Yo soy Alfonso
La
detención, el pasado 14-N, de Alfonso Fernández Ortega me ha traído a
la memoria dos recuerdos tan lejanos como, por desgracia, vigentes.
El
primero es cinematográfico. El burdo y fracasado intento de utilizar a
un único activista como chivo expiatorio de una huelga general que
movilizó a millones de personas, me
ha hecho evocar la que, muchos años después de verla por primera vez,
sigue siendo mi secuencia cinematográfica favorita; pertenece aEspartaco,
de Stanley Kubrick, y es aquella en la que, tras la derrota de los
esclavos por las legiones de Craso, los vencedores conminan a los
vencidos a entregar a su jefe. “Yo soy Espartaco”, repiten entonces los
prisioneros uno tras otro, hasta que sus voces se convierten en un
clamor. Y no lo hacen solo para salvar a su líder de la cruz que Roma le
tiene reservada, sino porque cada uno de ellos se identifica plenamente
con Espartaco, es otro Espartaco. Han cobrado conciencia de que la suya
es una hazaña colectiva, han socializado el heroísmo, se han hermanado
en un “uno para todos y todos para uno” que se anticipa en dos mil años
al comunismo. No tienen nada que perder sino sus cadenas. Han cobrado
conciencia de clase.
El
segundo recuerdo es más personal, pero tan transferible como el
anterior. Cuando yo tenía la edad de Alfon, un par de policías me
sacaron de la cama de madrugada y me llevaron a la Dirección General de
Seguridad. Mi delito: manifestar mis opiniones en los escasísimos
espacios a los que la prensa de la época me permitía acceder. Me
tuvieron tres días incomunicado, me sometieron a durísimos
interrogatorios y me encerraron en una celda de castigo que no era mucho
mayor que una cabina telefónica. Casi medio siglo después, y tras una
supuesta transición democrática, nuestro compañero Alfon ha sido
atropellado de forma similar y por las mismas razones. Los herederos de
Franco y de la Inquisición siguen actuando con la impunidad de siempre, y
seguirán haciéndolo mientras no los detengamos.
Tomado de inSurgente
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