El universo de usufructuarios y tenedores de tierra empieza a
mostrar un rostro más fresco en Guantánamo, como se observa en una
cooperativa de crédito y servicios renovada con el espíritu de una
treintena de jóvenes.
HONDURAS, MANUEL TAMES, Guantánamo.— El fango espeso hace
intransitables los caminos en este batey macondiano que en los años 70
del pasado siglo fuera un emporio cañero-azucarero, imposible de obviar
como fuente de trabajo para sus lugareños.
Aunque ya no huele a azúcar ni la caña se enseñorea en aquel macizo,
no son pocos los que intentan devolver el esplendor productivo a esa
demarcación, perteneciente al municipio de Manuel Tames.
Semejante empeño empieza a mostrar rostros jóvenes con la
incorporación de una treintena de muchachos y muchachas a la cooperativa
de crédito y servicios (CCS) Frank País García, una de las dos
instaladas en el entorno de aquel Consejo Popular.
En diálogo con Juventud Rebelde, Leonardo Alfonso
Durruthy, presidente de la CCS, celebró que sean ellos quienes, desde
2012, hayan contribuido a elevar la eficiencia, mejorar los aportes
productivos de la entidad y ofrecerle un talante más fresco a ese
colectivo, integrado por 58 usufructuarios y 98 dueños de fincas.
Keyler, Yaniris (al centro) y Yannia son ejemplo de la inyección de fuerza joven que recibe la cooperativa Frank País. Foto: Lisván Lescaille Durand
Mucho representa esa juventud —afirma— para las metas de cada cosecha
y la comercialización de viandas, hortalizas, granos, frutales y carne.
Porque estamos aún lejos de satisfacer la amplia demanda de esos
renglones en el municipio, pero sobre todo de contar con toda la caña
necesaria, reconoce Leonardo Alfonso Durruthy.
«De los cinco integrantes de la Junta directiva de las CCS, cuatro
tienen menos de 40 años y dos de ellos —muchachas— tienen menos de 25
años. Esa implicación juvenil dentro de un colectivo mayormente
envejecido propició eliminar las indisciplinas laborales y la
desorganización del trabajo que prevalecía en la entidad», apunta su
presidente.
Lidiando con el monte
La azada al hombro y el machete en la cintura se le hacen
inseparables, prácticamente desde la cuna. En el intrincado lomerío
santiaguero de Songo la Maya, donde nació hace 30 años, Yoanni Lambert
Quiala aprendió a lidiar con el monte. Sin embargo, fue en Casimba
Arriba, en el municipio guantanamero de Manuel Tames, donde se «casó»
para siempre con la tierra.
Encontrarlo allí no resultó sencillo. Como casi siempre sucede, el
guajiro vive un poco más allá de donde te indican. Pero luego de una
recia travesía, con el fango al pecho entre resbaladizas guardarrayas,
asomó el rostro bañado de sudor y entusiasmo del joven.
Junto a su hermano, Juan Carlos Lambert, de 40 años, Yoanni se
convirtió en usufructuario de una parte de las tierras de la finca San
Jorge, a tenor con el Decreto-Ley 259. Pudieron entonces establecerse
definitivamente «como dueños de un patrimonio que les permite vivir de
las cosechas de decenas de quintales de maíz, yuca, tomate y frijol»,
sostiene.
No escapan al visor de este esforzado labriego los rigores de la vida
entre cosechas, cuando tienen que ingeniársela con otras formas de
subsistencia como la ceba de puercos.
«Crecí viendo a mis padres afincados a la tierra, extrayéndoles sus
frutos de sol a sol, y ese ejemplo lo he incorporado a mi conducta.
Creo, en verdad, que nací para esto: sembrar y cosechar viandas,
frijoles, maíz, hortalizas, pastorear ovejos, criar puercos, aves de
corral…», afirma pausadamente.
A estas alturas Yoanni no tiene dudas del acierto de la política de
reparto de tierras ociosas entre quienes pueden ponerlas a producir. Esa
decisión del Estado cubano lo hizo salir de la incertidumbre de
detentar una parcela ilegítimamente, como era antes, pero sobre todo le
proporcionó un espacio donde socializar y compartir sus preocupaciones:
la CCS Frank País.
«La cooperativa se pone muy buena —dice—. Ha llegado gente joven y
tengo con quienes compartir. Ya soy militante de la UJC y siempre
estamos “inventando” cosas para unirnos en el propósito de hacer mejor
las cosas y, de paso, nos divertimos un poco en medio de tanto trabajo y
poca recreación», apunta.
Vista derecha: la cooperativa
Ahora lo confiesa sin rubores: «Nunca pensé que aquí encontraría mi
espacio laboral». Pero como muchos jóvenes de la comunidad de Honduras,
Yaniris Escalona López pasaba por frente de la cooperativa Frank País y
apenas si reparaba en ella. Su mente estaba en otros oficios, quizá
allende el municipio.
Sin embargo, tenía sobradas razones para enamorarse del trabajo
agrícola, porque también creció observando el ordeño de las vacas y el
laboreo en tierras de su familia guajira. Entonces, la muchacha de
apenas 19 años decidió un día «mirar hacia la derecha» y traspasar las
puertas de la referida entidad en busca de trabajo.
«Tenía habilidades recién adquiridas en un curso de dirección de
recursos humanos, ofrecido por la Asociación Nacional de Agricultores
Pequeños (ANAP), y empecé a desempeñarme como tal cuando me ofrecieron
el puesto. Y con un poco de temor vi el reto que hizo la junta directiva
para que asumiera como organizadora de la cooperativa», cuenta la
joven.
«Algunos piensan que los jóvenes no podemos con tareas tan complejas y
que requieren vocación y entrega, pero se equivocan. La mayoría de las
veces le ponemos el alma y nos ganamos el respeto del labriego y su
familia», confiesa.
Muy cerca de Yaniris, en una apretada oficina, tiene lugar un proceso
muy complejo que descansa sobre los hombros de otra muchacha, también
joven: la economía de la cooperativa, un asunto moldeado con habilidad
por Yannia Mendoza Ramos, de 22 años.
Además de ocuparse de que cuadre perfectamente todo en materia de
economía, ella enfrenta situaciones «complicadas como el acceso a
créditos por parte de los socios y las cuentas por pagar y cobrar de la
cooperativa, tema que ocasionan no pocos disgustos a los miembros y a la
propia junta directiva», ilustra Yannia.
Para esta graduada de técnico en contabilidad, hace tres años, ese
puesto laboral significa una escuela que consolida su formación
profesional. En otro sentido, pudo reparar también en el rol del comité
de base de la UJC y el ambiente que promueve, lo cual «hizo que me
decidiera para ingresar a la organización», refiere.
En esa cuerda mucho influye el joven de 28 años, Keiler Duvergel,
trabajador social devenido almacenero de esa forma de producción, para
quien constituye una bendición el ingreso de más de 30 jóvenes al comité
de base en los últimos dos años, razón por la que este se nutre
constantemente.
«Nos propusimos ampliar nuestra influencia en el entorno familiar, y
encontrar allí a los futuros campesinos que engrosarán la plantilla de
la cooperativa y, si seguimos siendo ejemplo, serán también de la
organización juvenil. Ese ambiente de participación y alegría que
generamos acá garantiza el apego al surco y la herencia generacional de
las tradiciones campesinas».
Vienen los jóvenes
Una progresiva incorporación de rostros jóvenes a las labores
agrícolas en este territorio empieza a mostrar los aciertos de la
política de entrega de tierras ociosas en usufructo, propiciada con el
Decreto-Ley 259 y el 300, emitidos por el Consejo de Ministros en 2008 y 2012, respectivamente.
La ANAP en esta oriental provincia creció el pasado año en casi un
centenar y medio de campesinos de hasta 30 años de edad. Ahora suman 1
207 los jóvenes alistados en ese gremio que se dedican a actividades
relacionadas con la agricultura, aseguró Yadira Martínez Kolb, miembro
del Buró Provincial de la ANAP.
Por añadidura, 320 noveles labriegos asumieron en los últimos 16
meses cargos de dirección en las nóminas de las cooperativas y otras
formas de producción, «lo que aporta renovación y vitalidad a las
cooperativas de producción agropecuarias (CPA), CCS y otras estructuras
dela ANAP», afirmó Martínez Kolb.
Estas cifras deberían seguir incrementándose, en consonancia con los
datos del último censo —que registra a Guantánamo como la provincia
cubana de mayor población joven—, y con ello eliminar definitivamente el
estigma pernicioso sobre el trabajo en el surco.
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