Pero… ¿no quedamos en que los explotados no tenían patria? . Jorge López Ave


La historia nos recuerda que cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el nunca suficientemente ponderado Lenin advertía a los trabajadores de Rusia y de toda Europa que la guerra no iba con ellos, que era una batalla entre imperios, entre las burguesías de las naciones por el control geográfico y con él, el de los mercados y materias primas. Lenin llamaba a transformar esa guerra en una oportunidad para acabar con la clase dominante.
No le hicieron caso. 
Los gobernantes supieron conducir (aún sin televisión ni internet) a las masas a una guerra donde la bandera de la patria lo cubrió todo. 
El nacionalismo aparecía en el mayor de sus esplendores para sustituir la lucha de clases, las banderas de cada uno de los países resultaron más creíbles que las rojas. El miedo de los ricos a la revolución era patente pero quisieron ganar tiempo agitando la bandera del país. 
Es cierto que a lo largo del siglo XIX y el XX las banderas nacionales jugaron un papel libertador contra el colonialismo, pero casi nunca trajo aparejado el punto de vista de clase, el de los explotados. 
¿Y hoy? ¿Qué serían de las Olimpiadas o los mundiales de fútbol sin la presencia nacionalista?
 Loco locaso es el que no se deje seducir por los deportistas de su país en la pugna contra otros, para nada se aceptaría un discurso de considerar hermanos a los trabajadores y explotados del otro país, y enemigos a los explotadores nuestros. 
Luego, y para confirmarlo, salimos a festejar junto a la burguesía local, que no se sabe si está más contenta por el resultado victorioso de los deportistas patrios o porque los explotados de siempre lucen las mismas banderas que ellos cuando de deporte se trata. 
Sacarse de encima la losa de que la ideología de la sociedad es la ideología de la clase dominante es laborioso. Por eso hay que apreciar en sus justos términos la idea de la FIFA de que en el próximo mundial no sean selecciones de países los participantes, sino cinco equipos de pobres (uno por continente) y cinco de ricos los que se enfrenten. Esto provocará que las hinchadas tomen los estadios con banderas rojas, incluso negras, y al otro lado conchetos exhiban oro, dólares, euros y cánticos sobre su buena vida

A la hora de los himnos se escuchará la Internacional y se espera con impaciencia lo que decidan los ricos pero “La vida sigue igual” de Julio Iglesias tiene muchas papeletas. 
El Comité Olímpico Internacional no se quedará atrás, y prohibirá los himnos patrios para que suene Mozart o Silvio Rodríguez, y no habrá medallas ni de oro ni de plata ni de bronce sino el aplauso caluroso de miles de personas emocionadas como colofón a los triunfos y los récords. Será otro mundo. 


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