A propòsito de lo que nos han inculcado, y de lo que debiéramos saber para ser verdaderamente libres, que no es lo mismo
Introducción
“El capitalismo vino al mundo chorreando sangre y lodo
desde la cabeza a los pies”
Con estas palabras dio término Marx
al apartado 6 del capítulo XXIV en el primer Libro en su obra central. Y a
esa conclusión seguidamente añadió lo dicho en el “Quarterly Reviewer” por un reportero de su tiempo llamado P.J. Dunning:
<<El capital huye de los tumultos y las riñas y es tímido por naturaleza. Esto es verdad, pero no toda la verdad. El capital tiene horror a la ausencia de ganancia o a la ganancia demasiado pequeña, como la naturaleza tiene horror al vacío>>.
Y así como ante la segura perspectiva de mayores
ganancias se atreve y envalentona, el espacio sin ocupar que dejan las pérdidas
en sus cuentas de resultados durante las crisis, le desespera tornándole
capaz de cometer los mayores crímenes con tal de volver a colonizar esa nada
con renovadas ganancias. Para eso, precisamente, están los servicios secretos
y su producto específico: las guerras.
Y en medio de semejante vorágine arrastran a quienes no forman parte de su
misma clase, para que sirvan como “carne de cañón” apelando al ejército permanente de parados....
Todo el mundo ha podido ver estos últimos
días, la imagen de ese desgraciado joven musulmán fanático, justificar ante
las cámaras el crimen que acababa de cometer en el nombre de Al-lah, degollando
a machetazos en una calle de Londres a otro ser humano
de su misma generación y clase social, porque vestía el uniforme de las FF.AA.
británicas. Ambos son instrumentos de la misma propensión objetivamente determinada.
Aunque de vez en cuando se sacrifica
un chivo expiatorio propicio para purgar sus crímenes, a los servicios
secretos del sistema en sus respectivos países no
los toca ni Dios. Su estado mayor no habita en los cuarteles
sino en los sótanos de los grandes conglomerados financieros, donde el capital
industrial se fusiona con el capital bancario especulando
en la Bolsa de valores. Allí es donde sus agentes activos tejen y
destejen sus alianzas. Se espían entre ellos conspirando unos contra otros,
cambiando si es preciso hasta su fisonomía e identidad, según lo exigen sus
ocasionales conveniencias y compromisos de fracción, convirtiendo sus delitos
de lesa humanidad —siempre impunes—, en el negocio más prolífico que uno se
pueda imaginar en torno a las guerras. Para validar esto no hace falta más
que hurgar un poco en la trayectoria de dos conocidas familias: los Bush y los Bin Laden,
determinantes de segundo orden en el derrumbe
deliberadamente provocado de las "Torres
Gemelas" el 11 de setiembre de 2001, destrucción genocida
que fue utilizada como pretexto, para comprometer a EE.UU., Gran Bretaña,
Canadá, Australia y 45 países más,
en la segunda guerra de Afganistán.
Ni más ni menos que como el ataque a Pearl Harbor por el Imperio
japonés en diciembre de 1941, fue deliberadamente permitido por los
servicios secretos norteamericanos, sirviendo así de pretexto a ese
país para intervenir en la Segunda Guerra Mundial. Ni más ni
menos que como ellos mismos hundieron
en febrero de 1898 al acorazado "Maine", para justificar su intervención
en la guerra hispano-cubana de entonces. El determinante de primer
orden de todas estas sucesivas maquinaciones y monstruosidades,
sigue siendo el sistema.
¿Habrá leído y estudiado Ramiro lo
legado por Marx en el capítulo de su obra citada más arriba, donde
trata sobre la acumulación originaria del capital?
¿Sabe lo que la burguesía incipiente hizo en Europa durante todo el Siglo
XVI, la barbarie que cometió con los campesinos hambrientos a quienes expropió
sus tierras durante los reinados de Enrique VIII, Eduardo VI, Isabel I y Jacobo
I, para crear las modernas figuras del terrateniente, del burgués industrial
y del asalariado?
Dicho esto, y en atención a las cuatro observaciones
hechas por este señor el pasado día 22 de enero a lo publicado por nosotros
en trabajos anteriores, el 27 de marzo a las 14:44 hs. le remitimos un correo
—adjuntando nuestra respuesta— que publicamos en la página del GPM al día siguiente.
El 04 de abril, a las 22:40 hs., fuimos informados por un compañero desde su tierra natal en México, sobre el error que cometimos en nuestro ejemplo al calcular la Tasa General De Ganancia. Ése mismo día efectuamos en el texto ya editado la corrección pertinente, agradeciéndole a M.H. su colaboración.El 11 de mayo a las 17:28 mientras dábamos término a la redacción del último trabajo que publicamos titulado: Si, se puede. ¡¡No sin acabar con el capitalismo!!, recibimos un nuevo mensaje del señor Ramiro, donde con inocultable molestia de su parte, supuestamente nos reprocha el haber omitido exponer sus puntos de vista, y donde además afirma que no tenemos claro “cuál es el eje” de este debate abierto por él. Lo expresó así:<<Lo primero en cualquier debate es tener en claro cual es el eje y en cualquier debate serio primero se publica la posición contraria para saber de que se está debatiendo cosa que ustedes no han hecho con mi carta. Espero esta vez publiquen esta respuesta mía mas no sea como adjunto al artículo principal>>.
Aun cuando
no con sus propias palabras,
nosotros ya
hemos dado fe de haber reproducido el significado
exacto de las cuatro observaciones de Ramiro, a tenor de lo que allí
dijo y nosotros conservamos. En lo que atañe a “tener claro cuál es el eje
del debate”, lo cierto es que, cuando se discrepa, suele suceder que el debate
gire en torno a tantos ejes
como argumentos exponen quienes participan en él. Pero el problema a resolver,
si bien pasa indudablemente por saber de
qué va lo que se debate, consiste en dilucidar la VERDAD que
a menudo se oculta en lo que dice.
02. A vueltas con
los conceptos “desvalorización” y “destrucción” de capital
Lo único que yo sostengo
es que si la guerra remueve las dos variables que las leyes ciegas del sistema
tienen (bajo condiciones de crisis) para obligar tanto
al burgués como al obrero individual a vender sus mercancías por debajo de
su valor, mal puede funcionar como una herramienta para relanzar el ciclo.
Pero tampoco sostengo lo contrario, es decir que las guerras invierten la
relación oferta demanda con vistas a relazar la tasa de ganancia. Porque
eso sería justamente sostener la posición que les estoy criticando. >>
(Lo entre paréntesis nuestro).
En este
párrafo
Ramiro “razona” planteando un silogismo de la forma típica del modo siguiente:
1) Toda crisis
de superproducción de capital,
se presenta como un exceso de oferta en medios de producción y fuerza de trabajo,
de lo cual resulta que la ley de la oferta y la demanda obliga tanto a la
burguesía como a los asalariados, a vender sus mercancías por debajo de su
valor;
2) Si las guerras
y catástrofes “remueven” esa ley, es decir, cambian el sentido de la relación
entre oferta y demanda, la crisis no se supera.
3) Por tanto,
las guerras y catástrofes no pueden cambiar el sentido de la oferta y la demanda
en condiciones de crisis con vistas a superarla, intención que Ramiro
atribuyó al GPM.
Siguiendo este razonamiento, pensar
que destruyendo físicamente
buena parte de los factores de la producción sobrantes las guerras
y catástrofes contribuyen a acelerar
ese necesario proceso de desvalorización,
al señor Ramiro le ha parecido un disparate. ¿Por qué? Porque para tal fin,
este señor solo concibe al mercado.
Nosotros en ninguna parte hemos dicho,
que las guerras y catástrofes remuevan ni cambien el sentido en que las leyes
del mercado actúan en dirección a superar las crisis. Lo que
hemos dicho y ratificacmos aquí, es que, si
como es cierto que toda ganancia se calcula respecto de lo que cuesta producirla,
no es menos cierto que si esos costes (en términos de capital
sobrante) se reducen, la
ganancia del capital tiende a incrementarse
relativamente más que los costes de producirla. Lo cual significa
que las crisis tienden a superarse.
Es decir, que las guerras y catástrofes actúan en
la misma dirección y sentido que el mercado.
El hecho de que por falta de rentabilidad suficiente el aparato
productivo se ralentice
y la demanda de capital adicional
para inversión productiva
se paralice, no supone que
la oferta y la demanda dejen de
actuar en el mercado según
su lógica natural. Lo que se pone de manifiesto en toda crisis, es
que hay exceso de producción y,
por tanto, de oferta en capital físico y salarios, factores que constituyen
el costo de producir las ganancias del capital. Nada
más. Por tanto, si el coste de producir riqueza disminuye, las ganancias aumentan
y la crisis se supera. .
¿Qué resulta de tal movimiento a través
de la oferta y la demanda? Que la relación: Pl./(Cc. + Cv.)
llamada Tasa General de Ganancia, aumente
con tendencia a la superación de
la crisis. Ésta es la forma
natural en que la economía capitalista supera las recesiones que siguen
al estallido de cada crisis, para iniciar el siguiente ciclo de los negocios.
Dicho en palabras de Ramiro:
“obligando tanto al burgués como al obrero individual a vender sus mercancías
por debajo de su valor”
Lo
que Ramiro no concibe porque se niega a comprenderlo, es que, durante todo
este proceso de transición de un ciclo
de los negocios al siguiente, la irrupción de una guerra o catástrofe
incida en el mismo sentido que la Ley de la oferta
y la demanda. Nosotros pensamos que mientras la oferta y la demanda
desvalorizan el capital sobrante,
la guerra lo destruye. Por
tanto, el resultado económico
es el mismo.
¿Por qué Ramiro no concibe este razonamiento?
Porque le han hecho entender que la única herramienta posible para salir de cualquier crisis,
es el mercado, las ciegas
leyes de la oferta y la demanda. Y a falta de un argumento racional ha respondido
con un absurdo. ¿Qué ha dicho textualmente porque así lo ha “pensado” el señor Ramiro? Ya
lo adelantamos en esta introducción pero volveremos a sus propias palabras
producto de su irracional obsecación:
<<Es
imposible que un terremoto destruya capital variable, lo que destruye son
vidas humanas pero eso no significa que el capital haya perdido $100 de variable.
Estamos hablando de obreros libres y no de esclavos>>.
En primer lugar, ¿qué
"libertad" es la de un asalariado metido a la fuerza en una guerra,
pensando que lo hace por "la patria", cuando allí se dirimen
intereses absolutamente ajenos a esa entelequia? Por la misma regla de tres
que se ha inventado el señor Ramiro, si la guerra no destruye capital variable en términos de salarios, sino solo
vidas humanas, tampoco destruye capital
constante sino tierra cultivada, edificios, máquinas, materias primas,
etc. Es decir, destruye cosas pero no factores
económicos. Según piensa Ramiro, en economía política sucede
como en la metempsicosis, que permite seguir hablando con los muertos como
si estuvieran vivos, una imaginería enfermiza que sostienen y practican los
fieles a todas las religiones. ¿Por qué tanto se empeña
Ramiro, en que la primera víctima de sea la verdad?
Por ser una mercancía, la fuerza de trabajo es el soporte material contante y sonante de los salarios,
al tiempo que los salarios son la representación
económica de la fuerza de trabajo. Esto en economía política es algo tan de cascote, que cuando un asalariado
fallece —cualquiera sea la causa—, con el soporte material animado de su cuerpo,
desaparece todo lo que él representó
en la vida. Salvo en la memoria de sus deudos. Y tan de cascote es
esto, como que, en derecho procesal, cuando un asesino
deja de existir, estando o no en prisión, al mismo tiempo se extinguen las
penas de todos los crímenes que haya podido cometer. Y si no, que nos diga
el señor Ramiro en qué celda seguirá el muerto cumpliendo su condena. Así
las cosas, con la destrucción física
y el aniquilamiento de los respectivos soportes materiales de la riqueza, sus correspondientes valores,
como tales, dejan de contar
a los fines del cálculo empresarial y de la contabilidad nacional en
cualquier país.
La crisis estalla, pues, por exceso de capital materializado
en tierra cultivada, suelo urbanizado, edificios, máquinas, etc. y…, fuerza
de trabajo, respecto de la ganancia
que produce. Aquí hablar de exceso de capital o ganancia insuficiente,
son dos formas distintas de referirse a un mismo fenómeno: la crisis. Y en
el hecho de que esto suceda, el mercado no
tiene nada que hacer. Porque
las crisis no se generan
en el mercado, donde la riqueza ya producida se intercambia, sino donde se produce. Estallan y se
manifiestan en el mercado, porque la demanda de medios de producción y fuerza
de trabajo se paraliza. Pero se generan en el ámbito de la producción,
porque el monto de la ganancia no alcanza a compensar
la magnitud del capital invertido para producirla.
Luego, la consecuente recesión no remite
mientras tal exceso de capital subsista respecto de la ganancia que rinde.
Aquí sí que el mercado cumple su función desvalorizando el capital excedente.
Su cometido no consiste, pues, en provocar las crisis, sino en sacar al sistema
de ellas. Con todas sus míseras y luctuosas consecuencias por todos
conocidas. Y entre esas consecuencias están las guerras, coadyuvando al mismo
fin. Esto es lo que el señor Ramiro se resiste a comprender,
porque la clase dominante le ha puesto anteojeras para vea la realidad desde
la tan pacata como falsa perspectiva de “el mercado”.
Nos referimos a las anteojeras del entendimiento que impiden comprender la realidad. Entender
no significa lo mismo que comprender. Y para comprender una realidad en movimiento, cualquiera
sea, es imprescindible conocer la sustancia que crea esa realidad. Es
decir, el motor de su movimiento. Y lo que mueve al capitalismo no es el mercado, sino la producción y acumulación de plusvalor.
La ganancia. Este déficit teórico por causas puramente
ideológicas de clase burguesa, es lo que le impide a Ramiro ver el hecho,
de que la desvalorización de riqueza vía
mercado y su destrucción vía guerras y catástrofes,
contribuyen ambas a superar la recesión.
¿Para qué? Para que el motor de la economía vuelva a funcionar a pleno rendimiento
generando masas crecientes plusvalor para los fines
de la acumulación en circunstancias
normales. "¿Cuanto
gana un asalariado?" suele decirse. Otra mentira.
Un asalariado no gana ni un céntimo. Cobra
por mucho menos de lo que trabaja para engordar
la ganancia de sus patronos. Nada más.
Puesto ante esta irrebatible lógica
pero cegado por sus prejuicios de clase ajena que le impiden abandonar su
puesto de observación desde "el mercado", Ramiro se pregunta: ¿Cómo
es posible que las guerras y las catástrofes desvaloricen
los factores de la producción, si al mismo tiempo esa destrucción supone
que disminuye su oferta, es decir, que los vuelve escasos, lo cual tiende a que se
valoricen elevando sus precios
y, por tanto, aumentan los costos de producción? Tal
es el “razonamiento” falaz en el que Ramiro incurre y, sin temor a estar equivocándose,
concluye que las guerras y catástrofes NO
contribuyen a salir de las crisis sino al contrario, porque elevan los costos
de producción y desestimulan la inversión.
¿Por qué dice esto? Porque todavía
no le cabe en la cabeza, que la
violencia destructiva sobre los dos factores productivos que constituyen los
costos de producir plusvalor, pueda actuar en el mismo sentido en que actúan
las fuerzas de la oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones de recesión.
Y no le cabe en la cabeza, porque a él le han inculcado
que, cualquiera sea la circunstancia, cuando la oferta
de medios de producción y fuerza de trabajo disminuye
sus precios aumentan. Así es como Ramiro llega a la conclusión
de que las guerras y catástrofes invierten
el sentido en el que naturalmente operan las leyes del mercado en condiciones
de crisis, impidiendo de tal modo que tales destrucciones puedan sacar al
sistema de la recesión, atribuyéndonos a nosotros el error de
pensar lo contrario.
Pero aquí Ramiro descuida, que todo
aumento de precios por déficit de oferta, es imposible
sin la correspondiente presión por el lado de la demanda. Y el caso es que durante
una recesión, la demanda
de medios de producción y fuerza de trabajo permanece
paralizada por falta de rentabilidad
suficiente, lo cual el hecho de que la oferta disminuya por destrucción
violenta, anula el presunto efecto económico
sobre los precios al alza. Así, puesto ante
semejante situación embarazosa que no advierte por negárse a salir de su aquerenciamiento
en el laberinto burgués, a falta de argumentos Ramiro sólo atinó a decir:
<<…Porque eso
sería justamente sostener la posición que les estoy criticando…>>
Al haberse puesto a pensar desde la
exclusiva perspectiva de la relación entre oferta y demanda, según
los estrechos criterios de la esasez y la abundancia,
Ramiro no advierte la imposibilidad de comprender racionalmente las crisis
por lo que pasa en el mercado, donde la riqueza se interrcambia
y circula, es decir, haciendo abstracción de
lo que pasa en ámbito de la producción entre la ganancia y lo
que cuesta producirla. Pero como sigue aferrado al clavo ardiendo
de ese prejuicio burgués que a todos la burguesía
nos ha inculcado desde nuestra más
tierna pubertad, acaba enredado en su propia contradicción.
¿Cómo intenta salir de ella? Agregando lo siguiente:
<<…Si bien a
la salida de la guerra no existe el acicate de exceso de stock de maquinarias
y obreros en paro que obliguen a una desvalorización, al existir la misma
composición orgánica se tendrá necesariamente que retornar al punto de partida
de preguerra formándose un gran ejercito de reserva. Pero esto no será efecto
de la guerra y en tal caso la guerra demorara el proceso alargando la crisis
en el tiempo.
Luego hay decenas
de variables en una guerra que pueden influir sobre esa oferta y demanda de
fuerza de trabajo. Pero mi crítica es a vuestra posición de elevar la guerra
a principio a la hora de relanzar el ciclo…>>
Ya lo hemos
demostrado en nuestro trabajo anterior que dio pábulo a esta discusión: Ramiro
insiste en pensar con la cabeza de la burguesía. Como si las crisis de superproducción de capital tuvieran su origen y causa en el mercado,
es decir, en un exceso de oferta
en medios de producción y fuerza de trabajo respecto de la demanda, a raíz de una plétora de crédito. Y
no es así. Tal como la expresión lo indica, son crisis de superproducción de capital causadas por una merma insostenible en el incremento de las ganancias,
respecto de unos costes que no dejan de aumentar. No se trata, pues, de una crisis de oferta en el mercado, como el señor
Ramiro sostiene. Y si nos empeñáramos en verlo desde tal perspectiva
errónea, en todo caso sería una crisis de oferta determinada
por una parálisis de la demanda en términos de medios
de producción y fuerza de trabajo para inversión productiva. Porque toda crisis de superproducción
comienza en el sector I productor de medios de producción.
No en el sector II productor de bienes de consumo
final. Se trata, por tanto, de una crisis de demanda en medios de producción y fuerza de trabajo,
la cual tiene su causa en
una previa crisis de ganancias.
Ergo: en el hecho de que las crisis de superproducción de capital ocurran,
el mercado no tiene absolutamente nada que ver
ni nada que hacer.
Así las cosas, que la destrucción de
capital por violencia física disminuya la oferta existente en medios de producción y fuerza
de trabajo, no autoriza a pensar que sus precios aumenten. Porque, para eso,
es necesario que la demanda sea
tan activa como efectiva. Y el caso es que, bajo condiciones de recesión, la demanda de medios de producción
y fuerza de trabajo se mantiene paralizada por falta de rentabilidad suficiente respecto
de lo que cuesta producirla. Ramiro piensa el movimiento del capital
en términos de la relación entre oferta y demanda,
cuando dada la naturaleza del capitalismo, el movimiento
de la economía debe pensarse en términos de la relación entre el
incremento de la ganancia y sus correspondientes costos sociales de producirla.
Y es que las
crisis no consisten
en que los burgueses del sector I —que fabrican para ofrecer y vender medios
de producción— deban vender sus respectivas mercancías por debajo de su valor.
Esta no es la causa sino
la consecuencia de las crisis. Las
crisis estallan y derivan en recesión,
es decir, en semiparálisis del aparato productivo, por falta de rentabilidad suficiente que contablemente justifique seguir produciendo como en condiciones
normales de expansión. Y esto no
sucede en el mercado donde la compraventa de medios para producir riqueza
se negocia, sino en las fábricas, donde dichos medios se producen.
Lo único que hace el mercado a través de la oferta y la demanda
en tiempos normales, es
transformar los valores
particulares producidos por cada empresa, en precios de producción, dando pábulo a la formación de la Tasa
General de Ganancia Media, de modo tal que cada unidad empresarial particular
del capital global, obtenga su cuota
parte proporcional de ganancia, según la
masa de capital con que contribuye a crear el plusvalor global en cada mercado
nacional. Nada más. Por tanto, si las crisis de demanda en medios de producción y fuerza de trabajo
se presentan, es porque toda ganancia
obtenida con una determinada masa de capital
adicional que se invierte, no
resulta rentable. Y no resulta rentable desde el momento en que la
ganancia aumenta menos de lo que cuesta producirla, es decir, cuando la masa
de capital incrementado produce igual
o menos plusvalor que antes
de su incremento. Esto es lo que Marx llama “sobreacumulación absoluta de capital” que abre el horizonte
de las crisis.
Lo que le falta a Ramiro para explicar las crisis
según su punto de vista burgués
puramente mercantil, es
que ahora nos venga con el viejo cuento de que la ganancia capitalista no se crea
en el ámbito de la producción
explotando trabajo ajeno, es decir, pagando a los asalariados cada vez menos
respecto del valor que producen y sus patronos se apropian, sino que surge
como por arte de birlibirloque
en el ámbito de la circulación, donde unos burgueses supuestamente más listos que otros, no menos presuntamente
venden sus productos en el mercado a precios por
encima de su costo social, o sea, incluyendo el plusvalor. Esto es
lo que sostenían los llamados economistas
vulgares y ante lo cual Marx lapidariamente respondió:
<<Puede
ocurrir que el poseedor de mercancías A sea tan astuto, que engañe a sus colegas
B o C y que éstos, pese a toda su buena voluntad, no sean capaces de tomarse
la revancha. A vende a B vino por valor 40 libras esterlinas y recibe a cambio
trigo por valor de 50 libras. Mediante esta operación A habrá convertido sus
40 libras en 50, sacando (de la circulación) más dinero del que invirtió y transformando su mercancía en capital. Observemos
la cosa más de cerca. Antes de realizarse esta operación, teníamos en manos
de A vino por valor de 40 libras esterlinas y en manos de B trigo por valor
de 50 libras, o sea, un valor total de 90 libras esterlinas. El valor circulante
no ha aumentado ni un átomo: lo único que ha variado es su distribución entre A y B. Lo que de un
lado aparece como plusvalía, es
del otro lado minusvalía; lo que
de una parte representa un más, representa de la otra un menos. Si A hubiese
robado las 10 libras a B, sin guardar las formas del intercambio, el resultado
sería el mismo. Es evidente que la suma de los valores circulantes no aumenta,
ni puede aumentar por muchos cambios que se operen en su distribución, del
mismo modo que la masa de los metales preciosos existentes en un país no aumenta
por el hecho de que un judío venda un céntimo del tiempo de la reina Ana por
una guinea. La clase capitalista de un país no puede engañarse a sí misma
en bloque. >> (K. Marx:
El Capital”. Libro I Cap. IV. El subrayado
y lo entre paréntesis nuestro )
En su prefacio al Libro III de “El Capital”, Federico Engels volvió sobre
este mismo dislate interesado de los ideólogos burgueses apologetas del capitalismo.
Allí puso todavía más en evidencia la falacia de los economistas vulgares,
demostrando que de lo que se trata en economía política, no
es saber lo que gana un burgués a expensas de otro,
sino de lo que pasa con la ganancia global capitalista
que surge del trabajo no pagado al conjunto de los asalariados.
Teniendo en cuenta que los asalariados no pueden tomarse frente a sus patronos,
la misma libertad de proceder con el precio de su fiuerza de trabajo:
<<La economía vulgar ofrece una explicación que
es, por lo menos, más plausible: “los vendedores capitalistas, el productor
de materias primas, el fabricante, el comerciante al por mayor, el pequeño
comerciante, obtienen ganancias en sus negocios vendiendo más caro de lo
que compran, es decir, recargando en un cierto tanto por ciento el precio
propio de costo de sus mercancías. El obrero es el único que no puede imponer
este recargo de valor, pues su desfavorable situación le obliga a vender su
trabajo al capitalista por el precio que le cuesta a él mismo, o sea, por
el sustento necesario... Pero estos recargos de precio (que los burgueses se toman la libertad de hacer con las mercancías
que fabrican y venden) se mantienen íntegramente frente a
los obreros asalariados como compradores y determinan la transferencia de
una parte del valor de la producción total a la clase capitalista”.
Ahora bien, no hace falta un gran esfuerzo
mental para darse cuenta de que esta explicación de la ganancia capitalista
dada por los “economistas vulgares”, conduce prácticamente a los mismos resultados
que la teoría marxista de la plusvalía: de que los obreros se encuentran según
la concepción de Lexis exactamente en la misma “situación desfavorable” que
según Marx; de que en ambos casos salen igualmente estafados, puesto que cualquiera
que no sea obrero puede vender sus mercancías más caras de lo que valen y
el obrero no, y de que sobre la base de esta teoría puede construirse un socialismo
vulgar tan plausible, por lo menos, como el que aquí en Inglaterra se ha construido
sobre la base de la teoría del valor de uso y de la utilidad–límite de Jevons–Menger.
Y hasta llego a sospechar que si el señor George Bernard Shaw conociese esta
teoría de la ganancia tendería ambas manos hacía ella, se despediría de Jevons
y Karl Menger y reconstruiría sobre esta roca la iglesia fabiana del porvenir>>.
(F. Engels: Prefacio al Libro
III de “El Capital”. Lo entre paréntesis
nuestro).
Así,
pues, la realidad es que, las crisis de superproducción
o exceso relativo de oferta respecto de una ganancia
insuficiente, por un lado desploman
la demanda del capital (físico y humano) existente
disponible para inversión productiva en los almacenes
de los intermediarios comerciales. Lo cual determina que disminuya el valor de cambio de lo que se ofrece, en todo lo que el descenso
de la demanda determine. Desvaloriza
ese capital en la proporción determinada por la retracción relativa
de la demanda. Por otro lado, como valor de uso, ese capital excedente queda inactivo por falta de rentabilidad
suficiente, de modo que la parte de él que todavía no ha sido amortizada y
deja de utilizarse, se deteriora físicamente por falta de uso y en la misma proporción también se desvaloriza.
Este proceso de desvalorización tiende objetivamente a sacar a la Tasa General de Ganancia
de su depresión, a elevarla en proporción a lo que el capital excedentario
se desvaloriza hasta superar crisis, acercando así el horizonte de la recuperación.
Pues, bien, los marxistas sostenemos que las guerras y catástrofes refuerzan
la tendencia del mercado a desvalorizar tal excedente en medios de producción
y salarios, destruyendo su soporte físico.
03. ¿Una
guerra de magnitud mantiene constante la Composición Orgánica Del Capital?
<<Si bien a la salida de la guerra no existe el acicate
de exceso de stock de maquinarias y obreros en paro que obliguen a una desvalorización,
al existir la misma composición orgánica se tendrá necesariamente que
retornar al punto de partida de preguerra formándose un gran ejército de reserva.
Pero esto no será efecto de la guerra y en tal caso la guerra demorara el
proceso alargando la crisis en el tiempo.
Luego hay decenas
de variables en una guerra que pueden influir sobre esa oferta y demanda de
fuerza de trabajo. Pero mi crítica es a vuestra posición de elevar la guerra
a principio a la hora de relanzar el ciclo>>. (El
subrayado nuestro)
El concepto
de composición orgánica
se define como la relación en términos
de valor, entre el capital físico y la mano de obra contratada para
ponerlo en movimiento. Si se reconoce la evidencia empírica de que una guerra
destruye relativamente más valor en capital físico que humano, la conclusión
que sacó el señor Ramiro es errónea. A la terminación de una guerra, la “necesidad de retornar
al punto de partida de preguerra formando un ejército de reserva” no deja en tales condiciones
de ser una necesidad puramente
abstracta, una aspiración que solo tiende a ser realidad a mediano si no a largo plazo.
Tanto más cuanto mayor haya sido la destrucción. Por eso los marxistas sostenemos,
que las destrucciones físicas y el aniquilamiento de vidas humanas, alejan
el horizonte del derrumbe. Porque determinan que el aparato productivo
retroceda a etpas de acumulación pretéritas.
Con una composición orgánica: 50c/50v, suponiendo que el salario por
obrero ascienda a 1€ serían necesarios
2.000€ para emplear
a 1.000 asalariados. Pero si la
composición orgánica sube a 90c/10v,
para emplear a esos mismos 1.000
asalariados se necesitarán 10.000€.
Según está lógica del capitalismo, es evidente que la dificultad de mantener la misma composición orgánica tras la
enorme devastación física y humana de una guerra, se agrava en proporción
a las pérdidas del patrimonio nacional causadas por la destrucción, sea bélica,
telúrica o climática. Esto explica el fugaz éxito del pensamiento de Keynes
desde la crisis de los años treinta, que tras la subsecuente segunda gran guerra mundial desembocó
en el auge del capitalismo de Estado
en Europa y, consecuentemente, en numerosos países de desarrollo medio en la periferia del sistema, donde el capital público vino a llenar transitoriamente
ese vacío en acervo de capital en
manos privadas, mermado todavía más por las enormes pérdidas de la
Segunda Guerra mundial, tal como lo hemos dejado expuesto en nuestro último
trabajo publicado.
Así las cosas, las pérdidas
en cualquier guerra o catástrofe medidas
en términos puramente económicos de capital constante y salarios,
sin duda contrarrestan la tendencia
al derrumbe económico del sistema capitalista, la debilitan prolongando la existencia del sistema,
tal como sucedió durante la Primera Guerra Mundial. Y si la confrontación
bélica estalla en medio de una crisis de superproducción de capital, contribuye
a superarla, como es evidente que ocurrió en el mundo a raíz de la Segunda
Gran Guerra imperialista de 1939.
Y teniendo en cuenta que contablemente
dichas pérdidas de guerra afectan más al capital físico que al propiamente
humano, también es evidente que la composición
orgánica del capital global no sigue siendo la misma,
sino que disminuye notoriamente. En la misma medida
que la destrucción física provocada por la guerra. La composición
técnica potencial —medida en términos de la cantidad relativa
de asalariados que antes del siniestro se necesitaban para poner en movimiento
los mismos medios de trabajo— se mantiene. Porque viene determinada
por el grado de eficiencia tecnológica incorporada
a dichos medios de trabajo. Pero la composición orgánica medida en
términos de valor, tras la guerra disminuye en la
media en que se destruyen más medios de producción Mp. (suelo
cultivado, edificios, maquinaria y materia prima) que fuerza de trabajo; al
contrario de lo que sostiene —sin haberlo demostrado, porque no puede— el
señor Ramiro:
<<Para una economía
dada, la desvalorización (del patrimonio económico físico y humano de un país por causa
de una crisis y/o de una guerra) actúa
de tal forma como si la acumulación de capital se encontrara en un bajo grado
de desarrollo. Con ello se hace mayor el espacio de expansión (que la
burguesía consigue) para (el futuro
inmediato de) la acumulación de capital.
Sólo a partir de esta perspectiva teórica podemos comprender la verdadera
función de las destrucciones de guerra dentro del mecanismo capitalista. Lejos
de ser un impedimento para el desarrollo del capitalismo o una circunstancia
que acelera su derrumbe, como afirman y esperan Kautsky y muchos otros teóricos
del marxismo, esas destrucciones y desvalorizaciones de guerra son más bien
un medio para debilitar el inminente derrumbe, procurando nuevos aires a la
acumulación del capital. Así, por ejemplo, en Inglaterra, la represión de
la insurrección India de 1857-1858, causó un gasto de 23,5 millones de libras
esterlinas, contra 77,6 millones de gastos de la guerra de Crimea, en total
101 millones de libras esterlinas, o sea, más de dos mil millones de marcos.
Cada una de estas pérdidas de capital aligera la tirante situación e inaugura
un espacio para una nueva expansión. Así actuaron las colosales pérdidas de
capital y desvalorizaciones acarreadas por la guerra mundial>> (Henryk
Grossmann: "La
ley de la acumulacion y del derrumbe del sistema
capitalista" Cap.
3. Aptdo. I. Cfr.: Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 238)
En cuanto a esa ocurrencia del señor Ramiro
al decir que durante una guerra “hay decenas de
variables que pueden influir sobre la oferta y demanda de la fuerza de trabajo”, lo cierto es que bajo tales circunstancias
y aun más si es una guerra mundial, el tráfico de mercancías se interrumpe
violentamente, no solo al interior de un mismo país —y todavía más si es beligerante—
sino a escala internacional. Por tanto, bajo tales condiciones excepcionales,
ni el “libre mercado” ni todos los Estados burgueses juntos pueden poner en
acción las “decenas de variables” que el señor Ramiro se ha imaginado.
04. Devaneos en torno a la destrucción de riqueza
por catástrofes
Respecto del ejemplo numérico expuesto en nuestro último trabajo publicado,
sigue el señor Ramiro diciendo:
<<Si el terremoto extingue a una parte de la clase obrera
el burgués o no tendrá obreros que contratar y no podrá realizar la producción
o tendrá menos obreros y estará en una situación desventajosa a la hora de
negociar el precio de la fuerza de trabajo.
Si un terremoto extermina
la vida de una parte de los asalariados activos y simultáneamente destruye
determinada masa de medios de producción —cualquiera sea la fase del ciclo en que dicho siniestro suceda—, en términos económicos tal destrucción
y aniquilamiento actúan en la misma dirección y sentido que una guerra bélica
o cualquier catástrofe. Desvalorizan por destrucción física de su valor
de uso, el capital global
hasta ese momento actuante en un país. Bien sea el valor o precio encarnado
en la fuerza de trabajo de los asalariados que fallecen por tal causa, o de
los despedidos durante una crisis. Y lo mismo cabe decir tratándose
de una máquina o materia prima. Si tal desvalorización
sucede en la fase expansiva del
ciclo, la consecuente reducción
del capital hasta ese momento en funciones, hace retroceder el proceso de
acumulación del capital global
a un determinado número de rotaciones
anteriores, alejando así el horizonte
de la próxima crisis. Esto es, exactamente, lo que sucedió durante
la Primera Guerra Mundial.
Pero si la guerra estalla bajo condiciones
de crisis, dicha desvalorización acerca el horizonte de la recuperación.
Esto es, precisamente, lo que el sistema en crisis de superproducción de capital exige que suceda como
requisito para superarla. Y en esto, nada
determinante tiene que hacer el mercado. Del mismo modo que nada determinante
hace un coche llevando a su conductor hacia un sitio preciso y no a otro cualquiera.
Pero ante esta evidencia, el señor Ramiro se empeña en seguir de espaldas
a la Tasa General de Ganancia Media, intentando convencer, de que al desplomarse
un edificio industrial con su maquinaria y asalariados dentro, eso no implica
que la masa de ese valor-capital
hasta ese momento en funciones al interior de un país disminuya, alejando así las condiciones de una crisis o acercando
en el tiempo la recuperación.
En condiciones de crisis
—y si ese es el único patrimonio industrial del que dispone—, dadas las enormes
dificultades para remontar una situación así con una ganancia en declive y
el grifo del crédito para inversión productiva cerrado, lo que probablemente
hará el burgués citado por el señor Ramiro tras
un terremoto, será suicidarse.
Por el contrario, de haber sucedido el siniestro en condiciones de expansión, asumiría esa pérdida, pediría un
crédito y, sobre ese mismo suelo que sigue siendo de su propiedad, levantaría
otra fábrica con las más modernas técnicas arquitectónicas antisísmicas; compraría
nuevas máquinas y contrataría la mano de obra que haga falta, tirando del ejército permanente de parados.
Finalmente, pondría ese nuevo acervo de capital en movimiento, para los fines
de la acumulación. Tan ventajosamente para él como para cualquier colega suyo
en las mismas circunstancias.
En cuanto a eso de que tras un terremoto de
magnitud 9, por ejemplo, “el burgués no tendrá obreros que contratar” porque
no existen las maquinarias (destruidas por el seísmo), es otro pronto arbitrario
que Ramiro se ha imaginado. Bajo el capitalismo, la mayor parte del
trabajo anual se gasta en
la producción de capital constante para la producción de maquinaria y materias
primas, mercancías cuyos consumidores no son obreros sino capitalistas industriales.
Por tanto, es también mucho mayor el intercambio de mercancías entre los capitalistas
que entre éstos y los obreros. Y es en el mercado nacional
e internacional de maquinaria y materias primas, donde se manifiesta
la superproducción de mercancías que da lugar a las crisis, es decir, en los
intermediarios comerciales. Tal es el contexto en el que hay que ubicar lo
aventurado al respecto por el señor
Ramiro. Una cosa es el alcance y magnitud de la destrucción causada
por un terremoto, y otra el de una guerra mundial.
05. ¿Terremotos inteligentes?
En todo caso si
(tras un terremoto) se invierten $100
menos de capital variable es debido a que no existen las maquinarias que esos
obreros iban a poner en movimiento que en vuestro caso tienen una relación
de 20 a 1. Por lo tanto una mengua de $500 en capital constante se reflejaría
en una mengua de $25 en capital variable. (Lo entre paréntesis
nuestro)
En esta observación que nos hace, Ramiro
ha “razonado” como si la fuerza destructiva de un terremoto respetara escrupulosamente
la composición orgánica del capital existente antes del siniestro. En fin.
Además, no es el caso de que el conjunto
de la burguesía en ese país llamado Ramiro invierta “$100 menos en
“capital variable” global,
como ha pensado erróneamente nuestro crítico, sino que se pierden. Al perecer en el siniestro perdiendo su condición
de asalariados, los $100
en concepto de salarios que habían venido siendo contratados y cobraban esas
víctimas, desaparecen también como costo
salarial, para el conjunto
de la patronal y la sociedad en ese país. Por tanto, tal como ya hemos
dicho, dejan de contar como capital invertido, es decir como costo de producción
empresarial.
Pero con ese importe, desaparecen también los $50 equivalentes al producto resultante del uso que
la patronal de ese país venía haciendo de la fuerza de trabajo contratada
para producir plusvalor.
Por tanto, al perecer quienes personificaban esa fuerza de trabajo y, con
ella, su salario en la cuenta de resultado de sus respectivos patronos, su
trabajo excedente tampoco cuenta
ya como creador de plusvalor y también desaparece, dejando de intervenir o
contar en la formación de la cuota
general de ganancia media. En síntesis, esos asalariados dejan de participar
como costo social de producir
plusvalor en el denominador
de la Tasa General de Ganancia Media, del mismo modo que su correspondiente
plusvalor por $50 deja de contar en el numerador
como rendimiento ganancial
de ese costo.
Por tanto, la destrucción de esos $600 (y
no $100) que se pierden, contribuye a que
la relación entre los tres factores económicos que participan
en la formación de la Tasa
General de Ganancia Media (capital físico, salarios y plusvalor) tiende a recuperarse en el sentido
de superar la interrupción periódica
del proceso de acumulación como consecuencia de la crisis. Un resultado matemático al alza. No sería descabellado
pensar, pues, que ésta haya sido una razón de peso por la cual Albert Einstein
se hizo marxista, ni que por esto mismo en sus “Notas autobiográficas” de 1947, tuviera el valor de sentenciar que:
“El Estado miente deliberadamente”.
Y miente desde sus aparatos ideológicos, no solo a través de quienes pasan
por ser “científicos sociales” en las universidades, también a instancias
de políticos profesionales y periodistas venales con su masiva influencia
en la opinión pública mundial a través de los llamados “mass media”. No hay
duda, pues, de que el señor Ramiro sigue siendo tan víctima del engaño, como
quienes no pudieron dejar de serlo hasta que consiguieron liberarse
de tan odiosa servidumbre.
En el ya mencionado trabajo anterior —al que nuestro crítico nos ha
obligado a volver— en referencia a las consecuencias de las catástrofes naturales provocadas, hemos dicho lo siguiente:
<<Hay que considerar
aquí dos datos de la realidad: 1) que en términos de valor
económico, estadísticamente las catástrofes naturales y las guerras
siempre destruyen mucho más capital físico que humano (Ver Pp. 21 y 22 del "Informe
ONU")>>
Esto al señor Ramiro
le ha parecido que:
<<….no se puede elevar a principio.
Inglaterra en la Primera Guerra Mundial no sufrió destrucción en su territorio
y si hubiese podido contrarrestar el accionar de los submarinos sobre su flota
mercante no habría sufrido prácticamente ninguna destrucción de capital físico.
También Chernobyl produjo más destrucción humana que física y habrá que ver
qué pasa con Fukushima>>.
Nuestra consideración en modo alguno
fue propuesta como un principio teórico, tal como erróneamente
nos imputa el señor Ramiro. Es una simple y directa verificación empírica
de la realidad económica, es decir, una comprobación estadística:
<<Según Wladimir
S. Woytinsky, las pérdidas materiales de la Primera Guerra Mundial
pueden estimarse en 260 mil millones de dólares en gastos directos y 90 mil
millones de dólares en pérdidas indirectas, en total 350 mil millones de dólares.
“En el transcurso de los cuatro años de guerra fue destruida y derrochada
cerca del 35% de la riqueza de la humanidad”. Este tremendo déficit fue cubierto
en parte por el excedente anual de la producción sobre el consumo. En los
años 1914-1919 este excedente debería haber ascendido a 200-250 mil millones
de dólares, de ahí que la suma de la disminución de la riqueza mundial
en el año 1919 en comparación con 1914 sea de 100 a 150 mil millones
de dólares. Sin embargo la distribución de esta disminución en los diferentes
países es muy irregular: Europa se empobreció mientras que los EE.UU. de Norteamérica
y Japón se enriquecieron durante la guerra más rápidamente que en tiempo de
paz. El patrimonio de Inglaterra disminuyó en el período 1914-1919 de 80 a
76,5 mil millones de dólares, el de Alemania de 95 a 60, Francia de 65 a 45,
Italia de 25 a 20, Bélgica de 15 a 12,5 millones de dólares>>. (Citado
por Henryk Grossmann en Ed. cit. Pp. 239)
A esta cita en su obra, Grossmann seguidamente añadió:
<<Dado que durante el mismo período la población
de estos Estados, a pesar de las pérdidas de la guerra, aumentó,
así existe una más amplia base de valorización frente a un capital disminuido>>.
Este último dato demográfico aparece discutido en algunas publicaciones,
especialmente respecto de Francia. En cuanto a Gran Bretaña, no sufrió
destrucción de su patrimonio humano ni material en su territorio,
pero este último disminuyó un 32% como
consecuencia de los ataques aéreos enemigos a sus fábricas asentadas en los
países europeos aliados.
06.
Supuesta relevancia económica del tipo de capital constante que se destruye
físicamente
Sigue nuestro oponente:
<<Por otro lado hay que analizar qué tipo
de destrucción en capital constante se produjo. No son lo mismo un millón
de euros de pérdida como producto de la destrucción de las centrales eléctricas
que en carreteras en un sector geográfico marginal a la producción>>.
En términos puramente
económicos y, por tanto, contables —que tal es el eje
sobre el cual gira el asunto que aquí estamos debatiendo— un millón de Euros
en pérdidas da igual a qué tipo de capital constante se refieran,
en tanto y cuanto se trata de dos de los tres grandes factores de la
producción tal como así se siguen considerando desde los tiempos de
Adam Smith. Y el hecho de que su destrucción —ya sea bélica, telúrica o climática—
se pueda traducir en términos de su equivalente rigurosamente calculable,
son datos que indiscutiblemente debilitan la tendencia al derrumbe del sistema
acercando el horizonte de la recuperación en cada crisis.
07. Donde
dije digo, digo Diego
Ramiro insiste:
<<…Y el que la relación (de
lo destruido medido en términos de valor) sea mayor en capital constante no impide que a la salida de
la guerra pueda haber una faltante de fuerza de trabajo. Porque una cosa es
que haya una cantidad de obreros en reserva y otra que exista la cantidad
que el capital necesita para depreciar el salario lo suficiente para relanzar
la ganancia>>. Lo entre paréntesis nuestro.
Es curiosa la prolífica inventiva del señor
Ramiro, en sacar recursos retóricos polémicos de su chistera para salir airoso
de un debate. ¿No había quedado consigo mismo en que los “desastres naturales”
respetan la composición orgánica del capital? ¿Por qué le preocupa tanto que
la burguesía pueda disponer o no de lo que necesita?
El “eje del debate” —que con estas palabras comenzó su discurso nuestro crítico—,
no es este, sino lo que en realidad resulta de una guerra como consecuencia
de una crisis. Si se supone que a la salida de un siniestro de magnitud hay
un faltante de mano de obra respecto de lo que la burguesía necesita, tal
supuesto excluye la posibilidad
de que al mismo tiempo exista un ejército de reserva en paro forzoso,
dos circunstancias tan excluyentes, que la lógica del capital no permite el
hecho de que puedan coexistir al mismo tiempo.
Que
el señor Ramiro no haya podido pensar desprejuiciadamente
el “eje de este debate”, se pone de manifiesto al suponer que para “relanzar
la ganancia” tras una guerra, la burguesía necesita un ejército
reserva que permita “depreciar el salario lo suficiente”. Tras una guerra
de magnitud como consecuencia de una crisis, en realidad la recuperación de
la ganancia con déficit de mano de obra disponible, se opera precisamente
sobre esta base misma como condición de lograr la
recuperación. Porque esto es lo que hay. Se parte de una masa de capital reducido
y una composición orgánica que ha descendido y aumenta
muy lentamente. En tales condiciones, el ritmo de la acumulación es también
pausado y, por tanto, la tasa de acumulación a la cual el capital de
incrementa, también es relativamente pequeña. Pero
como cada cierto número de rotaciones el capital invertido es mayor
por acumulación de un excedente también cada vez mayor
en manos de la clase capitalista, tal enriquecimiento resultante le crea a
la burguesía la necesidad y posibilidad real
de nuevos empleos. La demanda de nuevo capital fijo aumenta aunque todavía
menos que la demanda de nuevos empleos, lo cual determina que los salarios
aumenten más que los precios del capital fijo y circulante.
Tal
es la dinámica que se verifica en circunstancias muy parecidas a la que Marx
expuso en “El Capital”, al principio
del capítulo XXIII del primer Libro, donde supone un proceso de acumulación
en escala ampliada con mayor demanda de fuerza de trabajo, pero
con una composición orgánica del capital constante:
<<Así como la reproducción
simple (en
la misma escala) reproduce continuamente
la
relación capitalista misma —capitalistas por un lado, proletariados por
el otro— La reproducción en escala ampliada,
o sea la acumulación, reproduce la relación capitalista en escala ampliada; más capitalistas
o capitalistas más ricos en este polo y más asalariados en aquel […].
Acumulación (bajo tales condiciones) es, por tanto, aumento del proletariado>>
(Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Este proceso de acumulación típico
del capitalismo temprano, es parecido al que deja tras de sí
una crisis bajo el capitalismo tardío. Más
aún si a las crisis le suceden guerras. En
ambas situaciones, un capital disminuido se corresponde con una reducida población
obrera empleada. La dos realidades difieren una de otra, en cuanto a magnitud
y composición respecto del proceso de acumulación que se verifica en circunstancias
inmediatamente previas a las crisis, donde el exceso de capital
se correspondía con un exceso de población (ejército de reserva), situación
que, tras la crisis, tiende a invertirse. En el contexto de lo dicho por Ramiro,
cabe responder que un ejército de reserva no se crea por la necesidad
económica ni teórica subjetiva de nadie, sino por la propia dinámica
objetiva del sistema, según las circunstancias por las que atraviesa
el proceso de acumulación. La burguesía no consigue lo que necesita
por voluntad propia, sino por lo que la propia dinámica del sistema
exige, es decir, por la Ley del valor.
La destrucción de riqueza y aniquilamiento
de vidas humanas durante una guerra o desastre de magnitud,
determinan, pues, que el aparato productivo de la sociedad capitalista
retroceda en cuanto a la magnitud de su capital —físico y humano— disponible,
tanto como retrocede su capacidad
de producir riqueza y plusvalor acumulable; se ha empobrecido.
Pero así aleja el inminente horizonte de su derrumbe económico.
Al hacerlo retroceder económicamente, lo relanza en el tiempo hacia el futuro.
Esto demuestra que a la burguesía los seres humanos y su bienestar le importan
poco más que un pimiento. ¿Qué las guerras y ctástrofes provocadas
se llevan por delante la vida de una relativa minoría de burgueses y otra
mucho mayor de asalariados? Todo vale con tal de preservar el sistema. Los
grandes burgueses y políticos profesionales de todos los países a cargo de
los distintos gobiernos, que hoy aparecen agrupados en organismos internacionales
como el Club de Bilderberg, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial,
la ONU, la OIT o la CEE, saben esto de sobra. Pero
también son conscientes de que a la salida
de cada crisis, se comienzan a crear las condiciones de futuros
descalabros económicos y consecuentes genocidios, "necesarios"
para su supervivenvia como clase dominante. Tanto
más destructivos y monstruosos, cuanto mayor es inevitablemente
la masa de capital excedente que será necesario —para sus "necesidades"—
destruir. Sin embargo están dispuestos a provocar
cuantas más monstruosidades el sistema les obligue a cometer.
Y por eso siguen mintiendo acerca de la naturaleza y dinámica del
capitalismo. Éste es el quid de la cuestión que el señor Ramiro
ha perdido de vista, empeñado en algo que nada tiene que ver con la búsqueda
de la verdad científica.
08. Confusión entre crecimiento absoluto
y relativo de la población obrera
Ramiro
exprime su imaginación diciendo:
<<…Si bien bajo el
capitalismo tardío existe un ejército de reserva crónico decir que este "no
deja de aumentar" no puede ser cierto sino tarde o temprano llegaría
a cubrir el 100% de la clase activa. Tanto los expulsa de la producción cuanto
los vuelve a incorporar al expandir la base material del aparato productivo
en el momento del boom del ciclo económico…>>.
Una
vez más, el señor Ramiro vuelve a incurrir en otra inconsistencia teórica,
nada que ver con la realidad del capitalismo. Alude reiteradamente a la “composición
orgánica del capital” como relación entre capital constante y variable, sin
sacar las necesarias consecuencias
lógicas e históricas de ese concepto. Tal como en este caso. Y el
caso es que, tales consecuencias lógicas son las que resultan del progreso
de la acumulación de capital, en base a una composición orgánica del capital
históricamente cada
vez más alta, determinada por el incesante progreso de la fuerza productiva
del trabajo social.
La Ley de la población de Marx, queda
precisamente comprendida en la lógica económica específica del capital, según
la cual, el progreso de la fuerza social productiva del trabajo, se traduce
por imperativo económico del capitalismo en un resultado contradictorio. ¿Cómo se llega a este resultado?
Dicho progreso de la productividad laboral, consiste en que un número cada vez menor de asalariados,
ponga en movimiento un número sucesivamente mayor de medios de producción más eficaces por unidad de tiempo empleado. Y a ese resultado se llega porque, bajo tales
condiciones, la población asalariada crece históricamente en términos absolutos, pero relativamente menos respecto de los medios
de producción que la burguesía le obliga a poner en movimiento.
De esta lógica propia del capitalismo,
resulta el fenómeno demográfico agudizado en la etapa del capitalismo tardío, donde el crecimiento vegetativo de la población obrera, aumenta más
que sus posibilidades de empleo. Esto explica la formación de un ejército de reserva permanente
de desocupados, que la burguesía en tiempos de bonanza oculta en parte bajo
la forma de trabajo precario o a tiempo parcial, contratos basura, etc., etc.,
cosa que en tiempos de crisis ya se sabe que ni eso puede hacer. Un capital
sobrante que se combina con una correspondiente población asalariada sobrante
(Ver: “El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. 3).
Por tanto, si la población asalariada activa y empleada
aumenta absolutamente, al
mismo tiempo que relativamente
disminuye cada vez más respecto del capital
físico en funciones que pone en movimiento, llega un momento —y en
él entró la humanidad desde la segunda post guerra mundial— en que el ejército
de parados no deja de aumentar
y se vuelve permanente o crónico.
Pero en modo alguno hasta el extremo de “cubrir el 100% de la clase (asalariada) activa” disponible. Porque eso significaría
dejar a la burguesía sin la gallina de los huevos de oro, como tan erróneamente
ha concluido el señor Ramiro atribuyéndonos tal dislate a nosotros. Ésta última
es una falacia a modo de recurso retórico del señor Ramiro, que nada tiene
que ver con la lógica irracional
implícita en el problema planteado por el capitalismo a la burguesía en su
etapa postrera.
La tendencia objetiva del capital bajo propiedad de la burguesía
es sin duda esa. Hacia la
total automatización de la producción. Independientemente de la voluntad de
nadie en particular. Y el capital tiende objetivamente hacia tal resultado
de su lógica, impulsado por la no menos objetiva y ciega necesidad tendente
a desarrollar la fuerza productiva del trabajo,
mediante el progreso científico-técnico incorporado a los medios de producción.
Todo ello para los fines igualmente ciegos e irracionales, de convertir
cada vez más trabajo necesario
—creador de lo que cada asalariado
empleado precisa para vivir—, en trabajo
excedente o plusvalor capitalizable en dinero. Un excedente dinerario, para ser reconvertido a través
del mercado, en nuevo capital físico
adicional más y más tecnológicamente desarrollado, de modo tal que
pueda ser movido por un número cada
vez más exiguo de asalariados.
¿Cuál es el resultado de esta dinámica
del capital? Como ya hemos insistido en explicar
siguiendo a Marx, dado que la jornada colectiva de labor no se puede prolongar
más allá de las 24 Hs. de cada día, según cada vez más tiempo de trabajo necesario de
la jornada laboral es convertido en excedente capitalizado, las dificultades
para proseguir indefinidamente con este proceso se agigantan, en proporción
a la parte de la jornada que todavía no se ha capitalizado. Ergo, el plusvalor
se incrementa cada vez menos, según se reduce lo que resta de la jornada de
labor colectiva susceptible de ser transformada en trabajo excedente, al tiempo
que el capital fijo empleado
para tal fin se vuelve cada vez más costoso en términos globales. Lo cual
determina que la Tasa General de Ganancia disminuya, de modo tal que, mucho antes de lo que Ramiro ha
imaginado con total desprecio por la lógica real del capitalismo, estallan
las crisis de superproducción de capital
por causa de una insuficiente producción de plusvalor acumulable.
Ya hemos dicho que las crisis contrarrestan la tendencia objetiva al derrumbe implícita en la relación
entre capital y trabajo. Y precisamente lo hacen de forma tan automática y sistémica como todo
lo demás, desvalorizando y hasta destruyendo el capital físico y humano sobrante
para evitar dicho derrumbe y así prolongar la existencia del sistema.
09. ¿Por qué Marx ni Engels pudieron prever que las
destrucciones bélicas y catástrofes naturales vivifican el sistema?
El dominio de la ciencia sobre la naturaleza y el consecuente desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado por la humanidad en nuestros días, era desconocido en tiempos de Marx. Esto explica que su pensamiento acerca de la implicancia económica del concepto “destrucción de capital” durante las crisis, se viera limitado al deterioro físico irrecuperable del capital constante sobrante (fijo y circulante) por falta de uso y transformación en tales emergencias periódicas propias del capitalismo.
Si Grossmann pudo inscribir en este concepto tanto a las guerras como a las catástrofes naturales, fue precisamente porque la Primera contienda bélica Mundial, incorporó instrumentos de gran poder destructivo y mortífero, tales como la aviación, naves submarinas y tanques, así como la perfección del automatismo aplicado al disparador de proyectiles. Y para la lucha cercana, además de la ametralladora se crearon toda una serie de nuevos instrumentos, como el lanzagranadas, el mortero y el lanzallamas, cuyo calibre y precisión fueron incrementándose a lo largo del conflicto hasta llegarse a fabricar en ciertos casos máquinas gigantescas.
Este lúcido teórico marxista murió
el 24 de noviembre de 1950, de modo que conoció los enormes adelantos científico-técnicos
para fines militares durante la Segunda Guerra Mundial, pudiendo ver confirmada
su tesis anteriormente mencionada, en el sentido de que, si bien las guerras
no son intrínsecas a las leyes económicas,
la destrucción de capital y el aniquilamiento de vidas humanas que provocan,
determinan que la magnitud del capital
subsistente tras cada conflicto bélico, disminuya significativamente
respecto del acumulado en la preguerra, contrarrestando
así la tendencia al derrumbe del
sistema, al mismo tiempo que contribuyen a superar las crisis que
sin duda predisponen a dichos conflictos.
Ateniéndose al concepto aristotélico
de sustancia, definida como
aquel ente que existe y se caracteriza por contener en si mismo multiplicidad
causas” que dan sentido o razón de ser esencial y existencia a otros tantos
entes o cosas (Met. VII, 8; VIII, 3), ese ente es
el trabajo humano; que no siendo
en sí mismo un sujeto sino el atributo
distintivo del sujeto humano, contiene sin embargo la causa que da razón de ser a la
existencia de multiplicidad de otros seres, como las mercancías, en cada uno
de los cuales pone su propia esencia
bajo la forma de valor cuantificable. El trabajo humano es, pues, sustancia.
¿Por qué? No solo porque antes de ejecutar su obra la proyecta en su cabeza,
sino también porque en cada cosa que hace le pone su esencia bajo la forma
de valor económico. Pero precisamente por ser creador de valor, el trabajo,
en sí mismo, carece de valor. Porque de ser valor y pagarse por él según su
magnitud íntegra, el capitalismo sería imposible. De hecho, a los capitalistas
el trabajo excedente de los asalariados que contratan no
les cuesta nada. Y es que no les pagan a cambio de su trabajo, sino al equivalente de
los medios de subsistencia que necesitan, para reproducir su fuerza de trabajo en condiciones óptimas de trabajo a los fines
de su enriquecimiento.
Por esto es que tal atributo distintivo
del ser humano —que bajo el capitalismo se define como asalariado, ha sido y sigue siendo ajeno a las causas de las guerras. Por consiguiente,
las guerras son consustanciales
a este sistema de vida. Y tanto lo fueron las guerras nacionales propiciadas y dirigidas por la burguesía incipiente contra del
feudalismo durante la etapa
temprana del capitalismo —que dio pábulo a los distintos Estados burgueses
nacionales modernos—, como las guerras inducidas por los Estados imperialistas
en su actual etapa decadente o postrera:
<<La
tarea de
las guerras nacionales fue cumplida por la propia democracia o con
la ayuda de Bismarck, independientemente de la voluntad y la conciencia de
quienes participaron en ello. Las guerras nacionales, las guerras de los albores del
capitalismo, sirvieron precisamente para que triunfase la civilización moderna,
para que floreciese por completo el capitalismo, para incorporar a todo el
pueblo en todas las naciones al capitalismo.
Otra cosa es la guerra imperialista. En este terreno
no hubo discrepancia entre los socialistas de todos los países y de todas
las tendencias. En todos los congresos, al discutirse resoluciones acerca
de la actitud ante una posible guerra, todos coincidieron en que dicha guerra
sería imperialista. Todos los países europeos han alcanzado
ya el mismo grado de desarrollo del capitalismo, todos ellos han dado ya cuanto
podía dar el capitalismo (en sentido de progreso para la humanidad). El capitalismo alcanzó su forma superior y
no exporta ya mercancías sino capital. Se siente estrecho en su envoltura
nacional y ahora se lucha por los últimos restos que quedan libres en el globo
terráqueo. Mientras que las guerras nacionales de los siglos XVIII y XIX señalaron
el comienzo del capitalismo, las guerras imperialistas anuncian su final>>
(V. I. Lenin: “El proletariado y
la guerra” 14/10/1914. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).
Lenin también pudo verificar el hecho
de que las guerras bélicas durante la etapa imperialista del capitalismo,
sirvieron para colonizar nuevos territorios y establecer su dominio económico
en países capitalistas "soberanos" menos desarrollados. Pero
tal como sucedió con Marx y Engels, respecto de las guerras bélicas,
la agudeza del pensamiento desarrollado por Lenin, no pudo apoderarse del
concepto más actual conocido por guerra telúrica
y climática. Y es que la ciencia de su tiempo no había
logrado aun tal dominio sobre la naturaleza en estos dos ámbitos del
conocimiento científico, tal como ha llegado a serlo desde la década
de los años cincuenta del siglo pasado hasta hoy. De modo que el hecho
de pensar que la burguesía haya puesto estos últimos adelantos
científicos-técnicos en materia geológica y atmosférica
al servicio de la destrucción de riqueza para los fines de salir con
mayor celeridad de las crisis, no es tampoco una cuestión de supuestos principios políticos
sino de relevamiento estadístico al que ya nos hemos remitido.
10. Crítica de Ramiro a nuestro ejemplo numérico
y precisiones que confirman su veracidad
<<Aquí se ve claramente
vuestro error al igualar desvalorización o destrucción de capital con la destrucción
física de las maquinarias>>.
Nosotros simplemente
trasladamos a la fórmula de la Tasa General de Ganancia, los valores económicos
matemáticamente resultantes de un hipotético siniestro, poniéndolos en relación
con los que resultan de una situación económica inmediatamente
anterior, es decir, en un proceso de acumulación bajo circunstancias
económicas normales. Y allí se demuestra, que toda catástrofe o guerra
desvaloriza los factores de la producción que físicamente destruye
e inutiliza. Y este hecho se verifica tanto en condiciones de expansión
como en condiciones de crisis. En ambos casos las sociedades de los
países afectados se empobrecen, al tiempo que la tendencia
al derrumbe del sistema a escala global se debilita prolongando la
existencia del sistema. Y si ese siniestro en tal país ocurriera en condiciones
de crisis, apuntalaría la recuperación del proceso de acumulación.
El señor Ramiro ha insistido en impugnar
esta proposición sin aportar nada que confirme la verdad de lo que afirma.
Lo intentó traduciendo a términos de valor la composición técnica
de 20 a 1, comprobando que la composición orgánica resultante
le llevó al mismo resultado. Se ha confundido interpretando que nosotros planteamos
el ejercicio numérico en una situación de crisis durante la
cual se desata una guerra. Como si se tratara de superar esa
supuesta interrupción violenta de la producción y —dicho con sus propias palabras—,
“relanzar el ciclo”. No advirtió que nosotros planteamos el problema al interior
de un país, donde suponemos que el proceso de acumulación discurre bajo circunstancias
económicas normales y que, bajo tales condiciones sucede un terremoto.
Sin embargo, el señor Ramiro ha podido comprobar que se llega al mismo resultado
y así lo reconoce. No obstante, sigue en sus trece concluyendo:
<<De todas maneras si seguimos los
ejemplos numéricos que ustedes han dado no se demuestra que se relance el
ciclo. En vuestros ejemplos solo hay una destrucción de capital que hace aumentar
la tasa de ganancia de 2,38% a 2,5% hasta retornar a la masa de capital constante
y variable anterior donde se volverá a estancar el sistema una vez que la
tasa de ganancia se ubique nuevamente en 2,38%.
¿Donde está la reproducción ampliada? El relanzamiento
del ciclo supone que el capital pasa por encima de su límite anterior. En
vuestro ejemplo hay una recuperación de la capacidad perdida en la guerra
arribando en el mejor de los casos a una reproducción simple.
No
es posible relanzar el ciclo mientras la composición orgánica siga en 20 a
1 con una misma tasa de explotación.
Están
planteando una recuperación de la tasa de ganancia con la misma composición
orgánica y tasa de explotación
Fíjense cómo caen ustedes en lo que critican en mi
al no tomar en cuenta la composición orgánica del capital y plantear como
posible relanzar el ciclo mas allá de en qué nivel se encuentra la tasa de
ganancia (en
condiciones de crisis) por el simple hecho de retrotraerse a condiciones de acumulación
preexistentes.>> (Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
El
señor Ramiro nos objeta el presunto error, de haber supuesto que la Composición
Orgánica del capital y la Tasa de Explotación se mantienen constantes,
sosteniendo —sin haberlo demostrado— que, bajo tales condiciones, para superar
el bache de la crisis dicha Composición Orgánica debe incrementarse.
Sin embargo, ha quedado matemáticamente demostrado lo contrario, es
decir, que tras la destrucción física de capital (constante
y variable), dicha composición orgánica disminuye, al tiempo
que el indicador fundamental de toda reproducción ampliada, que es
la Tasa General de Ganancia, en vez de retroceder progresa, a una tasa de
acumulación también positiva. Aunque, en aparente contradicción,
operando con una magnitud de capital en funciones disminuida como consecuencia
del siniestro.
En nuestro ejemplo, presentamos la
estructura productiva de un hipotético país, que opera con un capital global
de 105.000 unidades monetarias,
de las cuales 100.000 se invierten
en capital constante y 5.000 en
capital variable, a razón de una unidad monetaria invertida en salarios por
operario, de modo que su Composición Técnica: Mp/Ft indica que durante cada jornada de labor 1 operario mueve 20
máquinas. De aquí resulta la correspondiente composición expresada en términos de valor económico, por eso llamadaComposición Orgánica del Capital,
resultante de la relación 100.000Cc/5.000Cv
= 20, con una Tasa
de Explotación o de plusvalor definida por la relación 2.500Pl./5.000Cv. = 50%. Finalmente, de
todo lo cual se obtiene una Tasa
General de Ganancia definida por la relación: Pl./Cc+Cv = 2.500Pl/100.000Cc+5.000Cv = 2,38%
La siguiente rotación quedaría según
los siguientes datos: Capital global: 107.500
= 105.000Cc + 2500Cv. En esta
instancia suponemos que sucede un terremoto, en el
que 100 operarios pierden la vida y
se destruyen 500 unidades monetarias
en capital constante. La
estructura remanente queda reducida a un capital
global de 106.900, de las
cuales 101.555 se invierten en
capital constante y 5.345 en capital
variable. De aquí surge la nueva Composición
Orgánica del Capital = 101.555Cc/5.345Cv
= 19. Es decir, desciende un punto, según
la cual, cada operario pone en movimiento 19 partes de capital constante, en vez de 20 como
anteriormente. De todo ello resulta un plusvalor acumulable de 2.672,50 unidades monetarias; una tasa de acumulación
de plusvalor = 2.672,50/2.500 = 6,9%. Y una Tasa General
de Ganancia del 2,5%, o sea 0,12 puntos porcentuales más
respecto de la rotación anterior previa al siniestro. Aquí está la reproducción
ampliada. ¿En qué basa el señor Ramiro su previsión según la cual, después
de aumentar del 2,38% al 2,5%, la Tasa de ganancia volverá al
nivel anterior? ¿Anterior a qué situación? ¿Qué entiende este señor por esa
expresión suya de “relanzamiento del ciclo”? En economía política ningún ciclo
se “relanza”, sino que se supera. Seguidamente y en tanto y cuanto la Tasa
de ganancia se recupera, también se verifica un relanzamiento de la
reproducción ampliada con una menor composición
orgánica del capital, que baja de 20 a 19 máquinas por empleado.
¿De donde ha sacado, pues Ramiro, su pronóstico de que
tras el siniestro el sistema vuelve a una reproducción simple, es decir
con la misma tasa de acumulación repecto de la rotación anterior
al siniestro? ¿Y de qué antecedentes contables deduce Ramiro
la pevisión de que la Tasa de Ganancia, tras subir al 2,5%
retrocederá al 2,38%? Y finalmente, ¿donde
se refleja que la Composición Orgánica del Capital resulte ser
la misma que antes del siniestro?
El eje de este debate ha consistido
en dilucidar, si las pérdidas de capital (constante y variable) a raíz de
una guerra o catástrofe natural, propenden objetivamente o no
a sacar al sistema capitalista de una crisis alejando al mismo
tiempo el horizonte de su derrumbe. Nosotros hemos planteado
el problema, suponiendo que tales pérdidas se
producen bajo condiciones económicas de acumulación normales.
¡¡Normales!! Operando bajo tales condiciones hemos demostrando que la
tasa de ganancia aumenta y, por tanto, la tasa de acumulación
también. Pero en lo que respecta a las Composiciones —técnica y orgánica—
ambas disminuyen en un punto. Por tanto, ésta es una dinámica
económica objetivamente determinada, bajo condiciones normales
que no tiene por qué incidir en otra dirección y sentido
bajo condiciones de crisis, sino bien al contrario. Y se demuestra
que tal dirección no va en el sentido de volver a una tasa de acumulación
del capital global del 6,9% sino a superarla. Del mismo modo que nada
induce a prever que la Tasa de Ganancia retroceda. De lo contrario no podría
hablarse de un proceso de acumulación.
Pero el señor Ramiro, sin rendirse
ante la evidencia de los resultados, sigue poniendo el carro de la crisis
por delante de los caballos de la Ley del valor, para poder pontificar que
lo demostrado por nosotros es imposible si la composición orgánica
del capital y la tasa de explotación no aumentan. Es decir, si la demanda
efectiva de medios de producción aumenta más que la demanda
de fuerza de trabajo. Una situación que solo puede
verificarse bajo condiciones de rentabilidad positiva sostenida
en condiciones de expansión.
Por lo visto, para contestar a este
interrogante, el señor Ramiro ha pensado la lógica del capitalismo por el
revés de su verdadera trama. Como si en condiciones de
rentabilidad —positiva pero incipiente— a la salida
de una crisis, pudiera ser posible que la burguesía demande más capital para
inversión en suelo (cultivable y urbano), edificios, máquinas-herramientas,
etc., que en mano de obra explotable. Cuando en realidad sucede que bajo tales
condiciones, la demanda de capital constante respecto del variable
crece lentamente. He aquí el absurdo de pensar, que para “relanzar el ciclo”,
haya que comenzar aumentando la composición orgánica del capital.
Precisamente para demostrar este extremo —sin menoscabo de su veracidad científica—, hemos presentado un ejemplo, suponiendo que la Composición Orgánica del capital es constante y la Tasa de explotación del 50%, donde el proceso de acumulación discurre en condiciones económicas normales. Y se demuestra matemáticamente la previsión marxista, también respecto de la Tasa General de Ganancia, que en vez de descender aumenta, dado que resulta de dividir el plusvalor obtenido por el capital invertido para producirlo, de modo tal que la disminución relativa del denominador en términos globales, tiende a aumentar el cociente o resultado, como producto de valor adicional a repartir entre la clase de los capitalistas, incentivando así la inversión productiva y, por tanto, la acumulación.
Por consiguiente, para que la composición orgánica del capital en condiciones de crisis vuelva a incrementarse después de sufrir un siniestro, es necesario previamente, que los caballos sobre los que manda la tendencia objetiva del capital, cambien de posición poniéndolos delante de su carro: la crisis. Y lo que manda hacer esa tendencia del capital bajo tales condiciones, es que tanto su masa en funciones, como su composición orgánica, se desvaloricen. Ya sea por retracción de la demanda, por deterioro a raíz de su falta de uso o por destrucción física.
Tal es la dirección y el sentido en que la recesión exige que se actúe para superar un ciclo e inaugurar el siguiente. Económicamente a través del mercado, paralizando la demanda para inversión en capital físico y humano excedentario que así se desvaloriza. O por decisión política a través de guerras bélicas, climáticas y telúricas, destruyéndolo físicamente. Y tal como está comprobado estadísticamente, dicha desvalorización por destrucción recae más sobre el capital constante que sobre el variable, lo cual tiende a que la Tasa de Ganancia aumente y la composición orgánica del capital descienda.
Puesto el sistema en semejante “plan” objetivamente inducido, tanto la forma y los medios a emplear, como el tiempo para que este proceso destructivo y genocida se cumpla, dependen de la magnitud existente del capital excedentario a reducir, es decir, de la profundidad y alcance —social y territorial— de cada sucesiva crisis de superproducción de capital.
Gramsci decía que los “intelectuales orgánicos de la burguesía” son tales, porque además de inteligentes y aplicados, cumplen el requisito de ser ellos mismos, de condición social burguesa, entregados al noble oficio de explotar trabajo ajeno. Pero sobre todo se caracterizan, porque habiendo comprendido a Marx, se afanan en pensar contra Marx, falsificando la realidad económica. Enterrándola bajo toneladas de chatarra ideológica. Todo sea para preservar políticamente al sistema en el espíritu de las mayorías sociales explotadas, que son quienes más sufren la decadencia del sistema. Y mientras a falta de convicciones propias sigamos creyendo en esos falsificadores profesionales, siempre una mentira les pediremos para calmar nuestro angustioso llamado.
¿Queremos capitalismo? Pues, ¡¡ajo(derse) y agua(ntarse), que esto es lo que hay!! señoras y señores.
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apartado de correos 20027 Madrid 28080
e-mail: gpm@nodo50.org
Sólo
estamos dispuestos a trabajar con quienes sientan más horror al vacío
ideológico en sus conciencias que al vacío social en torno suyo
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