Durante años, los que defendimos la opción ideológica que representan
los países del ALBA en su camino al socialismo del siglo XXI, fuimos
reprendidos por los apóstatas del llamado progresismo. Nos anteponían a
los radicalismos “bolivarianos-castristas”, el pragmatismo moderado,
consensuador y de buen tono que representaban los Bachelet, Lugo,
Humala,
Mujica y, sobre todo, Lula. La metamorfosis del PT brasileño y
sus líderes, pasando del marxismo al capitalismo con rostro humano, han
tenido encantados a los que se denominan de “izquierdas” para no serlo,
y era argumento poderoso para los que las palabras revolución y
socialismo les produce alergia. Lula y su partido representaban todas
las bondades: sacó –decían- a millones de la pobreza, alimentó el
consumo para que la maquinaria del sistema anduviera, fomentó las clases
medias para que un poderoso colchón social impidiera agitaciones
sociales, atrajo inversiones de las multinacionales que –obviamente-
ponían sus propias leyes laborales, miró para otro lado en la
destrucción del Amazonas para consolidar la idea de ser un capitán de
los países emergentes... Todo bien, tal y como ordena el manual, y de
repente, millones en las calles indignados con el régimen. Pero… ¿qué es
esto? se dijeron. Un batacazo, sin duda, similar en dimensiones al del
derrumbe de la socialdemocracia escandinava.
Una vez superado el estupor de ver a tanta gente manifestándose
contra la buena de Dilma y sus políticas del somos el menos malo, la
única izquierda posible, etc, acudieron al manido argumento de que era
la derecha y la burguesía que, insaciable, pedía más y más, que habían
sabido utilizar la subida del transporte para sacar a los suyos a las
calles. Pero cuando vieron las riadas de gente bajando de las favelas
con banderas del Che y pancartas con indiscutibles eslóganes clasistas y
reivindicativos, tuvieron que cambiar el discurso. Lo cierto y verdad
es que el modelo se les desplomó en sus narices, y que el gigante tenía
los pies de barro, tanto, que las encuestas otorgan al PT una caída de
casi 30 puntos en unas pocas semanas, ¿Quién lo diría, no? Lo que la
corrupción no había conseguido, las movilizaciones, sí. Lo aliados del
PT con nombre “comunista” siguen reunidos (desde hace días y sin
descanso) para interpretar qué es lo que pasa, hacerse la autocrítica y,
de paso y al mismo precio, la de sus aliados. Su alejamiento de las
masas y los trabajadores ha resultado más que una evidencia: no
convocaron porque tienen a muchos cuadros diseminados en los repartos de
la administración, se les sabe felices con el estado de las cosas, no
estuvieron porque no conocían a los manifestantes ni sus problemas, no
están, no se les espera. El dilema viene de lejos, ¿reforma o
revolución?, a los que piensan y actúan pensando que si se avanza con
reformas dentro del capitalismo, se conseguirán cambios sustanciales sin
traumas ni dolores, ya no les quedan mitos ni argumentos. En Brasil,
tampoco.
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