraciones y transformaciones nacionales. Y es que, a modo de
ejemplo, aunque todos los rusos negaran Octubre, Octubre no les
pertenece en exclusiva; la Historia no sólo “les encomendó” que lo
protagonizarán para ellos solos.
7. Acerca de la identidad de los contrarios: su interpenetración y reproducción. [16]
La cuestión filosófica de la unidad de contrarios forma parte de la
base teórica de cómo llevar la lucha de clases en general y en
particular contra la burguesía en las diferentes fases o etapas por las
que pasa la revolución socialista.
Hay quienes deducen que la raíz de la restauración
capitalista en China está en no haber eliminado al contrario burgués,
debido fundamentalmente a una mala interpretación o comprensión por
parte de Mao del problema de la “unidad de contrarios”. Y que Stalin lo
comprendió bien en la Unión Soviética, procedió correctamente en la
eliminación de la burguesía, la declaró aniquilada, señaló “el exterior”
como el mayor peligro y, en base a esto último, llamó a fortalecer el
Estado.
Sin embargo, entre quienes así piensan, no niegan también
que unos “señores” –que, por cierto, aplaudían y juraban fidelidad a
Stalin como los que más- comenzaron inmediatamente tras su muerte a
abonar el terreno para la correspondiente restauración capitalista en la
Unión Soviética. De ahí, que deberían preguntarse, en toda lógica, por
la idea que tenía Stalin acerca de la reproducción del contrario
en una unidad determinada donde este ha sido prácticamente eliminado. Y
no estamos hablando de la reproducción capitalista a partir de los
restos que han quedado de lo que hasta entonces había sido la burguesía,
sino a partir de la aparición de nueva burguesía.
En línea con lo ya apuntado en el anterior apartado,
estaremos de acuerdo en que la restauración capitalista en la Unión
Soviética no vino de los restos físicos de kulaks y capitalistas que
quedaron tras su eliminación como clases culminada oficialmente en 1934.
¿En qué grado de maduración quedó la unidad de contrarios soviética
como para que elementos interiores a esa unidad y situados del lado
positivo (al menos oficialmente) no hayan ido progresivamente llenando
el vacío dejado, configurándose a fin de cuentas como el “contrario
necesario”? Si bien esto es un proceso en alguna medida inevitable (y
culpar a Stalin es de un simplismo absurdo que agrada a la burguesía
internacional), ¿en qué condiciones ideológicas se encontraba la clase
obrera y el resto de trabajadores para al menos contrarrestar el
fenómeno criminal que se les venía encima, si prácticamente sólo veían
contrario peligroso en el exterior?
Cabe preguntarse si la pasividad del pueblo soviético en
la lucha de clases no viene mucho de esas recomendaciones a centrarse en
la producción y en el fortalecimiento de un Estado que, mientras le
pedía más y mejor trabajo para salvar el retardo histórico, le aseguraba
que se encargaría él mismo de “gestionarle” la lucha de contrarios con
la burguesía en el único terreno donde se le decía que solo había
físicamente burguesía como clase: en el extranjero.
En cualquier caso, los problemas de inmadurez para
afrontar el socialismo en sociedades “atrasadas” (en lo que a desarrollo
de capitalismo se refiere) y cercadas por el imperialismo han quedado
corroborados. Sin embargo, como venimos diciendo y por paradójico que
parezca, en la época imperialista no hay otra vía que la de
profundizar en la perspectiva socialista, aunque el conjunto de las
masas no lo vea siempre. Tanto, que por mucha etapa previa al
socialismo que se considere, la lucha de clases contra la burguesía y,
en definitiva, la independencia de clase con respecto a ella es algo que
la clase obrera no debe relajar tras el triunfo de la revolución. Esto
es importante remarcarlo porque, incluso en las primeras etapas de la
revolución (esas que se se denominan simplemente “democráticas”), la
Historia demuestra que el control político de la burguesía debe ser más
estricto que su permisividad económica.
En el tratamiento teórico-filosófico de este asunto, la
clave está en tener en cuenta cómo se relacionan los aspectos contrarios
dentro de una cosa y las cosas contrarias entre sí. Porque
todo esto tiene que ver mucho con la posibilidad de “reproducción del
contrario”, incluso después de su eliminación. (No me voy a extender en
la abstracción -por otro lado necesaria- que conlleva el concepto de
“cosa”; en este sentido, valdría con lo ya dicho anteriormente acerca
del concepto de los límites que definen un particular determinado.)
Que el mundo material está unido todo él y que todo está
en alguna medida relacionado con todo es verdad, pero más interesante es
destacar cómo se unen las cosas bajo el criterio de la necesidad de existencia mutua por más que se excluyan. Soy consciente de que el término necesidad mutua
puede llevar a equívocos si consideramos necesidad como connivencia; lo
empleo en el sentido de relación de existencia histórica: el
proletariado necesita (se conexiona) a la burguesía y no a la nobleza
que necesitaba a los siervos. Solo en este sentido hay que interpretar
las palabras de Mao de que “una piedra no pone un huevo” porque no se
necesitan (despreciando las relaciones que en última instancia tiene
todo).
Hay que adelantar que ello no significa que no se deba en
una revolución en una sociedad relativamente atrasada, y dada unas
circunstancias determinadas adversas y de cerco imperialista, eliminar
totalmente a la burguesía como clase por más que sus condiciones de
reproducción interna continúen; es decir, a pesar de que el proletariado
no ha madurado lo suficientemente todavía para eliminarse a sí mismo.
Pero debe hacerse admitiendo siempre dicho peligro de reproducción interna.
La Historia viene a hacer una síntesis, por un lado, de
la superior visión de Mao en este asunto (sus textos están llenos de
verdaderas profecías, aunque dicha visión no fuera lo demasiado
consecuente como para deshacer en todo momento el peligro de
conciliación) con, por otro lado, la justa implacabilidad antiburguesa
de Stalin (más allá de que no viera todos los posibles caminos de la restauración capitalista).
Stalin hablaba de lo viejo y de lo nuevo, de acuerdo,
pero ¿y de la reproducción de lo viejo en la nueva unidad en caso de que
lo nuevo victorioso no conforme una unidad suficientemente madura?
No se debe confundir existencia de contrarios ni exclusión de los mismos con que debe eliminarse ya
el contrario viejo. (Otra cosa, como ya se ha indicado, es que nos
veamos obligados a despejar el horizonte por un buen rato, antes de
meternos en experimentos pedagógicos inservibles). El aspecto nuevo se
desarrolla en lucha con el aspecto viejo para que, llegado un momento,
se alcance una unidad donde ambos desaparezcan. Pero, sobre todo, lo
nuevo debe garantizar una madurez suficiente a la nueva unidad que
posibilite su consistencia; si no, siempre ha de estar alerta a la
reproducción de lo viejo.
La clase obrera soviética no quedó en buena disposición
de madurar, de superarse a sí misma, al reconocerse solo el aspecto
viejo capitalista en la burguesía extranjera imperialista; y, encima,
delegando su lucha al Estado que la va a mantener a raya. Difícilmente
se puede mantener una lucha de clases si se declara liquidada una de
ellas. Aquí puede haber mucho de deseo que la realidad se encarga de
negar.
Hay que insistir en la necesidad de avanzar en la
comprensión de la naturaleza interna de las cosas, en la
interpenetración entre ellas, no sólo en su relación externa. Las cosas
se excluyen, sí, pero también se modulan e interpenetran; son sistemas
abiertos. Por ejemplo, mucho de lo que creemos nuevo se desliza
progresivamente a ocupar la naturaleza y posición de lo viejo (capas
superiores de la sociedad socialista, pequeña burguesía...). No solo es
cuestión de restos anteriores de la burguesía, ni de contradicciones con
los campesinos, intelectuales, y pequeños-burgueses simplemente como
tales. Hay que estudiar con más detenimiento dicho proceso de
interpenetración de los contrarios: cómo se relacionan unidades
“parciales” de contrarios (la Unión Soviética y el resto del mundo) y
se condicionan; cómo ante un defecto de lo viejo y un subdesarrollo de
lo nuevo en una unidad parcial (como la URSS, en tanto que parte de una
unidad superior, internacional) se crean las condiciones para que algo
de lo “nuevo” se haga “viejo” y se reemprenda la lucha de contrarios
interiormente en esa unidad parcial de contrarios.
En ese sentido, por ejemplo, mucho de lo nuevo
actualmente se está poniendo al día en el campo ex-socialista, y sin
mediación de Estado-padre alguno, tras haberse reproducido lo viejo; en
realidad, ahora, mediante la lucha reemprendida, se está madurando más.
Esto no quiere decir que tenía que haberse buscado lo que ocurrió. (Lo
que ha acontecido no estaba determinado en el sentido de determinismo histórico. Pasado
y futuro están “hechos” de la misma naturaleza; si no defendemos el
determinismo histórico ante el futuro, ¿por qué habremos de defenderlo
ante el pasado?)
Es muy cierto que el cerco a la Unión Soviética no dio
mucho margen de maniobra, pero quizá una determinada política coyuntural
se generalizó o sistematizó demasiado. Es comprensible que tras la
Segunda Guerra Mundial hubiera mucha necesidad de paz como para, además
de los enemigos imperialistas (que “se olvidaron” muy pronto de su
condición de aliados antinazis), alertar de que interiormente se podía
alumbrar más de un “monstruito revisionista”, cuando encima se había
procedido a una “limpieza” considerable en los años 30.
En un plano internacional, cuando desaparezca la
burguesía desaparecerá el proletariado. Y surge una nueva unidad donde
sólo habrá trabajadores, donde los problemas y contradicciones serán
otros, y el huevo que daba pollos burgueses habrá desaparecido, siendo
imposible que de la nueva piedra a la que se ha llegado salgan polluelos
capitalistas. Con la desaparición del imperialismo -o con un
considerable debilitamiento del mismo- este dejará de actuar como factor
externo que “caliente” a las sociedades revolucionarias para que lo que
tengan de huevo burgués alumbren cada cierto tiempo sus criaturitas
capitalistas.
Como decimos arriba, en el caso de que en un momento
determinado se elimine a la clase burguesa, el mayor problema no viene
de los restos que hayan quedado. Pero amenaza mayor sí que todavía
subsiste: son los elementos más reaccionarios de lo “nuevo” los que poco
a poco van regenerando la burguesía aprovechándose del atraso relativo
de la nueva sociedad. Comienzan por lo que menos acumulación de riqueza
material se necesita, la ideología, y de momento se contentan en tomar
posiciones en la disposición de los medios de producción que el pueblo
trabajador les delega para, llegado el mes del parto capitalista, estar
en condiciones de poseer lo que antes simplemente disponían (que se lo
pregunten si no a los Chernomyrdin [17] de turno) y convertir en
títulos de propiedad sus “derechos” políticos. Son estos personajes
quienes se postulan como negociantes ante el capitalismo internacional
porque, evidentemente, algo sí que conocen del análisis marxista, y
saben muy bien que en la época imperialista está más que asignado el
papel de cada burguesía. Es decir, al tiempo que se aprovechan de que no
es tarea fácil dar con la tecla para construir el socialismo en
sociedades relativamente subdesarrolladas, no desconocen que es
imposible convertirse en potencia capitalista “autónoma”.
En términos de “unidad de contrarios”, la sociedad
ex-socialista ha sufrido una polarización aún mayor, pero esta vez el
fortalecimiento es del lado positivo, y muchos que objetivamente
reforzaron lo viejo ahora refuerzan lo nuevo. Otra vez, una
interpenetración de contrarios, pero ahora inversamente. Así, uno de los
factores positivos que podrían contribuir a la reiniciativa de la
revolución socialista en Rusia es sin duda la imposibilidad de encaje en
el capitalismo mundial y la desaparición de muchas ilusiones
mercantilistas. Pero está claro que esto no basta. La conciencia
comunista experimentará un fuerte avance cuando se acabe con la
concepción del Estado socialista como un Estado paternalista que asegura
lo que el desorden burgués no permite. No obstante, es bueno que hasta
los patriotas, los nacionalistas, vociferen contra la burguesía
internacional, ya que sirve para demostrar que lo que tuvieron es mucho
más realista que el propio capitalismo real. Es una gran experiencia que
ayuda a las fuerzas comunistas, pero estas no olvidan que ser comunista
no es una etiqueta ni una foto de quita y pon, y que, por tanto, aunque
la cosa avanza se va a sufrir: ni ahora tenemos el pleno sol a la
vuelta de la esquina, ni todo era sombrío cuando lo de la famosa “caída
del Muro”. [18]
En fin, sabemos que la burguesía, además de clase pérfida
que habrá que eliminar, juega un papel histórico. Pero en la época del
imperialismo ya ha quedado más que demostrado que ningún país
“subdesarrollado” (sobre todo sus pueblos) puede ya soñar ser
“desarrollado” dentro del campo capitalista, por lo que la perspectiva
socialista es la única viable incluyendo en esta la etapa meramente
anti-imperialista (o de nueva democracia). No obstante, debe
considerarse un serio problema las condiciones internas en que queda la
sociedad “atrasada”, que accede al camino socialista, para superar
enteramente a la burguesía.
Dado que lo nuevo no ha podido madurar suficientemente,
las unidades parciales que conozcan el triunfo revolucionario no podrán
extirpar definitivamente al contrario burgués o, mejor dicho, no podrán
hacer desaparecer la amenaza de que se desarrolle en base a sus
condiciones de reproducción interna, mientras exista el “calor
imperialista”. De ahí la importancia que damos al desarrollo del
movimiento antiimperialista en el centro mismo del imperialismo. Y ello,
en base a una convicción de responsabilidad internacionalista: antes de
entrar en la crítica detallada y “lejana” de por qué se ha reproducido
lo viejo en una unidad revolucionaria parcial que no es la nuestra (en
un país donde triunfó un proceso que se quiso socialista), antes, habrá
que ganarse el derecho a esa crítica “exterior” desarrollando en nuestro
propio marco el proceso revolucionario que dificulte que los agentes
inductores de misma nacionalidad que la nuestra (“nuestra” burguesía)
contribuyan a reproducir lo viejo allí.
En sociedades relativamente atrasadas, toda destrucción
de la burguesía interior debe ir acompañada de una fuerte ayuda exterior
de sociedades socialistas más avanzadas y de un combate por el
debilitamiento imperialista; en cualquier caso, de un despliegue de la
lucha de clases que vaya combinando el ataque a la burguesía exterior
(ayuda a otras revoluciones) con un fuerte control de la burguesía
interior con respecto a la cual puede caber diferentes tratamientos
según las etapas en que se encuentre el proceso revolucionario, no
considerando a este como una línea recta.
Habrá que estar alerta ante los vaivenes que se puedan
dar y, en definitiva, ante las interpenetraciones entre contrarios, en
un sentido y otro (habrá que saber moverse en la inestabilidad), todo
ello en una línea de desarrollo histórico ascendente, en busca de que
la unidad de contrarios internacional dé paso a un nueva donde tanto la
burguesía (lo viejo) como el proletariado (lo nuevo) desaparezcan.
8. La inevitabilidad de las malinterpretaciones: ¿otra “ley universal”?
Está claro que siempre hay que esforzarse por procurar a
toda a costa no dar argumentos a los revisionistas. Pero, en realidad,
es imposible que los teóricos del marxismo puedan mantenerse tan
perfectos, tan “puros”, tan “completos” y “exactos” en todo momento,
como para evitar que los que se quieran “salir por la tangente” no
encuentren algún tipo de “agarraderas” en el desarrollo de su obra. En
este sentido, ¿ha quedado libre alguno de los clásicos del marxismo
(incluido el propio Marx) de esos discípulos que, jurando mantenerse en
la ortodoxia de su Maestro, no lo hayan utilizado para encubrir, en no
pocos casos, su vocación de vulgares Judas?
El hecho de que, por ejemplo, Mao, en su intento de contribuir al
desarrollo de la revolución en China, formulara ciertas tesis, hiciera
afirmaciones y practicara ciertas cosas que contravinieron leyes
universales (por tanto, aplicables a China) ya establecidas, eso es algo
que por principio no hay que descartar a la vista del proceso seguido
posteriormente por la revolución china y lo que allí ha habido de
restauración capitalista. Es más, conforme vaya transcurriendo el tiempo
y tengamos un mayor conocimiento de lo que ha pasado en China durante y
después de Mao, es indudable que estaremos en mejores condiciones para
contrastar su obra. Pero de la misma manera que deberemos contrastar la
de cualquier líder revolucionario. Sobre todo, la de aquellos cuya tarea
ha sido la de dirigir de forma inmediata la revolución, sin tiempo ni
elementos para ver cómo conjugar con la realidad de los países atrasados
desde el punto de vista capitalista una teoría revolucionaria que ha
deducido sus principios universales teniendo en cuenta el desarrollo de
los países industrializados avanzados. Este es el caso de Mao y hasta
del propio Stalin.
Es muy posible que el líder revolucionario chino, en la necesaria lucha teórica que
tuvo que llevar a cabo (esa que consideraba Engels como ‘tercer
apartado de la lucha de clases’), forzara las cosas hasta un punto que, o
bien él mismo se salió a veces por la tangente, o bien dio elementos
justificativos para que otros desarrollaran su revisionismo y
oportunismo. Y que uno de los campos que Mao trató, y que fue
especialmente utilizado por el revisionismo y el oportunismo, era el de
la “filosofía”; concretamente, cuando aquel tuvo que poner el acento en
la importancia de lo particular en su relación dialéctica con
lo universal. Debe quedar claro que la importancia de centrarse en lo
particular no es algo que se le deba a “pensamiento maoísta” alguno y,
desde luego, Mao cometió un error si no se enfrentó a semejante
interpretación y no siempre defendiera de forma consecuente que el marxismo no necesita que se le añada ninguna etapa de desarrollo general.
Pero, independientemente de las imperfecciones o límites (tanto
teóricos como prácticos) de tal o cual líder revolucionario, parece que
se precisa como una ley universal la inevitabilidad de que el revisionismo y el oportunismo busquen y encuentren “agarraderas” en todo desarrollo concreto de la teoría revolucionaria.
Efectivamente, todo desarrollo de la teoría revolucionaria se hace en lucha concreta
contra unas tesis falsas que pretenden establecerse. Y toda tesis falsa
pone el acento en un aspecto de la teoría, por lo que los
revolucionarios se ven obligados a resaltar lo que se pretende negar como cierto, y que, además, en ese momento
es necesario destacar. Pero, precisamente, desde el momento en que se
resalta un aspecto, sobreviene el peligro, se establecen condiciones (y
“agarraderas”) para salirse por la tangente. Incluso es muy posible que ya se salga, solo sea un “poco”, el propio revolucionario que en ese momento
está representando la posición avanzada, progresista y justa, en
definitiva, lo nuevo. El riesgo aumenta cuando los revolucionarios
marxistas que se enfrentan a este asunto son, a lo sumo, talentosos
discípulos de Marx, aunque alejados de la genialidad de este (como diría
Engels, incluyéndose él mismo entre ellos). Pero ni la misma genialidad
de Marx pudo conjurar el maleficio que supone la posibilidad de falsas
interpretaciones.
Podríamos referirnos a otros ejemplos similares, pero baste por el
momento con la queja expresada por el propio Engels en una carta
dirigida, en septiembre de 1890, a J.Bloch, líder socialdemócrata
alemán, en la que se lamenta de las interpretaciones unilaterales hechas
por algunos “marxistas” de los planteamientos de Marx y de él mismo: "El
que los discípulos hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto
económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo
mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio
cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y
ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que
intervienen en el juego de las acciones y reacciones. (...)
Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que se cree haber
entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por
el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis
fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los
nuevos ‘marxistas’, y hay que decir también que han hecho cosas
singulares" [19]
En realidad, si reparamos en cómo avanza el propio conocimiento
humano, ayudamos a explicarnos la amenaza de falsas interpretaciones.
Sin referirse exactamente a este asunto, Lenin ya nos dice que "el
conocimiento humano no describe una línea recta, sino una curva que se
aproxima indefinidamente a una (...) espiral. Todo segmento, trozo, de
esta curva puede ser cambiado (cambiado unilateralmente) en una
línea recta independiente, entera (donde ella es fijada por el interés
de clase de las clases dominantes)” [20]. Cierto que aquí
Lenin está explicando la causa científica del idealismo, pero es
evidente que si esto lo relacionamos con la necesidad de estudiar en
concreto las cosas -de recorrer la curva del conocimiento tramo a tramo-
es cuando debemos reparar no ya en el riesgo de que un autor de una
tesis sea él quien protagonice, en lo fundamental, la salida de
tangente, sino que sean otros los que aprovechándose de los lugares más
vulnerables (y siempre los hay) de esa tesis la interpreten falsamente.
Imaginemos lo que resultará de si a poder hacerlo se le suma el interés de hacerlo.
Ni que decir tiene que se trata, en cualquier caso, de analizar sin tapujos toda formulación teórica, por más buena intención que abrigue su autor, pero teniendo en cuenta, al mismo tiempo, el contexto
en que se da esa formulación. Y ello, a fin de descubrir la “esencia”
de lo que se pretende formular -más allá de sus inexactitudes y de las
interpretaciones falsas e interesadas- sirviendo el contexto para
dilucidar qué es lo que hay superar en el momento de la formulación de
esa tesis. De esta manera seremos capaces de precisar posteriormente aún
mejor lo que el autor se ha propuesto, no ya superando las propias
inexactitudes que en su momento podía haber -con el grado de
conocimiento entonces existente- sino, ahora, contando con la
experiencia posterior y viendo cómo se ha interpretado en su conjunto
esa tesis. Sólo así podremos valorar justamente al autor.
Desde luego, lo que no es buen remedio para situar correctamente a un
autor y contrarrestar la amenaza de malinterpretaciones, incluidas las
involuntarias, es que la crítica caiga en la tentación de esa lógica
“deductiva”, pero muy facilona, consistente en decir que “algo tiene que
haber porque algo tiene que explicar lo que ha pasado”. Ya que afirmar
esto último no deja de ser una generalidad que, por sí misma, no nos
hace avanzar un ápice en la búsqueda de la verdad, y que, además,
justifica muchos “saltos mortales” entre causas y efectos. Máxime,
cuando todo está relacionado en última instancia y, en algún que otro
grado, todo es causa de todo.
Notas:
[1] Documento “Espacio político e ideológico (identidad)” aprobado en el 1º Encuentro Estatal de Red Roja en octubre de 2012.
[2] Los escritos de 1999 en que se basa el presente trabajo son: "Sobre el artículo Lo universal y lo particular", "Comentario al escrito ¿Marxismo o particularismo?" y "Comentario sobre El problema de la identidad".
[3] Manuel Pérez Martínez, más conocido como “camarada Arenas”, se
encuentra actualmente en prisión únicamente, en realidad, por su
condición de secretario general del PCE(r), bajo figuras de acusación
completamente forzadas y que contravienen hasta el propio ordenamiento
jurídico del Estado español. Después de 19 años entre rejas, en períodos
diferentes, la exigencia de su liberación es una tarea prioritaria de
todo comunista, antifascista y, en general, de toda persona progresista.
[4] F. Engels, Los comunistas y Karl Heinzen. Octubre 1847.
[5] Consúltese el apartado III (“El método de la economía política”) de la introducción del capítulo 1º (“El dinero”) de los Fundamentos de la crítica de la economía política de Marx.
[6] Comunidad primitiva, esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo.
[7] Extracto de una carta a Conrad Smith, fechada el 12 de marzo de 1895, incluida en Études Philosophiques, Paris, Edition sociales, 1972, pág. 257. La traducción es mía.
[8] Hay que recordar que si se “implica” tan insistentemente a Mao en
esta cuestión de la comprensión de la teoría y de su relación con la
práctica –asunto que, evidentemente, es mucho más universal que el caso
del proceso revolucionario en China- es porque el debate surgió en torno
a una crítica a él; también porque, ciertamente, Mao le dedicó un
tratamiento teórico especial.
[9] Extracto de una carta a Conrad Smith, fechada el 5 de agosto de 1890, incluida en Études Philosophiques, Paris, Edition sociales, 1972, pp. 236-237. La traducción es mía.
[10] F. Engels, Anti-Dühring, Introducción.
[11] Ya en su momento elegí poner puntos suspensivos y no el guión para visualizar la negativa a “etapizar” el marxismo incluso con respecto al leninismo.
[12] El artículo que critiqué en 1999 terminaba con un apartado que
versaba sobre la construcción económica en el socialismo y enfrentaba
las posiciones de Stalin y Mao acerca de lo que “el “manual socialista”
(retomando los términos que entonces utilicé) dictamina por
mercantilizable o no, y en general, sobre la línea de edificación
socialista a seguir. Una cuestión, esta, de máximo debate en lo
referente al desarrollo del socialismo en los países que históricamente
no son precisamente los más centrales y desarrollados del capitalismo en
la época del imperialismo.
[13] Sobre este asunto que denomino “interpenetración y reproducción
de contrarios” volveré en el posterior apartado, que es una edición de
mi escrito, también de 1999, “Comentario sobre la unidad de contrarios”.
[14] En la parte primera, titulada “Historia”, del apartado A “La ideología en general y la ideología alemana en particular” de La Ideología Alemana aparece una nota marginal de Marx en la que habla del comunismo como "la acción simultánea de los pueblos [de países] dominantes, lo que presupone a su vez el desarrollo universal de la fuerza productiva y de los intercambios mundiales". Antes llega a decir que "toda extensión de los intercambios [universales] aboliría [experiencias de] comunismo local".
Evidentemente, estas afirmaciones de Marx no pueden tomarse al pie de
la letra sin las debidas actualizaciones y precisiones. Pero con todas
las salvedades pertinentes, estamos frente a unas palabras que reflejan
una extraordinaria potencia de análisis teórico-histórico del comunismo
como conclusión e “inserción” práctica en el propio desarrollo de la humanidad. En esta misma nota marginal es donde se encuentra también la afirmación: "El comunismo no es para nosotros ni un estado que deba ser creado, ni un ideal ante el cual la realidad deba adaptarse. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado actual de las cosas".
En realidad, toda esta nota marginal debería ser de lectura obligada.
(Todas las citas son de traducción propia del texto en francés
correspondiente a l’Idéologie allemande, Paris, Editions sociales, 1974).
[15] Parte de este texto fue incluido en el artículo “La comprensión
como ánimo” publicado en Insurgente y en Cádiz Rebelde-Red Roja.
[16] Lo siguiente es una edición de mi comentario de 1999 al escrito
“El problema de la identidad” donde su autor, M.P.M., trataba de las
interpretaciones de este problema por parte de Mao y Stalin y las ponía
en relación con el curso histórico tomado por la construcción socialista
en sus países.
[17] Víctor Chernomyrdin ocupó altos cargos administrativos, como
miembro del PCUS, en la industrial estatal soviética. Tras la
desaparición de la URSS, fue primer ministro de Rusia con Boris Yeltsin
de 1992 a 1998. Celebrado por Occidente por su rol clave en la
transición a la “economía de mercado”, era al mismo tiempo considerado
como “oligarca de los negocios rusos”.
[18] Frase redactada en 1999.
[19] Extracto de una carta a Joseph Bloch, fechada el 21 de septiembre de 1890, incluida en Études Philosophiques, Paris, Edition sociales, 1972, pp. 240-241. La traducción es mía.
[20] Lenin, Cuadernos Filosóficos.
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