Cuando el nazi brigadista del amanecer vestido de azul le abrió la cabeza al chiquillo golpeándolo salvajemente contra la pared, los gritos de su madre recorrieron la oscuridad de aquel pequeño pueblo de Tamaraceite. Los alaridos y llantos de una mujer destrozada se metieron en los oídos de las mentes cobardes, las que se escondieron o se vistieron de falangistas para demostrar su respaldo al criminal golpe de estado.
Mi tío Braulio solo tenía 4 meses ese fatídico día
de julio de 1936, nació una noche primaveral de abril, entre el canto de los
grillos y los alcaravanes. Fue arropado por sus tres hermanos, su padre y una
madre amorosa, con manos encallecidas y rudas pero repletas de ternura. Su paso
por la vida fue breve, sus ojos brillantes contemplaron la inmensa pobreza de
su familia, el hambre, la miseria, las salidas de su padre a cualquier hora a
las reuniones del Frente Popular. Algo pasaba, algo negro, siniestro, con sabor
a sangre, rondaba cada rincón oscuro de aquel pequeño pago del municipio de San
Lorenzo, en la colonial isla de Gran Canaria.
El chiquillo nunca supo en su inocencia el peligro que
se avecinaba como el viento frío de los muertos. Chillaba alegre, lloraba, observaba
detalladamente el destrozado techo de cañas y barro de la humilde casita,
jugaba a su manera, se entretenía mamando la leche sana y cálida de su madre,
mirando con ojos burlones a sus descalzos y desharrapados hermanos, Lorenzo,
Paco, Diego, que contentos le hacían carantoñas. No llegó a saber jamás lo que
se tramaba a pocos kilómetros, desde las casas de los terratenientes y las
iglesias de los curas fascistas. Los asesinos juntos al anochecer, después de
la misa diaria se encontraban en la tienda de Manolito, algunos con el sabor de
la ostia todavía en sus paladares, diseñaban las listas de los miles de
crímenes atroces que cometerían meses después.
Luego solo quedó el silencio, una madre que nunca
recuperó la alegría, unos hijos marcados para siempre al ver como asesinaban
delante de sus narices a su propio hermano, la muerte de su padre fusilado un
año después por defender la democracia, la libertad y la República.
Ahora tantos años después todavía queda vivo uno de
esos chiquillos desharrapados, mi padre Diego, que todavía a sus casi 90 años
rememora tristemente esos momentos de terrible dolor. Que ya se resignó a morir
sin recuperar los restos de su progenitor, enterrado como si fuera basura en la fosa
común del cementerio de Las Palmas. Su salud empeora aunque su vitalidad le
hace mantener ese optimismo que solo tienen las mentes puras, trata de que mi
madre no se le vaya, la obliga a caminar, a salir algunas tardes a la Playa de
Las Canteras.
Me dice no entender como si hay una democracia no
nos ayudan sacar esos huesos, para darles una sepultura digna, para tener la
oportunidad de llevarle unas flores rojas al viejo Pancho, que murió con solo
41 años fusilado, rematado por el tiro de gracia en el campo de tiro del
cuartel militar de La Isleta.
No entiende como nos cierran todas las puertas, como incluso desde sectores de
organizaciones canarias de memoria histórica se nos crítica por cuestionar el
sistema, por denunciar la violencia de estado contra millones de personas que
sufren las consecuencias de gobiernos putrefactos, testaferros del corrupto
poder financiero. Personajes estos bien asentados y afiliados a partidos del
régimen, con un falso discurso de izquierdas, que a la
hora de la verdad transigen y defienden la farsa, el inmenso montaje diseñado para enriquecer a unos pocos, el mismo que ha
generado que más de tres millones de niños y niñas estén bajo el umbral de la
pobreza, que dos millones de familias no tengan trabajo ni ingresos de ningún
tipo, que solo en dos años se hallan suicidado 3.000 personas en el estado
español por razones económicas.
Las mismas injusticias siguen 78 años después de los
fusilamientos y las desapariciones masivas en las islas, en todo el estado. Por
todo eso lucharon y murieron toda esa gente heroica, todos esos, todas esas luchadoras,
que llegaron hasta el final por una nueva sociedad, por un mundo mejor. Por eso
se enfrentaron al caciquismo, al poder del derecho de pernada, a los abuelos y
padres de los que ahora nos están llevando al abismo del hambre y la miseria
extrema.
El niño Braulio con sus ojos claros, brillantes, no
pudo ver el futuro inmediato, quedó muertito en su cuna ensangrentada, no
llegó a saber nada, solo sintió el amor de su madre y un minuto de odio brutal,
odio de clase, que le condujo a la muerte, el mismo odio de los que legislan
ahora en 2014 con un ojo en las leyes y otro en sus cuentas corrientes en
Suiza.
Ese chiquillo, mi tío, vivirá para siempre
en mi memoria, nunca habrá pasividad ni resignación, mientras existan motivos
para seguir luchando por él, por todos los niños y niñas que sufren las
consecuencias de un régimen sustentado en el robo, culpable de que en estos días tristes de
soledad, señoronas atropellando policías sin que pase nada, ladrones de guante
blanco indultados, policías torturadores protegidos por jueces y ministros.
La realidad se repite tristemente y muchos, muchas
siguen creyendo que la historia no será cíclica de nuevo, viven el sueño de las
lombrices en esta nueva noche eterna de los cristales rotos, con la cabeza enterrada en el fango del miedo.
http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es/
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