Ex militante. Jorge López Ave.

La falta de costumbre en leer las contra indicaciones de los remedios, fue la causa de no haberse enterado jamás de las consecuencias que le quedaron por las tres vacunas que le pusieron. Y la pucha que las tuvo. Con una secuencia de hechos perfectamente programada, su entorno fue observando cómo el tóxico del pesimismo social viajaba por su sangre haciendo mella de un modo irreversible en su vida. De aguerrido y entregado militante dio un paso atrás y se convirtió en mero afiliado. Apenas iba a algunas reuniones, leía sin ganas los documentos y participaba en movilizaciones cuando estas coincidían con su agenda vacante. No contento ni feliz, sin saber muy bien el momento, dejó también eso: se quedó en casa. Evitó las discusiones políticas con los amigos, miró para otro lado en los problemas laborales y no prestó atención a los ataques a sus derechos como trabajador y persona. En la radio eludió programas de actualidad, en la televisión se movió por teleseries norteamericanas, y con los vecinos apenas compartió  novedades futbolísticas y chusmerío de almacén. Su descompromiso lo argumentó a los próximos sin que nadie le pidiera explicaciones. Dijo que pese a sus esfuerzos, y el de cientos de militantes, no se iba a conseguir nada porque el enemigo es demasiado poderoso. Dijo también que le había entrado una sensación de estar perdiendo el tiempo, de estar yéndosele la vida en reuniones, actos y movilizaciones, y que esas herramientas de lucha no van más. Otra idea que subrayó fue que en los lugares donde tras mucho esfuerzo conseguían avanzar algo, las dificultades luego eran de tal tamaño que era para repensarlo todo.

Una casualidad urbana lo llevó a juntarse con un antiguo amigo que sí mantenía sus expectativas de cambiar el mundo y entendía que para ello era imprescindible una herramienta, una organización por pequeña que fuera. El ex le hizo ver que no, que estaba todo perdido, que el enemigo nos controla como un Gran Hermano, que el capitalismo es inamovible porque vive en el interior de cada una de las personas y que, por si fuera poco, en las estructuras revolucionarias habitan valores propios del enemigo, y que así es imposible. Hubo un silencio que nadie quiso romper, quizás para que la esperanza de que los argumentos propios maduraran y crecerían en el otro. El bocinazo de un ómnibus al otro lado de la calle rompió el momento, y el sobreviviente mató al silencio:

“Che, ¿y qué hiciste con los libros, me acuerdo que eras flor de bocho, que nos ilustrabas con frases de Marx, de Lenin, de Mao, de Fidel…en las reuniones”.

 “Ah, ¿los de política?” se preguntó como para sí mismo y sacando una sonrisa que significaba la gran pérdida en inversión de tiempo que hizo en su vida.
“Nada particular, los tengo todavía en la biblioteca. ¿Los querés?"
“No, yo soy más de estómago; me da miedo acabar como vos”.


Tomado de inSurgente

Comentarios