A propòsito de lo que nos han inculcado, y de lo que debiéramos saber para ser verdaderamente libres, que no es lo mismo


Introducción
          
           “El capitalismo vino al mundo chorreando sangre y lodo desde la cabeza a los pies”

            Con estas palabras dio término Marx al apartado 6 del capítulo XXIV en el primer Libro en su obra central. Y a esa conclusión seguidamente añadió lo dicho en el Quarterly Reviewer por un reportero de su tiempo llamado P.J. Dunning:
 <<El capital huye de los tumultos y las riñas y es tímido por naturaleza. Esto es verdad, pero no toda la verdad. El capital tiene horror a la ausencia de ganancia o a la ganancia demasiado pequeña, como la naturaleza tiene horror al vacío>>.
            Y así como ante la segura perspectiva de mayores ganancias se atreve y envalentona, el espacio sin ocupar que dejan las pérdidas en sus cuentas de resultados durante las crisis, le desespera tornándole capaz de cometer los mayores crímenes con tal de volver a colonizar esa nada con renovadas ganancias. Para eso, precisamente, están los servicios secretos y su producto específico: las guerras. Y en medio de semejante vorágine arrastran a quienes no forman parte de su misma clase, para que sirvan como “carne de cañón” apelando al ejército permanente de parados....
            Todo el mundo ha podido ver estos últimos días, la imagen de ese desgraciado joven musulmán fanático, justificar ante las cámaras el crimen que acababa de cometer en el nombre de Al-lah, degollando a machetazos en una calle de Londres a otro ser humano de su misma generación y clase social, porque vestía el uniforme de las FF.AA. británicas. Ambos son instrumentos de la misma propensión objetivamente determinada.

            Aunque de vez en cuando se sacrifica un chivo expiatorio propicio para purgar sus crímenes, a los servicios secretos del sistema en sus respectivos países no los toca ni Dios. Su estado mayor no habita en los cuarteles sino en los sótanos de los grandes conglomerados financieros, donde el capital industrial se fusiona con el capital bancario especulando en la Bolsa de valores. Allí es donde sus agentes activos tejen y destejen sus alianzas. Se espían entre ellos conspirando unos contra otros, cambiando si es preciso hasta su fisonomía e identidad, según lo exigen sus ocasionales conveniencias y compromisos de fracción, convirtiendo sus delitos de lesa humanidad —siempre impunes—, en el negocio más prolífico que uno se pueda imaginar en torno a las guerras. Para validar esto no hace falta más que hurgar un poco en la trayectoria de dos conocidas familias: los Bush y los Bin Laden, determinantes de segundo orden en el derrumbe deliberadamente provocado de las "Torres Gemelas" el 11 de setiembre de 2001, destrucción genocida que fue utilizada como pretexto, para comprometer a EE.UU., Gran Bretaña, Canadá, Australia y 45 países más, en la segunda guerra de Afganistán. Ni más ni menos que como el ataque a Pearl Harbor por el Imperio japonés en diciembre de 1941, fue deliberadamente permitido por los servicios secretos norteamericanos, sirviendo así de pretexto a ese país para intervenir en la Segunda Guerra Mundial. Ni más ni menos que como ellos mismos hundieron en febrero de 1898 al acorazado "Maine", para justificar su intervención en la guerra hispano-cubana de entonces. El determinante de primer orden de todas estas sucesivas maquinaciones y monstruosidades, sigue siendo el sistema.

             ¿Habrá leído y estudiado Ramiro lo legado por Marx en el capítulo de su obra citada más arriba, donde trata sobre la acumulación originaria del capital? ¿Sabe lo que la burguesía incipiente hizo en Europa durante todo el Siglo XVI, la barbarie que cometió con los campesinos hambrientos a quienes expropió sus tierras durante los reinados de Enrique VIII, Eduardo VI, Isabel I y Jacobo I, para crear las modernas figuras del terrateniente, del burgués industrial y del asalariado?
            Dicho esto, y en atención a las cuatro observaciones hechas por este señor el pasado día 22 de enero a lo publicado por nosotros en trabajos anteriores, el 27 de marzo a las 14:44 hs. le remitimos un correo —adjuntando nuestra respuesta— que publicamos en la página del GPM al día siguiente.

 El 04 de abril, a las 22:40 hs., fuimos informados por un compañero desde su tierra natal en México, sobre el error que cometimos en nuestro ejemplo al calcular la Tasa General De Ganancia. Ése mismo día efectuamos en el texto ya editado la corrección pertinente, agradeciéndole a M.H. su colaboración.
 El 11 de mayo a las 17:28 mientras dábamos término a la redacción del último trabajo que publicamos titulado: Si, se puede. ¡¡No sin acabar con el capitalismo!!, recibimos un nuevo mensaje del señor Ramiro, donde con inocultable molestia de su parte, supuestamente nos reprocha el haber omitido exponer sus puntos de vista, y donde además afirma que no tenemos claro “cuál es el eje” de este debate abierto por él. Lo expresó así:
 <<Lo primero en cualquier debate es tener en claro cual es el eje y en cualquier debate serio primero se publica la posición contraria para saber de que se está debatiendo cosa que ustedes no han hecho con mi carta. Espero esta vez publiquen esta respuesta mía mas no sea como adjunto al artículo principal>>.

                Aun cuando no con sus propias palabras, nosotros ya hemos dado fe de haber reproducido el significado exacto de las cuatro observaciones de Ramiro, a tenor de lo que allí dijo y nosotros conservamos. En lo que atañe a “tener claro cuál es el eje del debate”, lo cierto es que, cuando se discrepa, suele suceder que el debate gire en torno a tantos ejes como argumentos exponen quienes participan en él. Pero el problema a resolver, si bien pasa indudablemente por saber de qué va lo que se debate, consiste en dilucidar la VERDAD que a menudo se oculta en lo que dice.

02. A vueltas con los conceptos “desvalorización” y “destrucción” de capital
           
            Lo único que yo sostengo es que si la guerra remueve las dos variables que las leyes ciegas del sistema tienen (bajo condiciones de crisis) para obligar tanto al burgués como al obrero individual a vender sus mercancías por debajo de su valor, mal puede funcionar como una herramienta para relanzar el ciclo. Pero tampoco sostengo lo contrario, es decir que las guerras invierten la relación oferta demanda con vistas a relazar la tasa de ganancia. Porque eso sería justamente sostener la posición que les estoy criticando. >> (Lo entre paréntesis nuestro).

                En este párrafo Ramiro “razona” planteando un silogismo de la forma típica del modo siguiente:
1) Toda crisis de superproducción de capital, se presenta como un exceso de oferta en medios de producción y fuerza de trabajo, de lo cual resulta que la ley de la oferta y la demanda obliga tanto a la burguesía como a los asalariados, a vender sus mercancías por debajo de su valor;
2) Si las guerras y catástrofes “remueven” esa ley, es decir, cambian el sentido de la relación entre oferta y demanda, la crisis no se supera.
3) Por tanto, las guerras y catástrofes no pueden cambiar el sentido de la oferta y la demanda en condiciones de crisis con vistas a superarla, intención que Ramiro atribuyó al GPM.

            Siguiendo este razonamiento, pensar que destruyendo físicamente buena parte de los factores de la producción sobrantes  las guerras y catástrofes contribuyen a acelerar ese necesario proceso de desvalorización, al señor Ramiro le ha parecido un disparate. ¿Por qué? Porque para tal fin, este señor solo concibe al mercado.  
           
            Nosotros en ninguna parte hemos dicho, que las guerras y catástrofes remuevan ni cambien el sentido en que las leyes del mercado actúan en dirección a superar las crisis. Lo que hemos dicho y ratificacmos aquí, es que, si como es cierto que toda ganancia se calcula respecto de lo que cuesta producirla, no es menos cierto que si esos costes (en términos de capital sobrante) se reducen, la ganancia del capital tiende a incrementarse relativamente más que los costes de producirla. Lo cual significa que las crisis tienden a superarse. Es decir, que las guerras y catástrofes actúan en la misma dirección y sentido que el mercado.

            El hecho de que por falta de rentabilidad suficiente el aparato productivo se ralentice y la demanda de capital adicional para inversión productiva se paralice, no supone que la oferta y la demanda dejen de actuar en el mercado según su lógica natural. Lo que se pone de manifiesto en toda crisis, es que hay exceso de producción y, por tanto, de oferta en capital físico y salarios, factores que constituyen el costo de producir las ganancias del capital. Nada más. Por tanto, si el coste de producir riqueza disminuye, las ganancias aumentan y la crisis se supera. .

            ¿Qué resulta de tal movimiento a través de la oferta y la demanda? Que la relación: Pl./(Cc. + Cv.) llamada Tasa General de Ganancia, aumente con tendencia a la superación de la crisis. Ésta es la forma natural en que la economía capitalista supera las recesiones que siguen al estallido de cada crisis, para iniciar el siguiente ciclo de los negocios. Dicho en palabras de Ramiro:  
obligando tanto al burgués como al obrero individual a vender sus mercancías por debajo de su valor”

            Lo que Ramiro no concibe porque se niega a comprenderlo, es que, durante todo este proceso de transición de un ciclo de los negocios al siguiente, la irrupción de una guerra o catástrofe incida en el mismo sentido que la Ley de la oferta y la demanda. Nosotros pensamos que mientras la oferta y la demanda desvalorizan el capital sobrante, la guerra lo destruye. Por tanto, el resultado económico es el mismo.

            ¿Por qué Ramiro no concibe este razonamiento? Porque le han hecho entender que la única herramienta posible para salir de cualquier crisis, es el mercado, las ciegas leyes de la oferta y la demanda. Y a falta de un argumento racional ha respondido con un absurdo. ¿Qué ha dicho textualmente porque así lo ha “pensado” el señor Ramiro? Ya lo adelantamos en esta introducción pero volveremos a sus propias palabras producto de su irracional obsecación:  
<<Es imposible que un terremoto destruya capital variable, lo que destruye son vidas humanas pero eso no significa que el capital haya perdido $100 de variable. Estamos hablando de obreros libres y no de esclavos>>.
               
           En primer lugar, ¿qué "libertad" es la de un asalariado metido a la fuerza en una guerra, pensando que lo hace por "la patria", cuando allí se dirimen intereses absolutamente ajenos a esa entelequia? Por la misma regla de tres que se ha inventado el señor Ramiro, si la guerra no destruye capital variable en términos de salarios, sino solo vidas humanas, tampoco destruye capital constante sino tierra cultivada, edificios, máquinas, materias primas, etc. Es decir, destruye cosas pero no factores económicos. Según piensa Ramiro, en economía política sucede como en la metempsicosis, que permite seguir hablando con los muertos como si estuvieran vivos, una imaginería enfermiza que sostienen y practican los fieles a todas las religiones. ¿Por qué tanto se empeña Ramiro, en que la primera víctima de sea la verdad?

            Por ser una mercancía, la fuerza de trabajo es el soporte material contante y sonante de los salarios, al tiempo que los salarios son la representación económica de la fuerza de trabajo. Esto en economía política es algo tan de cascote, que cuando un asalariado fallece —cualquiera sea la causa—, con el soporte material animado de su cuerpo, desaparece todo lo que él representó en la vida. Salvo en la memoria de sus deudos. Y tan de cascote es esto, como que, en derecho procesal, cuando un asesino deja de existir, estando o no en prisión, al mismo tiempo se extinguen las penas de todos los crímenes que haya podido cometer. Y si no, que nos diga el señor Ramiro en qué celda seguirá el muerto cumpliendo su condena. Así las cosas, con la destrucción física y el aniquilamiento de los respectivos soportes materiales de la riqueza, sus correspondientes valores, como tales, dejan de contar a los fines del cálculo empresarial y de la contabilidad nacional en cualquier país.        

            La crisis estalla, pues, por exceso de capital materializado en tierra cultivada, suelo urbanizado, edificios, máquinas, etc. y…, fuerza de trabajo, respecto de la ganancia que produce. Aquí hablar de exceso de capital o ganancia insuficiente, son dos formas distintas de referirse a un mismo fenómeno: la crisis. Y en el hecho de que esto suceda, el mercado no tiene nada que hacer. Porque las crisis no se generan en el mercado, donde la riqueza ya producida se intercambia, sino donde se produce. Estallan y se manifiestan en el mercado, porque la demanda de medios de producción y fuerza de trabajo se paraliza. Pero se generan en el ámbito de la producción, porque el monto de la ganancia no alcanza a compensar la magnitud del capital invertido para producirla.

            Luego, la consecuente recesión no remite mientras tal exceso de capital subsista respecto de la ganancia que rinde. Aquí sí que el mercado cumple su función desvalorizando el capital excedente. Su cometido no consiste, pues, en provocar las crisis, sino en sacar al sistema de ellas. Con todas sus míseras y luctuosas consecuencias por todos conocidas. Y entre esas consecuencias están las guerras, coadyuvando al mismo fin. Esto es lo que el señor Ramiro se resiste a comprender, porque la clase dominante le ha puesto anteojeras para vea la realidad desde la tan pacata como falsa perspectiva de “el mercado”. Nos referimos a las anteojeras del entendimiento que impiden comprender la realidad. Entender  no significa lo mismo que comprender. Y para comprender una realidad en movimiento, cualquiera sea, es imprescindible conocer la sustancia que crea esa realidad. Es decir, el motor de su movimiento. Y lo que mueve al capitalismo no es el mercado, sino la producción y acumulación de plusvalor. La ganancia. Este déficit teórico por causas puramente ideológicas de clase burguesa, es lo que le impide a Ramiro ver el hecho, de que la desvalorización de riqueza vía mercado y su destrucción vía guerras y catástrofes, contribuyen ambas a superar la recesión. ¿Para qué? Para que el motor de la economía vuelva a funcionar a pleno rendimiento generando masas crecientes plusvalor para los fines de la acumulación en circunstancias normales. "¿Cuanto gana un asalariado?" suele decirse. Otra mentira. Un asalariado no gana ni un céntimo. Cobra por mucho menos de lo que trabaja para engordar la ganancia de sus patronos. Nada más.

            Puesto ante esta irrebatible lógica pero cegado por sus prejuicios de clase ajena que le impiden abandonar su puesto de observación desde "el mercado", Ramiro se pregunta: ¿Cómo es posible que las guerras y las catástrofes desvaloricen los factores de la producción, si al mismo tiempo esa destrucción supone que disminuye su oferta, es decir, que los vuelve escasos, lo cual tiende a que se valoricen elevando sus precios y, por tanto, aumentan los costos de producción? Tal es el “razonamiento” falaz en el que Ramiro incurre y, sin temor a estar equivocándose, concluye que las guerras y catástrofes NO contribuyen a salir de las crisis sino al contrario, porque elevan los costos de producción y desestimulan la inversión.  
           
            ¿Por qué dice esto? Porque todavía no le cabe en la cabeza, que la violencia destructiva sobre los dos factores productivos que constituyen los costos de producir plusvalor, pueda actuar en el mismo sentido en que actúan las fuerzas de la oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones de recesión. Y no le cabe en la cabeza, porque a él le han inculcado que, cualquiera sea la circunstancia, cuando la oferta de medios de producción y fuerza de trabajo disminuye sus precios aumentan. Así es como Ramiro llega a la conclusión de que las guerras y catástrofes invierten el sentido en el que naturalmente operan las leyes del mercado en condiciones de crisis, impidiendo de tal modo que tales destrucciones puedan sacar al sistema de la recesión, atribuyéndonos a nosotros el error de pensar lo contrario.

            Pero aquí Ramiro descuida, que todo aumento de precios por déficit de oferta, es imposible sin la correspondiente presión por el lado de la demanda. Y el caso es que durante una recesión, la demanda de medios de producción y fuerza de trabajo permanece paralizada por falta de rentabilidad suficiente, lo cual el hecho de que la oferta disminuya por destrucción violenta, anula el presunto efecto económico sobre los precios al alza. Así, puesto ante semejante situación embarazosa que no advierte por negárse a salir de su aquerenciamiento en el laberinto burgués, a falta de argumentos Ramiro sólo atinó a decir:
<<…Porque eso sería justamente sostener la posición que les estoy criticando…>>

            Al haberse puesto a pensar desde la exclusiva perspectiva de la relación entre oferta y demanda, según los estrechos criterios de la esasez y la abundancia, Ramiro no advierte la imposibilidad de comprender racionalmente las crisis por lo que pasa en el mercado, donde la riqueza se interrcambia y circula, es decir, haciendo abstracción de lo que pasa en ámbito de la producción entre la ganancia y lo que cuesta producirla. Pero como sigue aferrado al clavo ardiendo de ese prejuicio burgués que a todos la burguesía nos ha inculcado desde nuestra más tierna pubertad, acaba enredado en su propia contradicción. ¿Cómo intenta salir de ella? Agregando lo siguiente:  
            <<…Si bien a la salida de la guerra no existe el acicate de exceso de stock de maquinarias y obreros en paro que obliguen a una desvalorización, al existir la misma composición orgánica se tendrá necesariamente que retornar al punto de partida de preguerra formándose un gran ejercito de reserva. Pero esto no será efecto de la guerra y en tal caso la guerra demorara el proceso alargando la crisis en el tiempo.
            Luego hay decenas de variables en una guerra que pueden influir sobre esa oferta y demanda de fuerza de trabajo. Pero mi crítica es a vuestra posición de elevar la guerra a principio a la hora de relanzar el ciclo…>>

                Ya lo hemos demostrado en nuestro trabajo anterior que dio pábulo a esta discusión: Ramiro insiste en pensar con la cabeza de la burguesía. Como si las crisis de superproducción de capital tuvieran su origen y causa en el mercado, es decir, en un exceso de oferta en medios de producción y fuerza de trabajo respecto de la demanda, a raíz de una plétora de crédito. Y no es así. Tal como la expresión lo indica, son crisis de superproducción de capital causadas por una merma insostenible en el incremento de las ganancias, respecto de unos costes que no dejan de aumentar. No se trata, pues, de una crisis de oferta en el mercado, como el señor Ramiro sostiene. Y si nos empeñáramos en verlo desde tal perspectiva errónea, en todo caso sería una crisis de oferta determinada por una parálisis de la demanda en términos de medios de producción y fuerza de trabajo para inversión productiva. Porque toda crisis de superproducción comienza en el sector I productor de medios de producción. No en el sector II productor de bienes de consumo final. Se trata, por tanto, de una crisis de demanda en medios de producción y fuerza de trabajo, la cual tiene su causa en una previa crisis de ganancias. Ergo: en el hecho de que las crisis de superproducción de capital ocurran, el mercado no tiene absolutamente nada que ver ni nada que hacer.

            Así las cosas, que la destrucción de capital por violencia física disminuya la oferta existente en medios de producción y fuerza de trabajo, no autoriza a pensar que sus precios aumenten. Porque, para eso, es necesario que la demanda sea tan activa como efectiva. Y el caso es que, bajo condiciones de recesión, la demanda de medios de producción y fuerza de trabajo se mantiene paralizada por falta de rentabilidad suficiente respecto de lo que cuesta producirla. Ramiro piensa el movimiento del capital en términos de la relación entre oferta y demanda, cuando dada la naturaleza del capitalismo, el movimiento de la economía debe pensarse en términos de la relación entre el incremento de la ganancia y sus correspondientes costos sociales de producirla.  

            Y es que las  crisis no consisten en que los burgueses del sector I —que fabrican para ofrecer y vender medios de producción— deban vender sus respectivas mercancías por debajo de su valor. Esta no es la causa sino la consecuencia de las crisis. Las crisis estallan y derivan en recesión, es decir, en semiparálisis del aparato productivo, por falta de rentabilidad suficiente que contablemente justifique seguir produciendo como en condiciones normales de expansión. Y esto no sucede en el mercado donde la compraventa de medios para producir riqueza se negocia, sino en las fábricas, donde dichos medios se producen.

            Lo único que hace el mercado a través de la oferta y la demanda en tiempos normales, es transformar los valores particulares producidos por cada empresa, en precios de producción, dando pábulo a la formación de la Tasa General de Ganancia Media, de modo tal que cada unidad empresarial particular del capital global, obtenga su cuota parte proporcional de ganancia, según la masa de capital con que contribuye a crear el plusvalor global en cada mercado nacional. Nada más. Por tanto, si las crisis de demanda en medios de producción y fuerza de trabajo se presentan, es porque toda ganancia obtenida con una determinada masa de capital adicional que se invierte, no resulta rentable. Y no resulta rentable desde el momento en que la ganancia aumenta menos de lo que cuesta producirla, es decir, cuando la masa de capital incrementado produce igual o menos plusvalor que antes de su incremento. Esto es lo que Marx llama sobreacumulación absoluta de capitalque abre el horizonte de las crisis.

            Lo que le falta a Ramiro para explicar las crisis según su punto de vista burgués puramente mercantil, es que ahora nos venga con el viejo cuento de que la ganancia capitalista no se crea en el ámbito de la producción explotando trabajo ajeno, es decir, pagando a los asalariados cada vez menos respecto del valor que producen y sus patronos se apropian, sino que surge como por arte de birlibirloque en el ámbito de la circulación, donde unos burgueses supuestamente más listos que otros, no menos presuntamente venden sus productos en el mercado a precios por encima de su costo social, o sea, incluyendo el plusvalor. Esto es lo que sostenían los llamados economistas vulgares y ante lo cual Marx lapidariamente respondió:

<<Puede ocurrir que el poseedor de mercancías A sea tan astuto, que engañe a sus colegas B o C y que éstos, pese a toda su buena voluntad, no sean capaces de tomarse la revancha. A vende a B vino por valor 40 libras esterlinas y recibe a cambio trigo por valor de 50 libras. Mediante esta operación A habrá convertido sus 40 libras en 50, sacando (de la circulación) más dinero del que invirtió y transformando su mercancía en capital. Observemos la cosa más de cerca. Antes de realizarse esta operación, teníamos en manos de A vino por valor de 40 libras esterlinas y en manos de B trigo por valor de 50 libras, o sea, un valor total de 90 libras esterlinas. El valor circulante no ha aumentado ni un átomo: lo único que ha variado es su distribución entre A y B. Lo que de un lado aparece como plusvalía, es del otro lado minusvalía; lo que de una parte representa un más, representa de la otra un menos. Si A hubiese robado las 10 libras a B, sin guardar las formas del intercambio, el resultado sería el mismo. Es evidente que la suma de los valores circulantes no aumenta, ni puede aumentar por muchos cambios que se operen en su distribución, del mismo modo que la masa de los metales preciosos existentes en un país no aumenta por el hecho de que un judío venda un céntimo del tiempo de la reina Ana por una guinea. La clase capitalista de un país no puede engañarse a sí misma en bloque. >>  (K. Marx: El Capital”. Libro I Cap. IV. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro )
               
               En su prefacio al Libro III de “El Capital”, Federico Engels volvió sobre este mismo dislate interesado de los ideólogos burgueses apologetas del capitalismo. Allí puso todavía más en evidencia la falacia de los economistas vulgares, demostrando que de lo que se trata en economía política, no es saber lo que gana un burgués a expensas de otro, sino de lo que pasa con la ganancia global capitalista que surge del trabajo no pagado al conjunto de los asalariados. Teniendo en cuenta que los asalariados no pueden tomarse frente a sus patronos, la misma libertad de proceder con el precio de su fiuerza de trabajo:

<<La economía vulgar ofrece una explicación que es, por lo menos, más plausible: “los vendedores capitalistas, el productor de materias primas, el fabricante, el comerciante al por mayor, el pequeño comerciante, obtienen ganancias en sus negocios vendiendo más caro de lo que compran, es decir, recargando en un cierto tanto por ciento el precio propio de costo de sus mercancías. El obrero es el único que no puede imponer este recargo de valor, pues su desfavorable situación le obliga a vender su trabajo al capitalista por el precio que le cuesta a él mismo, o sea, por el sustento necesario... Pero estos recargos de precio (que los burgueses se toman la libertad de hacer con las mercancías que fabrican y venden) se mantienen íntegramente frente a los obreros asalariados como compradores y determinan la transferencia de una parte del valor de la producción total a la clase capitalista”.

      Ahora bien, no hace falta un gran esfuerzo mental para darse cuenta de que esta explicación de la ganancia capitalista dada por los “economistas vulgares”, conduce prácticamente a los mismos resultados que la teoría marxista de la plusvalía: de que los obreros se encuentran según la concepción de Lexis exactamente en la misma “situación desfavorable” que según Marx; de que en ambos casos salen igualmente estafados, puesto que cualquiera que no sea obrero puede vender sus mercancías más caras de lo que valen y el obrero no, y de que sobre la base de esta teoría puede construirse un socialismo vulgar tan plausible, por lo menos, como el que aquí en Inglaterra se ha construido sobre la base de la teoría del valor de uso y de la utilidad–límite de Jevons–Menger. Y hasta llego a sospechar que si el señor George Bernard Shaw conociese esta teoría de la ganancia tendería ambas manos hacía ella, se despediría de Jevons y Karl Menger y reconstruiría sobre esta roca la iglesia fabiana del porvenir>>. (F. Engels: Prefacio al Libro III de “El Capital”. Lo entre paréntesis nuestro).

            Así, pues, la realidad es que, las crisis de superproducción o exceso relativo de oferta respecto de una ganancia insuficiente, por un lado desploman la demanda del capital (físico y humano) existente disponible para inversión productiva en los almacenes de los intermediarios comerciales. Lo cual determina que disminuya el valor de cambio de lo que se ofrece, en todo lo que el descenso de la demanda determine. Desvaloriza ese capital en la proporción determinada por la retracción relativa de la demanda. Por otro lado, como valor de uso, ese capital excedente queda inactivo por falta de rentabilidad suficiente, de modo que la parte de él que todavía no ha sido amortizada y deja de utilizarse, se deteriora físicamente por falta de uso y en la misma proporción también se desvaloriza. Este proceso de desvalorización tiende objetivamente a sacar a la Tasa General de Ganancia de su depresión, a elevarla en proporción a lo que el capital excedentario se desvaloriza hasta superar crisis, acercando así el horizonte de la recuperación. Pues, bien, los marxistas sostenemos que las guerras y catástrofes refuerzan la tendencia del mercado a desvalorizar tal excedente en medios de producción y salarios, destruyendo su soporte físico.

03. ¿Una guerra de magnitud mantiene constante la Composición Orgánica Del Capital?
           
<<Si bien a la salida de la guerra no existe el acicate de exceso de stock de maquinarias y obreros en paro que obliguen a una desvalorización, al existir la misma composición orgánica se tendrá necesariamente que retornar al punto de partida de preguerra formándose un gran ejército de reserva. Pero esto no será efecto de la guerra y en tal caso la guerra demorara el proceso alargando la crisis en el tiempo.
      Luego hay decenas de variables en una guerra que pueden influir sobre esa oferta y demanda de fuerza de trabajo. Pero mi crítica es a vuestra posición de elevar la guerra a principio a la hora de relanzar el ciclo>>. (El subrayado nuestro)

                El concepto de composición orgánica se define como la relación en términos de valor, entre el capital físico y la mano de obra contratada para ponerlo en movimiento. Si se reconoce la evidencia empírica de que una guerra destruye relativamente más valor en capital físico que humano, la conclusión que sacó el señor Ramiro es errónea. A la terminación de una guerra, la “necesidad de retornar al punto de partida de preguerra formando un ejército de reservano deja en tales condiciones de ser una necesidad puramente abstracta, una aspiración que solo tiende a ser realidad a mediano si no a largo plazo. Tanto más cuanto mayor haya sido la destrucción. Por eso los marxistas sostenemos, que las destrucciones físicas y el aniquilamiento de vidas humanas, alejan el horizonte del derrumbe. Porque determinan que el aparato productivo retroceda a etpas de acumulación pretéritas.

            Con una composición orgánica: 50c/50v, suponiendo que el salario por obrero ascienda a 1 serían necesarios 2.000 para  emplear a 1.000 asalariados. Pero si la composición orgánica sube a 90c/10v, para emplear a esos mismos 1.000 asalariados se necesitarán 10.000€. Según está lógica del capitalismo, es evidente que la dificultad de mantener la misma composición orgánica tras la enorme devastación física y humana de una guerra, se agrava en proporción a las pérdidas del patrimonio nacional causadas por la destrucción, sea bélica, telúrica o climática. Esto explica el fugaz éxito del pensamiento de Keynes desde la crisis de los años treinta, que tras la subsecuente segunda gran guerra mundial desembocó en el auge del capitalismo de Estado en Europa y, consecuentemente, en numerosos países de desarrollo medio en la periferia del sistema, donde el capital público vino a llenar transitoriamente ese vacío en acervo de capital en manos privadas, mermado todavía más por las enormes pérdidas de la Segunda Guerra mundial, tal como lo hemos dejado expuesto en nuestro último trabajo publicado.

            Así las cosas, las pérdidas en cualquier guerra o catástrofe medidas en términos puramente económicos de capital constante y salarios, sin duda contrarrestan la tendencia al derrumbe económico del sistema capitalista, la debilitan prolongando la existencia del sistema, tal como sucedió durante la Primera Guerra Mundial. Y si la confrontación bélica estalla en medio de una crisis de superproducción de capital, contribuye a superarla, como es evidente que ocurrió en el mundo a raíz de la Segunda Gran Guerra imperialista de 1939.

            Y teniendo en cuenta que contablemente dichas pérdidas de guerra afectan más al capital físico que al propiamente humano, también es evidente que la composición orgánica del capital global no sigue siendo la misma, sino que disminuye notoriamente. En la misma medida que la destrucción física provocada por la guerra. La composición técnica potencial —medida en términos de la cantidad relativa de asalariados que antes del siniestro se necesitaban para poner en movimiento los mismos medios de trabajo— se mantiene. Porque viene determinada por el grado de eficiencia tecnológica incorporada a dichos medios de trabajo. Pero la composición orgánica medida en términos de valor, tras la guerra disminuye en la media en que se destruyen más medios de producción Mp. (suelo cultivado, edificios, maquinaria y materia prima) que fuerza de trabajo; al contrario de lo que sostiene —sin haberlo demostrado, porque no puede— el señor Ramiro:
     <<Para una economía dada, la desvalorización (del patrimonio económico físico y humano de un país por causa de una crisis y/o de una guerra) actúa de tal forma como si la acumulación de capital se encontrara en un bajo grado de desarrollo. Con ello se hace mayor el espacio de expansión (que la burguesía consigue) para (el futuro inmediato de) la acumulación de capital. Sólo a partir de esta perspectiva teórica podemos comprender la verdadera función de las destrucciones de guerra dentro del mecanismo capitalista. Lejos de ser un impedimento para el desarrollo del capitalismo o una circunstancia que acelera su derrumbe, como afirman y esperan Kautsky y muchos otros teóricos del marxismo, esas destrucciones y desvalorizaciones de guerra son más bien un medio para debilitar el inminente derrumbe, procurando nuevos aires a la acumulación del capital. Así, por ejemplo, en Inglaterra, la represión de la insurrección India de 1857-1858, causó un gasto de 23,5 millones de libras esterlinas, contra 77,6 millones de gastos de la guerra de Crimea, en total 101 millones de libras esterlinas, o sea, más de dos mil millones de marcos. Cada una de estas pérdidas de capital aligera la tirante situación e inaugura un espacio para una nueva expansión. Así actuaron las colosales pérdidas de capital y desvalorizaciones acarreadas por la guerra mundial>> (Henryk Grossmann: "La ley de la acumulacion y del derrumbe del sistema capitalista"  Cap. 3. Aptdo. I. Cfr.: Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 238)

                En cuanto a esa ocurrencia del señor Ramiro al decir que durante una guerra “hay decenas de variables que pueden influir sobre la oferta y demanda de la fuerza de trabajo”, lo cierto es que bajo tales circunstancias y aun más si es una guerra mundial, el tráfico de mercancías se interrumpe violentamente, no solo al interior de un mismo país —y todavía más si es beligerante— sino a escala internacional. Por tanto, bajo tales condiciones excepcionales, ni el “libre mercado” ni todos los Estados burgueses juntos pueden poner en acción las “decenas de variables” que el señor Ramiro se ha imaginado.

04. Devaneos en torno a la destrucción de riqueza por catástrofes

            Respecto del ejemplo numérico expuesto en nuestro último trabajo publicado, sigue el señor Ramiro diciendo:
    <<Si el terremoto extingue a una parte de la clase obrera el burgués o no tendrá obreros que contratar y no podrá realizar la producción o tendrá menos obreros y estará en una situación desventajosa a la hora de negociar el precio de la fuerza de trabajo.
           
            Si un terremoto extermina la vida de una parte de los asalariados activos y simultáneamente destruye determinada masa de medios de producción —cualquiera sea la fase del ciclo en que dicho siniestro suceda—, en términos económicos tal destrucción y aniquilamiento actúan en la misma dirección y sentido que una guerra bélica o cualquier catástrofe. Desvalorizan por destrucción física de su valor de uso, el capital global hasta ese momento actuante en un país. Bien sea el valor o precio encarnado en la fuerza de trabajo de los asalariados que fallecen por tal causa, o de los despedidos durante una crisis. Y lo mismo cabe decir tratándose de una máquina o materia prima. Si tal desvalorización sucede en la fase expansiva del ciclo, la consecuente reducción del capital hasta ese momento en funciones, hace retroceder el proceso de acumulación del capital global a un determinado número de rotaciones anteriores, alejando así el horizonte de la próxima crisis. Esto es, exactamente, lo que sucedió durante la Primera Guerra Mundial.

            Pero si la guerra estalla bajo condiciones de crisis, dicha desvalorización acerca el horizonte de la recuperación. Esto es, precisamente, lo que el sistema en crisis de superproducción de capital exige que suceda como requisito para superarla. Y en esto, nada determinante tiene que hacer el mercado. Del mismo modo que nada determinante hace un coche llevando a su conductor hacia un sitio preciso y no a otro cualquiera. Pero ante esta evidencia, el señor Ramiro se empeña en seguir de espaldas a la Tasa General de Ganancia Media, intentando convencer, de que al desplomarse un edificio industrial con su maquinaria y asalariados dentro, eso no implica que la masa de ese valor-capital hasta ese momento en funciones al interior de un país disminuya, alejando así las condiciones de una crisis o acercando en el tiempo la recuperación.

            En condiciones de crisis —y si ese es el único patrimonio industrial del que dispone—, dadas las enormes dificultades para remontar una situación así con una ganancia en declive y el grifo del crédito para inversión productiva cerrado, lo que probablemente hará el burgués citado por el señor Ramiro tras un terremoto, será suicidarse.   

            Por el contrario, de haber sucedido el siniestro en condiciones de expansión, asumiría esa pérdida, pediría un crédito y, sobre ese mismo suelo que sigue siendo de su propiedad, levantaría otra fábrica con las más modernas técnicas arquitectónicas antisísmicas; compraría nuevas máquinas y contrataría la mano de obra que haga falta, tirando del ejército permanente de parados. Finalmente, pondría ese nuevo acervo de capital en movimiento, para los fines de la acumulación. Tan ventajosamente para él como para cualquier colega suyo en las mismas circunstancias.

            En cuanto a eso de que tras un terremoto de magnitud 9, por ejemplo, “el burgués no tendrá obreros que contratar” porque no existen las maquinarias (destruidas por el seísmo), es otro pronto arbitrario que Ramiro se ha imaginado. Bajo el capitalismo, la mayor parte del trabajo anual se gasta en la producción de capital constante para la producción de maquinaria y materias primas, mercancías cuyos consumidores no son obreros sino capitalistas industriales. Por tanto, es también mucho mayor el intercambio de mercancías entre los capitalistas que entre éstos y los obreros. Y es en el mercado nacional e internacional de maquinaria y materias primas, donde se manifiesta la superproducción de mercancías que da lugar a las crisis, es decir, en los intermediarios comerciales. Tal es el contexto en el que hay que ubicar lo aventurado al respecto por el señor Ramiro. Una cosa es el alcance y magnitud de la destrucción causada por un terremoto, y otra el de una guerra mundial.
  
05. ¿Terremotos inteligentes?

En todo caso si (tras un terremoto) se invierten $100 menos de capital variable es debido a que no existen las maquinarias que esos obreros iban a poner en movimiento que en vuestro caso tienen una relación de 20 a 1. Por lo tanto una mengua de $500 en capital constante se reflejaría en una mengua de $25 en capital variable. (Lo entre paréntesis nuestro)
            En esta observación que nos hace,  Ramiro ha “razonado” como si la fuerza destructiva de un terremoto respetara escrupulosamente la composición orgánica del capital existente antes del siniestro. En fin.   

            Además, no es el caso de que el conjunto de la burguesía en ese país llamado Ramiro invierta “$100 menos en “capital variable” global, como ha pensado erróneamente nuestro crítico, sino que se pierden. Al perecer en el siniestro perdiendo su condición de asalariados, los $100 en concepto de salarios que habían venido siendo contratados y cobraban esas víctimas, desaparecen también como costo salarial, para el conjunto de la patronal y la sociedad en ese país. Por tanto, tal como ya hemos dicho, dejan de contar como capital invertido, es decir como costo de producción empresarial.   

            Pero con ese importe, desaparecen también los $50 equivalentes al producto resultante del uso que la patronal de ese país venía haciendo de la fuerza de trabajo contratada para producir plusvalor. Por tanto, al perecer quienes personificaban esa fuerza de trabajo y, con ella, su salario en la cuenta de resultado de sus respectivos patronos, su trabajo excedente tampoco cuenta ya como creador de plusvalor y también desaparece, dejando de intervenir o contar en la formación de la cuota general de ganancia media. En síntesis, esos asalariados dejan de participar como costo social de producir plusvalor en el denominador de la Tasa General de Ganancia Media, del mismo modo que su correspondiente plusvalor por $50 deja de contar en el numerador como rendimiento ganancial de ese costo.
           
           Por tanto, la destrucción de esos $600 (y no $100) que se pierden, contribuye a que la relación entre los tres factores económicos que participan en la formación de la Tasa General de Ganancia Media (capital físico, salarios y plusvalor) tiende a recuperarse en el sentido de superar la interrupción periódica del proceso de acumulación como consecuencia de la crisis. Un resultado matemático al alza. No sería descabellado pensar, pues, que ésta haya sido una razón de peso por la cual Albert Einstein se hizo marxista, ni que por esto mismo en sus “Notas autobiográficas” de 1947, tuviera el valor de sentenciar que: “El Estado miente deliberadamente”. Y miente desde sus aparatos ideológicos, no solo a través de quienes pasan por ser “científicos sociales” en las universidades, también a instancias de políticos profesionales y periodistas venales con su masiva influencia en la opinión pública mundial a través de los llamados “mass media”. No hay duda, pues, de que el señor Ramiro sigue siendo tan víctima del engaño, como quienes no pudieron dejar de serlo hasta que consiguieron liberarse de tan odiosa servidumbre.    

    
            En el ya mencionado trabajo anterior —al que nuestro crítico nos ha obligado a volver— en referencia a las consecuencias de las catástrofes naturales provocadas, hemos dicho lo siguiente:   

     <<Hay que considerar aquí dos datos de la realidad: 1) que en términos de valor económico, estadísticamente las catástrofes naturales y las guerras siempre destruyen mucho más capital físico que humano (Ver Pp. 21 y 22 del "Informe ONU")>>

                Esto al señor Ramiro le ha parecido que:
      <<….no se puede elevar a principio. Inglaterra en la Primera Guerra Mundial no sufrió destrucción en su territorio y si hubiese podido contrarrestar el accionar de los submarinos sobre su flota mercante no habría sufrido prácticamente ninguna destrucción de capital físico. También Chernobyl produjo más destrucción humana que física y habrá que ver qué pasa con Fukushima>>.
     
            Nuestra consideración en modo alguno fue propuesta como un principio teórico, tal como erróneamente nos imputa el señor Ramiro. Es una simple y directa verificación empírica de la realidad económica, es decir, una comprobación estadística:

     <<Según Wladimir S. Woytinsky, las pérdidas materiales de la Primera Guerra Mundial pueden estimarse en 260 mil millones de dólares en gastos directos y 90 mil millones de dólares en pérdidas indirectas, en total 350 mil millones de dólares. “En el transcurso de los cuatro años de guerra fue destruida y derrochada cerca del 35% de la riqueza de la humanidad”. Este tremendo déficit fue cubierto en parte por el excedente anual de la producción sobre el consumo. En los años 1914-1919 este excedente debería haber ascendido a 200-250 mil millones de dólares, de ahí que la suma de la disminución de la riqueza mundial  en el año 1919 en comparación con 1914 sea de 100 a 150 mil millones de dólares. Sin embargo la distribución de esta disminución en los diferentes países es muy irregular: Europa se empobreció mientras que los EE.UU. de Norteamérica y Japón se enriquecieron durante la guerra más rápidamente que en tiempo de paz. El patrimonio de Inglaterra disminuyó en el período 1914-1919 de 80 a 76,5 mil millones de dólares, el de Alemania de 95 a 60, Francia de 65 a 45, Italia de 25 a 20, Bélgica de 15 a 12,5 millones de dólares>>. (Citado por Henryk Grossmann en Ed. cit. Pp. 239)

                A esta cita en su obra, Grossmann seguidamente añadió:
<<Dado que durante el mismo período la población de estos Estados, a pesar de las pérdidas de la guerra, aumentó, así existe una más amplia base de valorización frente a un capital disminuido>>.

            Este último dato demográfico aparece discutido en algunas publicaciones, especialmente respecto de Francia. En cuanto a Gran Bretaña, no sufrió destrucción de su patrimonio humano ni material en su territorio, pero este último  disminuyó un 32% como consecuencia de los ataques aéreos enemigos a sus fábricas asentadas en los países europeos aliados.

 06. Supuesta relevancia económica del tipo de capital constante que se destruye físicamente

Sigue nuestro oponente:
     <<Por otro lado hay que analizar qué tipo de destrucción en capital constante se produjo. No son lo mismo un millón de euros de pérdida como producto de la destrucción de las centrales eléctricas que en carreteras en un sector geográfico marginal a la producción>>.
       
                En términos puramente económicos y, por tanto, contables —que tal es el eje sobre el cual gira el asunto que aquí estamos debatiendo— un millón de Euros en pérdidas da igual a qué tipo de capital constante se refieran, en tanto y cuanto se trata de dos de los tres grandes factores de la producción tal como así se siguen considerando desde los tiempos de Adam Smith. Y el hecho de que su destrucción —ya sea bélica, telúrica o climática— se pueda traducir en términos de su equivalente rigurosamente calculable, son datos que indiscutiblemente debilitan la tendencia al derrumbe del sistema acercando el horizonte de la recuperación en cada crisis.

07. Donde dije digo, digo Diego

Ramiro insiste:           
<<…Y el que la relación (de lo destruido medido en términos de valor) sea mayor en capital constante no impide que a la salida de la guerra pueda haber una faltante de fuerza de trabajo. Porque una cosa es que haya una cantidad de obreros en reserva y otra que exista la cantidad que el capital necesita para depreciar el salario lo suficiente para relanzar la ganancia>>. Lo entre paréntesis nuestro. 

              Es curiosa la prolífica inventiva del señor Ramiro, en sacar recursos retóricos polémicos de su chistera para salir airoso de un debate. ¿No había quedado consigo mismo en que los “desastres naturales” respetan la composición orgánica del capital? ¿Por qué le preocupa tanto que la burguesía pueda disponer o no de lo que necesita? El “eje del debate” —que con estas palabras comenzó su discurso nuestro crítico—, no es este, sino lo que en realidad resulta de una guerra como consecuencia de una crisis. Si se supone que a la salida de un siniestro de magnitud hay un faltante de mano de obra respecto de lo que la burguesía necesita, tal supuesto excluye la posibilidad de que al mismo tiempo exista un ejército de reserva en paro forzoso, dos circunstancias tan excluyentes, que la lógica del capital no permite el hecho de que puedan coexistir al mismo tiempo.

            Que el señor Ramiro no haya podido pensar desprejuiciadamente el “eje de este debate”, se pone de manifiesto al suponer que para “relanzar la ganancia” tras una guerra, la burguesía necesita un ejército reserva que permita “depreciar el salario lo suficiente”. Tras una guerra de magnitud como consecuencia de una crisis, en realidad la recuperación de la ganancia con déficit de mano de obra disponible, se opera precisamente sobre esta base misma como condición de lograr la recuperación. Porque esto es lo que hay. Se parte de una masa de capital reducido y una composición orgánica que ha descendido y aumenta muy lentamente. En tales condiciones, el ritmo de la acumulación es también pausado y, por tanto, la tasa de acumulación a la cual el capital de incrementa, también es relativamente pequeña. Pero como cada cierto número de rotaciones el capital invertido es mayor por acumulación de un excedente también cada vez mayor en manos de la clase capitalista, tal enriquecimiento resultante le crea a la burguesía la necesidad y posibilidad real de nuevos empleos. La demanda de nuevo capital fijo aumenta aunque todavía menos que la demanda de nuevos empleos, lo cual determina que los salarios aumenten más que los precios del capital fijo y circulante.  
           
            Tal es la dinámica que se verifica en circunstancias muy parecidas a la que Marx expuso en “El Capital”, al principio del capítulo XXIII del primer Libro, donde supone un proceso de acumulación en escala ampliada con mayor demanda de fuerza de trabajo, pero con una composición orgánica del capital constante:

     <<Así como la reproducción simple (en la misma escala) reproduce continuamente  la relación capitalista misma —capitalistas por un lado, proletariados por el otro— La reproducción en escala ampliada, o sea la acumulación, reproduce la relación capitalista en escala ampliada; más capitalistas o capitalistas más ricos en este polo y más asalariados en aquel […]. Acumulación (bajo tales condiciones) es, por tanto, aumento del proletariado>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
           
           Este proceso de acumulación típico del capitalismo temprano, es parecido al que deja tras de sí una crisis bajo el capitalismo tardío. Más aún si a las crisis le suceden guerras. En ambas situaciones, un capital disminuido se corresponde con una reducida población obrera empleada. La dos realidades difieren una de otra, en cuanto a magnitud y composición respecto del proceso de acumulación que se verifica en circunstancias inmediatamente previas a las crisis, donde el exceso de capital se correspondía con un exceso de población (ejército de reserva), situación que, tras la crisis, tiende a invertirse. En el contexto de lo dicho por Ramiro, cabe responder que un ejército de reserva no se crea por la necesidad económica ni teórica subjetiva de nadie, sino por la propia dinámica objetiva del sistema, según las circunstancias por las que atraviesa el proceso de acumulación. La burguesía no consigue lo que necesita por voluntad propia, sino por lo que la propia dinámica del sistema exige, es decir, por la Ley del valor.         

            La destrucción de riqueza y aniquilamiento de vidas humanas durante una guerra o desastre de magnitud, determinan, pues, que el aparato productivo de la sociedad capitalista retroceda en cuanto a la magnitud de su capital —físico y humano— disponible, tanto como retrocede su  capacidad de producir riqueza y plusvalor acumulable; se ha empobrecido. Pero así aleja el inminente horizonte de su derrumbe económico. Al hacerlo retroceder económicamente, lo relanza en el tiempo hacia el futuro. Esto demuestra que a la burguesía los seres humanos y su bienestar le importan poco más que un pimiento. ¿Qué las guerras y ctástrofes provocadas se llevan por delante la vida de una relativa minoría de burgueses y otra mucho mayor de asalariados? Todo vale con tal de preservar el sistema. Los grandes burgueses y políticos profesionales de todos los países a cargo de los distintos gobiernos, que hoy aparecen agrupados en organismos internacionales como el Club de Bilderberg, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la ONU, la OIT o la CEE, saben esto de sobra. Pero también son conscientes de que a la salida de cada crisis, se comienzan a crear las condiciones de futuros descalabros económicos y consecuentes genocidios, "necesarios" para su supervivenvia como clase dominante. Tanto más destructivos y monstruosos, cuanto mayor es inevitablemente la masa de capital excedente que será necesario —para sus "necesidades"— destruir. Sin embargo están dispuestos a provocar cuantas más monstruosidades el sistema les obligue a cometer. Y por eso siguen mintiendo acerca de la naturaleza y dinámica del capitalismo. Éste es el quid de la cuestión que el señor Ramiro ha perdido de vista, empeñado en algo que nada tiene que ver con la búsqueda de la verdad científica.

08. Confusión entre crecimiento absoluto y relativo de la población obrera   

            Ramiro exprime su imaginación diciendo:
      <<…Si bien bajo el capitalismo tardío existe un ejército de reserva crónico decir que este "no deja de aumentar" no puede ser cierto sino tarde o temprano llegaría a cubrir el 100% de la clase activa. Tanto los expulsa de la producción cuanto los vuelve a incorporar al expandir la base material del aparato productivo en el momento del boom del ciclo económico…>>.

                Una vez más, el señor Ramiro vuelve a incurrir en otra inconsistencia teórica, nada que ver con la realidad del capitalismo. Alude reiteradamente a la “composición orgánica del capital” como relación entre capital constante y variable, sin sacar las necesarias consecuencias lógicas e históricas de ese concepto. Tal como en este caso. Y el caso es que, tales consecuencias lógicas son las que resultan del progreso de la acumulación de capital, en base a una composición orgánica del capital históricamente cada vez más alta, determinada por el incesante progreso de la fuerza productiva del trabajo social.

            La Ley de la población de Marx, queda precisamente comprendida en la lógica económica específica del capital, según la cual, el progreso de la fuerza social productiva del trabajo, se traduce por imperativo económico del capitalismo en un resultado contradictorio. ¿Cómo se llega a este resultado? Dicho progreso de la productividad laboral, consiste en que un número cada vez menor de asalariados, ponga en movimiento un número sucesivamente mayor de medios de producción más eficaces por unidad de tiempo empleado. Y a ese resultado se llega porque, bajo tales condiciones, la población asalariada crece históricamente en términos absolutos, pero relativamente menos respecto de los medios de producción que la burguesía le obliga a poner en movimiento.  

            De esta lógica propia del capitalismo, resulta el fenómeno demográfico agudizado en la etapa del capitalismo tardío, donde el crecimiento vegetativo de la población obrera, aumenta más que sus posibilidades de empleo. Esto explica la formación de un ejército de reserva permanente de desocupados, que la burguesía en tiempos de bonanza oculta en parte bajo la forma de trabajo precario o a tiempo parcial, contratos basura, etc., etc., cosa que en tiempos de crisis ya se sabe que ni eso puede hacer. Un capital sobrante que se combina con una correspondiente población asalariada sobrante (Ver: “El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. 3).

            Por tanto, si la población asalariada activa y empleada aumenta absolutamente, al mismo tiempo que relativamente disminuye cada vez más respecto del capital físico en funciones que pone en movimiento, llega un momento —y en él entró la humanidad desde la segunda post guerra mundial— en que el ejército de parados no deja de aumentar y se vuelve permanente o crónico. Pero en modo alguno hasta el extremo de “cubrir el 100% de la clase (asalariada) activa” disponible. Porque eso significaría dejar a la burguesía sin la gallina de los huevos de oro, como tan erróneamente ha concluido el señor Ramiro atribuyéndonos tal dislate a nosotros. Ésta última es una falacia a modo de recurso retórico del señor Ramiro, que nada tiene que ver con la lógica irracional implícita en el problema planteado por el capitalismo a la burguesía en su etapa postrera.

            La tendencia objetiva del capital bajo propiedad de la burguesía es sin duda esa. Hacia la total automatización de la producción. Independientemente de la voluntad de nadie en particular. Y el capital tiende objetivamente hacia tal resultado de su lógica, impulsado por la no menos objetiva y ciega necesidad tendente a desarrollar la fuerza productiva del trabajo, mediante el progreso científico-técnico incorporado a los medios de producción. Todo ello para los fines igualmente ciegos e irracionales, de convertir cada vez más trabajo necesario —creador de lo que cada asalariado empleado precisa para vivir—, en trabajo excedente o plusvalor capitalizable en dinero. Un excedente dinerario, para ser reconvertido a través del mercado, en nuevo capital físico adicional más y más tecnológicamente desarrollado, de modo tal que pueda ser movido por un número cada vez más exiguo de asalariados.

            ¿Cuál es el resultado de esta dinámica del capital? Como ya hemos insistido en explicar siguiendo a Marx, dado que la jornada colectiva de labor no se puede prolongar más allá de las 24 Hs. de cada día, según cada vez más tiempo de trabajo necesario de la jornada laboral es convertido en excedente capitalizado, las dificultades para proseguir indefinidamente con este proceso se agigantan, en proporción a la parte de la jornada que todavía no se ha capitalizado. Ergo, el plusvalor se incrementa cada vez menos, según se reduce lo que resta de la jornada de labor colectiva susceptible de ser transformada en trabajo excedente, al tiempo que el capital fijo empleado para tal fin se vuelve cada vez más costoso en términos globales. Lo cual determina que la Tasa General de Ganancia disminuya, de modo tal que, mucho antes de lo que Ramiro ha imaginado con total desprecio por la lógica real del capitalismo, estallan las crisis de superproducción de capital por causa de una insuficiente producción de plusvalor acumulable.

            Ya hemos dicho que las crisis contrarrestan la tendencia objetiva al derrumbe implícita en la relación entre capital y trabajo. Y precisamente lo hacen de forma tan automática y sistémica como todo lo demás, desvalorizando y hasta destruyendo el capital físico y humano sobrante para evitar dicho derrumbe y así prolongar la existencia del sistema.
09. ¿Por qué Marx ni Engels pudieron prever que las destrucciones bélicas y catástrofes naturales vivifican el sistema?
            El dominio de la ciencia sobre la naturaleza y el consecuente desarrollo de las fuerzas productivas  alcanzado por la humanidad en nuestros días, era desconocido en tiempos de Marx. Esto explica que su pensamiento acerca de la implicancia económica del concepto “destrucción de capital” durante las crisis, se viera limitado al deterioro físico irrecuperable del capital constante sobrante (fijo y circulante) por falta de uso y transformación en tales emergencias periódicas propias del capitalismo. 

            Si Grossmann pudo inscribir en este concepto tanto a las guerras como a las catástrofes naturales, fue precisamente porque la Primera contienda bélica Mundial, incorporó instrumentos de gran poder destructivo y mortífero, tales como la aviación, naves submarinas y tanques, así como la perfección del automatismo aplicado al disparador de proyectiles. Y para la lucha cercana, además de la ametralladora se crearon toda una serie de nuevos instrumentos, como el lanzagranadas, el mortero y el lanzallamas, cuyo calibre y precisión fueron incrementándose a lo largo del conflicto hasta llegarse a fabricar en ciertos casos máquinas gigantescas.


            Este lúcido teórico marxista murió el 24 de noviembre de 1950, de modo que conoció los enormes adelantos científico-técnicos para fines militares durante la Segunda Guerra Mundial, pudiendo ver confirmada su tesis anteriormente mencionada, en el sentido de que, si bien las guerras no son intrínsecas a las leyes económicas, la destrucción de capital y el aniquilamiento de vidas humanas que provocan, determinan que la magnitud del capital subsistente tras cada conflicto bélico, disminuya significativamente respecto del acumulado en la preguerra, contrarrestando así la tendencia al derrumbe del sistema, al mismo tiempo que contribuyen a superar las crisis que sin duda predisponen a dichos conflictos.

            Ateniéndose al concepto aristotélico de sustancia, definida como aquel ente que existe y se caracteriza por contener en si mismo multiplicidad causas” que dan sentido o razón de ser esencial y existencia a otros tantos entes o cosas (Met. VII, 8; VIII, 3), ese ente es el trabajo humano; que no siendo en sí mismo un sujeto sino el atributo distintivo del sujeto humano, contiene sin embargo la causa que da razón de ser a la existencia de multiplicidad de otros seres, como las mercancías, en cada uno de los cuales pone su propia esencia bajo la forma de valor cuantificable. El trabajo humano es, pues, sustancia. ¿Por qué? No solo porque antes de ejecutar su obra la proyecta en su cabeza, sino también porque en cada cosa que hace le pone su esencia bajo la forma de valor económico. Pero precisamente por ser creador de valor, el trabajo, en sí mismo, carece de valor. Porque de ser valor y pagarse por él según su magnitud íntegra, el capitalismo sería imposible. De hecho, a los capitalistas el trabajo excedente de los asalariados que contratan no les cuesta nada. Y es que no les pagan a cambio de su trabajo, sino al equivalente de los medios de subsistencia que necesitan, para reproducir su fuerza de trabajo en condiciones óptimas de trabajo a los fines de su enriquecimiento.   

            Por esto es que tal atributo distintivo del ser humano —que bajo el capitalismo se define como asalariado,  ha sido y sigue siendo ajeno a las causas de las guerras. Por consiguiente, las guerras son consustanciales a este sistema de vida. Y tanto lo fueron las guerras nacionales propiciadas y dirigidas por la burguesía incipiente contra del feudalismo durante la etapa temprana del capitalismo —que dio pábulo a los distintos Estados burgueses nacionales modernos—, como las guerras inducidas por los Estados imperialistas en su actual etapa decadente o postrera:

     <<La tarea de las guerras nacionales fue cumplida por la propia democracia o con la ayuda de Bismarck, independientemente de la voluntad y la conciencia de quienes participaron en ello. Las guerras nacionales, las guerras de los albores del capitalismo, sirvieron precisamente para que triunfase la civilización moderna, para que floreciese por completo el capitalismo, para incorporar a todo el pueblo en todas las naciones al capitalismo.

      Otra cosa es la guerra imperialista. En este terreno no hubo discrepancia entre los socialistas de todos los países y de todas las tendencias. En todos los congresos, al discutirse resoluciones acerca de la actitud ante una posible guerra, todos coincidieron en que dicha guerra sería imperialista. Todos los países europeos han alcanzado ya el mismo grado de desarrollo del capitalismo, todos ellos han dado ya cuanto podía dar el capitalismo (en sentido de progreso para la humanidad). El capitalismo alcanzó su forma superior y no exporta ya mercancías sino capital. Se siente estrecho en su envoltura nacional y ahora se lucha por los últimos restos que quedan libres en el globo terráqueo. Mientras que las guerras nacionales de los siglos XVIII y XIX señalaron el comienzo del capitalismo, las guerras imperialistas anuncian su final>> (V. I. Lenin: “El proletariado y la guerra” 14/10/1914. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

            Lenin también pudo verificar el hecho de que las guerras bélicas durante la etapa imperialista del capitalismo, sirvieron para colonizar nuevos territorios y establecer su dominio económico en países capitalistas "soberanos" menos desarrollados. Pero tal como sucedió con Marx y Engels, respecto de las guerras bélicas, la agudeza del pensamiento desarrollado por Lenin, no pudo apoderarse del concepto más actual conocido por guerra telúrica y climática. Y es que la ciencia de su tiempo no había logrado aun tal dominio sobre la naturaleza en estos dos ámbitos del conocimiento científico, tal como ha llegado a serlo desde la década de los años cincuenta del siglo pasado hasta hoy. De modo que el hecho de pensar que la burguesía haya puesto estos últimos adelantos científicos-técnicos en materia geológica y atmosférica al servicio de la destrucción de riqueza para los fines de salir con mayor celeridad de las crisis, no es tampoco una cuestión de supuestos principios políticos sino de relevamiento estadístico al que ya nos hemos remitido.

10. Crítica de Ramiro a nuestro ejemplo numérico y precisiones que confirman su veracidad 

<<Aquí se ve claramente vuestro error al igualar desvalorización o destrucción de capital con la destrucción física de las maquinarias>>.
 

                Nosotros simplemente trasladamos a la fórmula de la Tasa General de Ganancia, los valores económicos matemáticamente resultantes de un hipotético siniestro, poniéndolos en relación con los que resultan de una situación económica inmediatamente anterior, es decir, en un proceso de acumulación bajo circunstancias económicas normales. Y allí se demuestra, que toda catástrofe o guerra desvaloriza los factores de la producción que físicamente destruye e inutiliza. Y este hecho se verifica tanto en condiciones de expansión como en condiciones de crisis. En ambos casos las sociedades de los países afectados se empobrecen, al tiempo que la tendencia al derrumbe del sistema a escala global se debilita prolongando la existencia del sistema. Y si ese siniestro en tal país ocurriera en condiciones de crisis, apuntalaría la recuperación del proceso de acumulación.   

            El señor Ramiro ha insistido en impugnar esta proposición sin aportar nada que confirme la verdad de lo que afirma. Lo intentó traduciendo a términos de valor la composición técnica de 20 a 1, comprobando que la composición orgánica resultante le llevó al mismo resultado. Se ha confundido interpretando que nosotros planteamos el ejercicio numérico en una situación de crisis durante la cual se desata una guerra. Como si se tratara de superar esa supuesta interrupción violenta de la producción y —dicho con sus propias palabras—, “relanzar el ciclo”. No advirtió que nosotros planteamos el problema al interior de un país, donde suponemos que el proceso de acumulación discurre bajo circunstancias económicas normales y que, bajo tales condiciones sucede un terremoto. Sin embargo, el señor Ramiro ha podido comprobar que se llega al mismo resultado y así lo reconoce. No obstante, sigue en sus trece concluyendo:
      <<De todas maneras si seguimos los ejemplos numéricos que ustedes han dado no se demuestra que se relance el ciclo. En vuestros ejemplos solo hay una destrucción de capital que hace aumentar la tasa de ganancia de 2,38% a 2,5% hasta retornar a la masa de capital constante y variable anterior donde se volverá a estancar el sistema una vez que la tasa de ganancia se ubique nuevamente en 2,38%.
      ¿Donde está la reproducción ampliada? El relanzamiento del ciclo supone que el capital pasa por encima de su límite anterior. En vuestro ejemplo hay una recuperación de la capacidad perdida en la guerra arribando en el mejor de los casos a una reproducción simple.
      No es posible relanzar el ciclo mientras la composición orgánica siga en 20 a 1 con una misma tasa de explotación.
      Están planteando una recuperación de la tasa de ganancia con la misma composición orgánica y tasa de explotación
       Fíjense cómo caen ustedes en lo que critican en mi al no tomar en cuenta la composición orgánica del capital y plantear como posible relanzar el ciclo mas allá de en qué nivel se encuentra la tasa de ganancia (en condiciones de crisis) por el simple hecho de retrotraerse a condiciones de acumulación preexistentes.>(Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
             El señor Ramiro nos objeta el presunto error, de haber supuesto que la Composición Orgánica del capital y la Tasa de Explotación se mantienen constantes, sosteniendo —sin haberlo demostrado— que, bajo tales condiciones, para superar el bache de la crisis dicha Composición Orgánica debe incrementarse. Sin embargo, ha quedado matemáticamente demostrado lo contrario, es decir, que tras la destrucción física de capital (constante y variable), dicha composición orgánica disminuye, al tiempo que el indicador fundamental de toda reproducción ampliada, que es la Tasa General de Ganancia, en vez de retroceder progresa, a una tasa de acumulación también positiva. Aunque, en aparente contradicción, operando con una magnitud de capital en funciones disminuida como consecuencia del siniestro.

             En nuestro ejemplo, presentamos la estructura productiva de un hipotético país, que opera con un capital global de 105.000 unidades monetarias, de las cuales 100.000 se invierten en capital constante y 5.000 en capital variable, a razón de una unidad monetaria invertida en salarios por operario, de modo que su Composición Técnica: Mp/Ft indica que durante cada jornada de labor 1 operario mueve 20 máquinas. De aquí resulta la correspondiente composición expresada en términos de valor económico, por eso llamadaComposición Orgánica del Capital, resultante de la relación 100.000Cc/5.000Cv = 20, con una  Tasa de Explotación o de plusvalor definida por la relación 2.500Pl./5.000Cv. = 50%. Finalmente, de todo lo cual se obtiene una Tasa General de Ganancia definida por la relación: Pl./Cc+Cv = 2.500Pl/100.000Cc+5.000Cv  = 2,38%    

            La siguiente rotación quedaría según los siguientes datos: Capital global: 107.500 = 105.000Cc + 2500Cv. En esta instancia suponemos que sucede un terremoto, en el que 100 operarios pierden la vida y se destruyen 500 unidades monetarias en capital constante. La estructura remanente queda reducida a un capital global de 106.900, de las cuales 101.555 se invierten en capital constante y 5.345 en capital variable. De aquí surge la nueva Composición Orgánica del Capital = 101.555Cc/5.345Cv = 19. Es decir, desciende un punto, según la cual, cada operario pone en movimiento 19 partes de capital constante, en vez de 20 como anteriormente. De todo ello resulta un plusvalor acumulable de 2.672,50 unidades monetarias; una tasa de acumulación de plusvalor = 2.672,50/2.500 = 6,9%. Y una Tasa General de Ganancia del 2,5%, o sea 0,12 puntos porcentuales más respecto de la rotación anterior previa al siniestro. Aquí está la reproducción ampliada. ¿En qué basa el señor Ramiro su previsión según la cual, después de aumentar del 2,38% al 2,5%, la Tasa de ganancia volverá al nivel anterior? ¿Anterior a qué situación? ¿Qué entiende este señor por esa expresión suya de “relanzamiento del ciclo”? En economía política ningún ciclo se “relanza”, sino que se supera. Seguidamente y en tanto y cuanto la Tasa de ganancia se recupera, también se verifica un relanzamiento de la reproducción ampliada con una menor composición orgánica del capital, que baja de 20 a 19 máquinas por empleado. ¿De donde ha sacado, pues Ramiro, su pronóstico de que tras el siniestro el sistema vuelve a una reproducción simple, es decir con la misma tasa de acumulación repecto de la rotación anterior al siniestro? ¿Y de qué antecedentes contables deduce Ramiro la pevisión de que la Tasa de Ganancia, tras subir al 2,5% retrocederá al 2,38%? Y finalmente, ¿donde se refleja que la Composición Orgánica del Capital resulte ser la misma que antes del siniestro?

            El eje de este debate ha consistido en dilucidar, si las pérdidas de capital (constante y variable) a raíz de una guerra o catástrofe natural, propenden objetivamente o no a sacar al sistema capitalista de una crisis alejando al mismo tiempo el horizonte de su derrumbe. Nosotros hemos planteado el problema, suponiendo que tales pérdidas se producen bajo condiciones económicas de acumulación normales. ¡¡Normales!! Operando bajo tales condiciones hemos demostrando que la tasa de ganancia aumenta y, por tanto, la tasa de acumulación también. Pero en lo que respecta a las Composiciones —técnica y orgánica— ambas disminuyen en un punto. Por tanto, ésta es una dinámica económica objetivamente determinada, bajo condiciones normales que no tiene por qué incidir en otra dirección y sentido bajo condiciones de crisis, sino bien al contrario. Y se demuestra que tal dirección no va en el sentido de volver a una tasa de acumulación del capital global del 6,9% sino a superarla. Del mismo modo que nada induce a prever que la Tasa de Ganancia retroceda. De lo contrario no podría hablarse de un proceso de acumulación.

            Pero el señor Ramiro, sin rendirse ante la evidencia de los resultados, sigue poniendo el carro de la crisis por delante de los caballos de la Ley del valor, para poder pontificar que lo demostrado por nosotros es imposible si la composición orgánica del capital y la tasa de explotación no aumentan. Es decir, si la demanda efectiva de medios de producción aumenta más que la demanda de fuerza de trabajo. Una situación que solo puede verificarse bajo condiciones de rentabilidad positiva sostenida en condiciones de expansión.

            Por lo visto, para contestar a este interrogante, el señor Ramiro ha pensado la lógica del capitalismo por el revés de su verdadera trama. Como si en condiciones de rentabilidad positiva pero incipiente— a la salida de una crisis, pudiera ser posible que la burguesía demande más capital para inversión en suelo (cultivable y urbano), edificios, máquinas-herramientas, etc., que en mano de obra explotable. Cuando en realidad sucede que bajo tales condiciones, la demanda de capital constante respecto del variable crece lentamente. He aquí el absurdo de pensar, que para “relanzar el ciclo”, haya que comenzar aumentando la composición orgánica del capital. 

            En nuestro ejemplo, la Composición Orgánica del Capital nacional en ese hipotético país, antes del siniestro, es de 20 = 100.000Cc./5.000Cv., con una Tasa de Ganancia del 2,38% = 2.500Pl./105.000, y una tasa de explotación del 50% = 2.500Pl./5.000Cv. El capital acumulado disponible al final de esta rotación, pasaría a ser de de 107.500 (100.000Cc. + 5.000Cv + 2.500Pl.). Seguidamente, a raíz del siniestro, ese capital se reduce en 600 (500 en capital constante y 100 en capital variable). Bajo tales condiciones, la siguiente rotación comienza con un capital global disminuido de 106.900, del cual se invierten 5.345 en salarios y 101.555 en capital constante (fijo y circulante), de lo cual resulta que la Composición Organica del Capital, en vez de aumentar remite un punto. 
            Precisamente para demostrar este extremo —sin menoscabo de su veracidad científica—, hemos presentado un ejemplo, suponiendo que la Composición Orgánica del capital es constante y la Tasa de explotación del 50%, donde el proceso de acumulación discurre en condiciones económicas normales. Y se demuestra matemáticamente la previsión marxista, también respecto de la Tasa General de Ganancia, que en vez de descender aumenta, dado que resulta de dividir el plusvalor obtenido por el capital invertido para producirlo, de modo tal que la disminución relativa del denominador en términos globales, tiende a aumentar el cociente o resultado, como producto de valor adicional a repartir entre la clase de los capitalistas, incentivando así la inversión productiva y, por tanto, la acumulación.

            Por consiguiente, para que la composición orgánica del capital en condiciones de crisis vuelva a incrementarse después de sufrir un siniestro, es necesario previamente, que los caballos sobre los que manda la tendencia objetiva del capital, cambien de posición poniéndolos delante de su carro: la crisis. Y lo que manda hacer  esa tendencia del capital bajo tales condiciones, es que tanto su masa en funciones, como su composición orgánica, se desvaloricen. Ya sea por retracción de la demanda, por deterioro a raíz de su falta de uso o por destrucción física. 

            Tal es la dirección y el sentido en que la recesión exige que se actúe para superar un ciclo e inaugurar el siguiente. Económicamente a través del mercado, paralizando la demanda para inversión en capital físico y humano excedentario que así se desvaloriza. O por decisión política a través de guerras bélicas, climáticas y telúricas, destruyéndolo físicamente. Y tal como está comprobado estadísticamente, dicha desvalorización por destrucción recae más sobre el capital constante que sobre el variable, lo cual tiende a que la Tasa de Ganancia aumente y la composición orgánica del capital descienda.
 
            Puesto el sistema en semejante “plan” objetivamente inducido, tanto la forma y los medios a emplear, como el tiempo para que este proceso destructivo y genocida se cumpla, dependen de la magnitud existente del capital excedentario a reducir, es decir, de la profundidad y alcance —social y territorial— de cada sucesiva crisis de superproducción de capital. 

            Gramsci decía que los “intelectuales orgánicos de la burguesía son tales, porque además de inteligentes y aplicados, cumplen el requisito de ser ellos mismos, de condición social burguesa, entregados al noble oficio de explotar trabajo ajeno. Pero sobre todo se caracterizan, porque habiendo comprendido a Marx, se afanan en pensar contra Marx, falsificando la realidad económica. Enterrándola bajo toneladas de chatarra ideológica. Todo sea para preservar políticamente al sistema en el espíritu de las mayorías sociales explotadas, que son quienes más sufren la decadencia del sistema. Y mientras a falta de convicciones propias sigamos creyendo en esos falsificadores profesionales, siempre una mentira les pediremos para calmar nuestro angustioso llamado.
            ¿Queremos capitalismo? Pues, ¡¡ajo(derse) y agua(ntarse), que esto es lo que hay!! señoras y señores.   




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