Hay muchas cárceles dentro de la cárcel, muchas historias
individuales silenciadas, muchos pequeños infiernos que no cabrían en un
libro entero, ni en una enciclopedia del sufrimiento.
Pres@s en aislamiento, enfermos
terminales, psiquiatrizados, dispersadas, menores… historias de
desarraigo que ponen los pelos de punta.
Dentro de todas esas realidades una de
las que menos se conoce es la de las mujeres en prisión, una minoría
entre el colectivo de casi 70.000 personas presas en el Estado Español.
Ocupan pabellones sobresaturados, suelen acumular penas menos graves y
reciben un trato de segunda, pues en muchas prisiones ni tan siquiera
tienen acceso a instalaciones comunes como biblioteca o gimnasio y su
patio es sensiblemente más pequeño.
Permanecen silenciosas, anónimas, como
todas las personas presas, tan anónimas como la presa que se quitó la
vida el pasado 11 de marzo en la zaragozana prisión de Zuera. Solo una
escueta nota de prensa, ni tan siquiera un nombre, ni mucho menos un
porqué. Una nota al margen en algún informativo y otra muerte más que
acumula ese siniestro lugar en mitad de la nada que es la macrocárcel de
Zuera, que en el pasado batió en varias ocasiones el siniestro récord
de suicidios en prisión.
Apenas unos días después, el 1 de abril moría la presa del PCE(r) Isabel Aparicio,
que se hallaba gravemente enferma y que había denunciado en diversas
cartas la desasistencia sanitaria que sufría, hecho que quedó patente
con su muerte. Tarde vienen las lamentaciones, aunque una persona presa
parece no ser importante para casi nadie. Menos si se trata de una presa
política. Donde quepa la revancha que no se espere justicia.
Artrosis degenerativa, osteoporosis,
problemas de respiración, desplazamiento de sus vértebras lumbares y
hernia de disco no se consideraron dolencias lo bastante graves como
para derivar a Isabel a un hospital.
Los tiempos cambian, pero la miseria
penitenciaria permanece. El goteo de muertes, silenciosas y silenciadas
sigue y las noticias se emiten con sordina, no vayan a asustar a la
ciudadanía bienpensante y revelen que las más lóbregas mazmorras siguen
existiendo, aunque ahora se tiñan de democracia.
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