Para
evitar el consabido riesgo de la descontextualización, citaré un
párrafo completo del artículo de Navarro que incluye ambas afirmaciones:
“Es sorprendente la falta de atención de las izquierdas hacia este
punto, situación que podrían haber resuelto si hubiera habido conciencia
del problema y voluntad política de resolverlo. El caso de la
inviabilidad económica del diario Público es un ejemplo de ello. En contra de lo que constantemente se lee, Público
dejó de publicarse en papel porque no tuvo apoyo entre las
instituciones progresistas del país. Si los movimientos sociales como
los sindicatos y los partidos progresistas lo hubieran apoyado, hoy este
diario (el único que existía de izquierdas en el país) continuaría
dando una visión de izquierdas en España”.
Las
izquierdas -las de verdad- nunca han dejado de prestar atención a ese
punto, y siempre han insistido en el laicismo -un laicismo efectivo y no
meramente nominal- como requisito indispensable de una democracia digna
de ese nombre. Y la falta de atención de las seudoizquierdas
parlamentarias, cómplices necesarias de una falsa transición
perpetuadora del nacionalcatolicismo, no tiene nada de sorprendente. No
solo no ha habido voluntad política de resolver el problema, sino que se
ha hecho todo lo posible por encubrirlo.
El diario Público
nunca fue ni quiso ser un diario de izquierdas (lo pretendió, pero no
lo quiso). Lo puedo afirmar no solo como lector, sino también desde
dentro, como colaborador fijo (tenía una columna semanal de divulgación
científica). Cuando me ofrecieron la columna, me dijeron que también
podría publicar artículos de opinión y de crítica cultural, como venía
haciendo en el diario Gara (el único de izquierdas, ese sí, del Estado
español) y en diversas publicaciones digitales. Pero en los más de
cuatro años que duró Público
solo conseguí publicar un par de notas (de medio folio cada una), y
ambas acogiéndome al derecho de réplica: una cuando la tres veces
impresentable Leire Pajín se declaró heredera de mi programa de
televisión La Bola de Cristal,
y la otra en respuesta a las injurias contra Iniciativa
Internacionalista, candidatura a las europeas de 2009 de la que fui uno
de los promotores. Y aunque mi columna El Juego de la Ciencia
nunca fue censurada, los comentarios con un vago aroma “antisistema”
(tanto los de los lectores como los míos) desaparecían misteriosamente
del blog. Por no hablar de la ignominiosa defenestración de Rafael Reig.
No, el diario Público
no era ni podía ser mucho más de izquierdas que La Sexta, y por las
mismas razones. Es decir, no era mucho más de izquierdas que el PSOE. Y,
dicho sea de paso, no dejó de publicarse en papel: dejó de publicarse,
punto. La actual versión digital que ostenta (o más bien usurpa) la
cabecera, no tiene nada que ver con la anterior versión impresa (pero,
como se suele decir, esa es otra historia, y bastante sórdida, por
cierto).
Lo
que hace que el problema del nacionalcatolicismo sea tan extremadamente
grave, no son las barbaridades proferidas -y promulgadas- por obispos y
ministros fascistas, sino la complicidad -cuando menos por omisión- de
los supuestos progresistas.
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